Domingo 2 de octubre
El concierto de anoche ha sido la sinfonía de las sorpresas.
Llegué a la Pleyel a las veinte horas. Fui a buscar enseguida a Michel, el encargado de los maquinistas. Junto con tres acólitos, como un empleado de mudanzas, arrastraba el gran Steinway hasta el centro del escenario. Sacó para mí, de un rincón de los bastidores, una silla plegadiza. Ahí empecé el deber de matemáticas que tengo que entregar el lunes. El bombero de servicio, Paul, entendió que estaba ocupado. No era cuestión de ponerse a charlar conmigo. Le dirigí una sonrisa de disculpas:
—Un trabajo urgente... ¿Qué tal, Paul?
—Bien... Esta noche no hay fuego.
Es su pequeño chiste habitual. Pero era falso: estaba sentado en un barril de pólvora y ni siquiera lo sabía. Hacia las veinte y treinta, Jean Jolibois dio la primera alerta.
—¡Shawn! ¿Sabe si Amado está en su casa? ¿Lo vio hoy?
—No. Lo vi por última vez hace cuatro días. Recuerde, usted estaba ahí.
El agente artístico estaba acompañado por un hombre bajo y arrugado: el director de la sala, señor de La Nougarède. Transpiraba gotas gruesas y me extendió una manito húmeda.
Amado no estaba en la sala.
De costumbre, llega con el afinador, después de que se haya transportado el piano de cola al escenario. Regula el asiento a su medida y, como suele decir, «calienta su instrumento». Luego, da luz verde al régisseur para que hagan entrar al público y se va a los bastidores a conversar con Jolibois y de La Nougarède, mientras espera el comienzo del concierto. Pregunté:
—¿Llamó a su casa?
—Da ocupado. No entiendo. Gracias. Discúlpeme.
Jolibois trataba de sonreír, así nomás, para dar tranquilidad. Pero su mueca hubiera hecho huir a doscientos hipopótamos. En cuanto al señor de La Nougarède, perdía un litro de sudor por minuto. Su mirada rebotaba de la sala al escenario y de los bastidores a su reloj.
Me puse la camisa y el moño. No estaba preocupado. Amado había colgado mal su teléfono. Su taxi estaba detenido en un embotellamiento. O si no, su hermana le contaba sus penas de amor desde Nápoles.
Oía llenarse la sala. Una sala es como el agua que se está calentando: siempre se agita antes de hervir.
El régisseur vino a interrumpir la ronda que el director hacía entre el patio y el jardín:
—Señor de La Nougarède... ¿Qué hacemos con los técnicos de la radio?
Vi arriba del piano la cantidad de micrófonos: el concierto de esa noche iba a grabarse.
—¿Qué quiere que le diga? —murmuró el señor de La Nougarède secándose la frente con una mano y señalando con la otra el escenario vacío. ¿Eh? ¿Qué quiere que le diga?
A las nueve menos diez, Jean Jolibois apareció en los bastidores. Como un tigre enjaulado. Su cara hubiera podido servir de publicidad para una película de terror.
Con un sonido completamente alterado:
—Hablé con... Amado... no, con el médico... El médico está en lo de Amado... Tiene... ¡Está todo mal! Delira... tiene más de cuarenta... El médico cree que es... ¡hepatitis! ¡No podrá de ningún modo... venir a tocar esta noche!
De La Nougarède, por el contrario, parecía casi aliviado: la llave del misterio, por fin descubierta, abría una serie de puertas, desenrollaba un hilo que no habría de detenerse más.
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la chica de 2°B ; s.m
FanfictionPara Shawn, la música no es algo optativo: simplemente no puede vivir sin ella. Pero una pasión inalcanzable, acaba de irrumpir en su mundo: Jeanne, la chica de 2°B. Su desafío es lograr que Jeanne entienda, a través de la música, lo que él no puede...