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Viernes 6 de enero


Como cada año, fue una Navidad a cuatro manos: las mías y las de mi padre. Mi padre es un poco como yo: el piano es su segunda voz. Cada año, para la Nochebuena interpretamos algo. Para darnos el gusto. Pero también, para distraer a mi madre que nos escucha desde la silla de ruedas. No hay más que un instrumento, pero es un concierto en trío. Porque somos dos los que tocamos y mi madre es cómplice. Su silencio es música. Y en esos momentos circula mucho amor entre nosotros.

Este año, hemos tocado cinco obras de Érik Satie. Los títulos solos ya son todo un programa: los Preludios blandos (para un perro), luego Traje de caballo, los

Resúmenes desagradables, las Tres pequeñas obras montadas y, por último, La bella excéntrica, fantasía seria.

Durante todos esos días libres, Jeanne no dio señales de vida. Pero Amado me dio muchos consejos y Johann Sebastian Bach, gran cantidad de preocupaciones. Tropecé durante mucho tiempo con su Variación Goldberg N.º 5. Si tuviera cuatro manos, como en Navidad, tal vez llegara a tocarla correctamente. Fastidiado, Amado me dijo:

—Por el momento, déjala de lado.

En cuanto al final de la Variación N.º 8, necesita, con seguridad, una mano particular, con tres dedos de más y treinta centímetros de envergadura del pulgar al meñique.

—La trabajarás más adelante —me aconsejó Amado.

Pero la más terrible es la N.º 14. La leo correctamente y la toco más o menos sin errores. En un poco más de dos minutos. Glenn Gould la interpretaba en cincuenta y nueve segundos. Lo verifiqué en el disco. Uno creería que el ingeniero de sonido la grabó acelerada.

—¡Está muy bien! —me dijo Amado—. Lo que importa es la manera de tocar. No la velocidad. Tienes tres meses para entrenarte.

¡Cielos! Lo mismo da afirmar a un campeón que corre los cien metros en veinte segundos que no es demasiado grave, puesto que le quedan diez semanas para reducir el tiempo a la mitad. Y además, a fuerza de dejar de lado todo lo que me molesta, el 12 de abril tocaré seis o siete variaciones en lugar de treinta. Me sorprendería que Raoul Duchêne no sospechara del engaño.

la chica de 2°B ; s.mDonde viven las historias. Descúbrelo ahora