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Miércoles 28 de junio


Ayer era martes, las clases habían terminado. Pero a las cuatro y media, regresé al banco. Jeanne ya estaba allí. Ahora no imagino más venir a sentarme sin ella. Este banco es nuestro refugio, nuestro departamento. París está lleno de estos lugares que tienen, para muchos transeúntes, una historia particular.

Alguien más había acudido a la cita. Sin embargo, no lo había invitado. Era el vagabundo al que Jeanne se había acercado uno de los primeros días de comienzos de clase, en septiembre. Con la llegada del verano, los sin techo reaparecen. Éste había elegido domicilio muy cerca de nuestro colegio. Se había aclimatado de lo mejor en el banco que estaba frente al nuestro.

—Jeanne... Espera un segundo.

De repente, acababa de comprender todo lo que debía a ese hombre. Entonces, intenté devolverle la partida. Bajo la forma de algunas palabras de agradecimiento que no entendió y de un billete grande que le deslicé en el bolsillo. Pareció sorprendido. Como si se tratara de un error.

—Shawn... ¿Qué fuiste a hacer?

—Tenía una deuda con él.

El vagabundo se había ido sin pedir mayores explicaciones ni comprender mi gesto. Había adivinado que necesitábamos intimidad.

—¡Cuántos misterios! —exclamó Jeanne—. ¿Acaso no crees que también debes rendirme cuentas? Si me explicaras...

Cometí la última imprudencia. La miré y las palabras que tenía preparadas se me derritieron en la boca. Si me hubiera puesto a hablar, habría sido una verdadera papilla. Por suerte, había tomado apuntes. Es normal para un músico. Le extendí la carpeta. Aquélla en la que había escrito, día tras día, nuestra historia.

—Oh, Shawn... ¡no quiero ser indiscreta!

—¡Me escondí durante tanto tiempo! Todo lo que quieres saber, Jeanne, está consignado aquí adentro.

Antes de confiarle mi diario, había arreglado el texto. Cuando uno invita a alguien a su casa, tiene que sacar el polvo y guardar en los cajones todo lo que anda dando vueltas.

Jeanne abrió la carpeta y murmuró:

—Entonces... ¿es nuestra historia?

—No. Es la mía.

—Desde hace casi un año, es un poco mía también, ¿no?

Nuestra historia se volvía doble, ya que se la podía considerar desde la sala o el escenario. Pero una historia nunca es simple. Un hecho no existe al desnudo. ¿Y si hubiera tantos acontecimientos como individuos?

—Es raro —confesó, comenzando a dar vuelta las páginas—. Yo también comencé a contar nuestra aventura. Pero debe ser muy diferente.

Tuvo una sonrisa enigmática. Luego, a su vez, sacó de su bolso un cuaderno. Sin duda, el que disimulaba lejos de las miradas de su madre.

—Te lo debo, Shawn. Te lo regalo.

Y, sin explicarme nada más, me dejó ahí plantado... Sí, empezó a leer mi diario.

La observé un rato largo, le dejé unos cuantos metros de ventaja. Jeanne estaba leyendo... Oh, ya estaba muy lejos, había vuelto al pasado septiembre, pero sabía que no me abandonaría. Y estaba decidido a caminar con sus pasos.

Rehacíamos juntos el recorrido que nos había reunido, pero que habíamos llevado a cabo separados.

Por último, abrí su cuaderno; yo entraba en escena desde la primera página, puesto que había escrito:

EL PIANISTA SIN ROSTRO

Entonces, empecé a leer. Pero ésa es otra historia...

la chica de 2°B ; s.mDonde viven las historias. Descúbrelo ahora