Martes 4 de octubre


La continuación llegó ayer bajo la forma de artículos de diario. Fueron los que probaron a mi madre que no había mentido ni soñado.

¡Claro que no estuve en la primera plana de la prensa nacional! Pero en la página de Cultura de algunos periódicos, los periodistas rivalizaban con títulos elogiosos:

«HA NACIDO UNA ESTRELLA», «REDESCUBRIENDO A RAVEL», «UN JOVEN VIRTUOSO DE

TALENTO REEMPLAZA A RICCORINI INDISPUESTO».

Algunos elogios eran exagerados, lo sabía. Por ejemplo, el crítico del Quotidien afirmaba que desde la desaparición de Samson François, ningún joven prodigio de la dimensión de Paul Niemand se había revelado al público.

Todas esas comparaciones eran halagadoras. Pero sobre todo, temibles.

Compré la revista Sinfonía. Allí, el célebre y despiadado crítico musical Raoul

Duchêne me había dedicado un artículo, prudentemente titulado:

UN CONCIERTO PROMETEDOR

Amado Riccorini es un grande. Nada sorprendente entonces que forme alumnos entre los cuales uno estuviera tentado de encontrar la marca de un auténtico solista.

Uno de ellos, el joven Paul Niemand, ha dado la sorpresa en la Pleyel el sábado pasado. Este desconocido reemplazó de improviso a su maestro, víctima de una hepatitis. Por cierto, su modo vigoroso y espectacular de abordar a Franz Liszt no deja de recordar la interpretación asombrosa de Georges Cziffra. Y su dominio en la interpretación de dos obras mayores de Maurice Ravel (sobre todo, Gaspar de la noche) puede sorprender.

Sin embargo, es con Schubert cuando Paul Niemand se presenta como el más innovador. Con Schubert, sabemos, el defecto de gran cantidad de intérpretes es hacer de más. No todo el mundo tiene la perfección de un Alfred Brendel o de un Vladimir Ashkenazy. Paul Niemand podría poseer esas cualidades en germen —y otras que no piden más que crecer—.

Sabemos cómo Glenn Gould, en su tiempo, ha revolucionado la visión académica de ciertas obras de Bach. Y cada uno de nosotros recuerda su sorprendente visión de las Variaciones Goldberg. A su manera, Paul Niemand podría desempeñar con Schubert el mismo rol: ilumina sin traicionar, renueva sin alterar. A partir de ahora, conviene seguir con la mayor atención lo que este Paul Niemand nos reserva.


Leí el artículo tres veces. Raoul Duchêne, con indulgencia, había silenciado mis Miroirs. Aquella misma noche, Amado me llamó. Desde hacía tres días, yo le estaba dejando mensajes en el contestador automático. Su voz no parecía muy convencida.

—¿Parece entonces que protagonizaste una desgracia?

—¡Amado! ¿Cómo está?

—Mejor. Me sacaron del problema. ¿Sabes que estuve a punto de pasar al otro lado? La fiebre está bajando. Pero tengo el hígado del tamaño de un poroto.

Prohibido salir de la habitación antes de fin de mes. Oye, Shawn... ¡debo felicitarte!

Según lo que leo un poco en todas partes, yo no hubiera estado mejor que tú la otra noche.

—Se está burlando de mí. Intenté... hacerle honor.

—Me lo contaron Jolibois y de La Nougarède. Están encantados. Yo también.

Tengo prisa por escuchar tu concierto. ¿Sabes que lo transmiten el sábado a la noche? Shawn... ¿por lo menos no te agrandaste?

—¡Oh, no!

Volví a pensar en Alexandre Lagoya, el gran guitarrista. Justo antes de retirarse, dio un concierto cerca de Gogolin, en la Provenza, en el castillo de la Garcinière, donde tuve la suerte de concurrir con mi padre. El público era muy reducido, pues el concierto tenía lugar en el pequeño patio del castillo, al aire libre. Y el maestro, entre cada fragmento, conversaba con nosotros, cómplice. Hubo un momento mágico: su interpretación de Recuerdos de Alhambra, de Francisco Tarrega. Fue perfecta. Divina. Sublime.

Lagoya nos había confiado:

—Para tocar correctamente la guitarra, se necesitan unos diez años por cuerda.

Afortunadamente, este instrumento no tiene más que seis. Empiezo a tocar ahora más o menos bien.

Respondí a Amado, midiendo mis palabras:

—Creo que puedo llegar a ser un buen pianista. Dentro de algunos años, sí, tal vez.

—Mientras tanto, no debes conformarte con aprender. Es necesario que comiences a organizar tu carrera. Dando algunos conciertos. Preparándolos con cuidado.

—¡No estoy preparado, Amado!

—Ma... ¿Qué crees? ¡No se elige! Hubiera preferido tocar en tu lugar, en vez de estar clavado en la cama...

Del otro lado del teléfono, Amado se rió. Yo estaba más serio que él.

—De todos modos, estoy en tercer año. No voy a interrumpir mis estudios.

—Pero tampoco los terminarás.

Amado dejó pesar el silencio, y a mí me costaba soportarlo.

—Shawn, escúchame bien: ¿qué quieres hacer en la vida? ¿Derecho? ¿Medicina?

Bien, de acuerdo, en ese caso, abandona inmediatamente el piano. Pero si quieres iniciar una carrera de solista, no tienes que ponerte a pensarlo el año que viene. Es ahora. Entonces mira: Jean Jolibois está aquí, a mi lado. Tiene propuestas para hacerte. Se trata de dos presentaciones. Una para reemplazarme, en la sala Gaveau, el 12 de abril del año que viene...

—¿Reemplazarlo? ¡Pero va a estar curado!

—Escucha, Shawn: para el 12 de abril, me había reservado la respuesta porque debía partir para Pascuas a los Estados Unidos. Jolibois acaba de llamar al director de la sala: irás tú o no irá nadie. Créeme, ha elegido rápidamente. Tienes seis meses para preparar ese concierto.

—¡Pero es usted a quien el público espera!

—Tenía dos conciertos en Alemania la semana próxima. Jolibois acaba de anularlos. Allí es imposible que me reemplaces. Primero porque no creo que estés en condiciones de preparar en seis días la parte solista del Segundo Concierto, de Saint-Saëns. Y luego porque el público quiere escuchar a Riccorini, es verdad. Pero te paso la posta, Shawn. Y si no la tomas, no vale la pena en verdad que vengas a mi casa. Te mando un abrazo.

Cortó.

Mi padre llegó en ese instante. Volvía de Barcelona con una sonrisa, una valija y algunos regalos. Me encontró en llanto.

—Es una gran alegría —dijo mi madre—. Ven, Jean-Louis, te voy a explicar.

Un poco más tarde, mi padre vino a verme a mi dormitorio. No me dijo nada, pero me tomó entre sus brazos. Sería espantoso que lo decepcionara, en este momento. Riccorini, el público, mis padres... ¡Tanta gente confía en mí! Cuando pienso que el sábado toqué para deslumbrar a la chica de 2.º B...

Y ni siquiera sabe quién soy.

la chica de 2°B ; s.mDonde viven las historias. Descúbrelo ahora