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Domingo 9 de abril


Gran briefing en lo de Amado, ayer. ¿Por el concierto del 12 de abril? No, para nada. Ese concierto ya casi forma parte del pasado. Al menos, teóricamente, dado que todo lo que me queda es darlo. El tema eran otros conciertos futuros para los cuales Jolibois había reservado su respuesta:

—El 3 de junio en Toulouse, en la famosa Halle Aux Grains y el 24 de junio, en la Pleyel: el concierto de fin de temporada. Luego vendrán los festivales de verano.

Tengo muchos pedidos. Habría que...

Habría que ver si mi desempeño del 12 de abril será bueno. Si no, Jolibois se va a encontrar como la lechera que hacía castillos en el aire. Pero ni Amado ni Jean parecían preocuparse. Ya establecían mi itinerario de fin de año mientras yo apenas tenía mi licencia para conducir.

—Para Toulouse —dijo Amado—, no escaparás de Beethoven, de su sonata Aurora, opus 53. Ni de Liszt con su gran Sonata en si menor. Las dominas bien.

Dos monumentos gigantescos. Casi una hora en total. ¿Y qué más?

—¿Por qué no Cuadros de una exposición, para terminar? —sugirió Jolibois.

—Demasiado clásico y demasiado largo. No. ¡Algo contemporáneo! Tiene que ser la especialidad de Niemand, su firma... Es necesario, sobre todo, que el último fragmento del concierto condicione al público para el bis, que será, con toda evidencia, Lefleix: la sonata Jeanne 40.

Había terminado esa sonata con el apoyo y los consejos de Amado. Antes de ese bis inédito, ¿qué me preparaba mi maestro? Entonces, le gané de mano:

—La Pieza para piano XI, de Stockhausen.

—¡Bien pensado, Shawn! Esta obra ofrece una especie de continuidad a las Variaciones Goldberg, que habrás tocado en abril.

—Sí —agregó Jolibois—. Y justo antes de la sonata de Oscar Lefleix, marca un verdadero punto de inflexión. Es la campana fúnebre de lo serial y la puerta abierta para lo aleatorio. ¿Y para el concierto del 24 de junio en París?

No vacilé ni un segundo:

—Oscar Lefleix.

—Claro —dijo Jean Jolibois—. ¿Pero qué más?

—Más Oscar Lefleix. ¡Sí, nada más que Oscar Lefleix!

Sobre eso, no cedería. Obstinado, les expliqué:

—Una de dos, señor Jolibois. O me presento el 12 de abril y transformo en ensayo el 3 de junio, o me hundo suavemente en el ridículo o el olvido.

—No se asuste —dijo Jean dejando de sonreír—. ¡Debe presentarse, Shawn!

—Y transformarás —agregó Amado—. Si no, que me corten una mano.

No dijo qué mano, pero no importa. Un pianista manco ya no sirve para mucho más que para tocar los Conciertos para la mano izquierda, de Ravel y de Prokofiev.

Agregué:

—Y el 24 de junio revelo al público las sonatas de Oscar Lefleix y el rostro de Paul Niemand.

Divertido, Amado aprobaba sin decir nada. Jean Jolibois me escuchaba con una atención aguda. Mis argumentos parecían tener un peso inesperado.

—¡Compro! —murmuró, tomándome de los hombros—. Ve hasta el final, pequeño. Ignoro lo que te lleva a...

—Se llama Jeanne —dijo Amado muy seriamente.

la chica de 2°B ; s.mDonde viven las historias. Descúbrelo ahora