Nicole
—¡Le has roto la nariz! —celebró Emma, muy orgullosa de mí.
Mis mejillas estaban calientes y coloradas, mientras que Oliver tenía sangre saliéndole de la nariz y su frente estaba marcada por los parches del balón.
—¡Fue sin querer! —repliqué yo, muy angustiada ya que, el chico frente a mí, no decía nada, solo se cubría la nariz.
Emma se empezó a reír y Matteo apareció, extendiéndole un pañuelo. Oliver lo aceptó, sentándose sobre la arena y echando su cabeza hacia atrás. Seguí mirándolo preocupada y, debía admitir, un poco culpable.
Él reaccionó por fin y dijo:
—Diablos, Nicole —su voz sonó ronca, así que se aclaró la garganta—. Debo considerar la propuesta que te hice.
Los ojos de los presentes me observaban con genuino interés, el rubor siguió haciendo su camino por todo mi rostro. ¿Qué había sucedido? ¡Yo era malísima en el fútbol, baloncesto, voleibol y todo lo que se catalogara como deporte! Y, justo hoy, debía acertar con la pelota en el rostro de Oliver y, entonces, lo noté.
—¡Has sido tú el que decidió usar su cara como bate de beisbol! —me defendí—. ¡Hello! Si un balón va directo a tu rostro, lo esquivas, no esperas a que te dé de lleno.
Mi mejor amiga se siguió carcajeando con fuerza, de hecho, todos empezaron a burlarse, incluido Oliver que sonrió aun con el pañuelo cubriéndole la nariz y la boca.
—Pues discúlpame por no dejarte hacer el gol. —respondió, ahora su tono era más nasal y era muy evidente su sarcasmo.
Oírlo hablar de esa manera me hizo sonreír, teniendo las mejillas encendidas y mis ojos fijos en los suyos.
—Eso está mucho mejor. —refunfuñé.
Luego de eso, la señora White salió de la cabaña, buscando a su hijo para encontrarlo sentado al estilo indio con sangre saliéndole por una de sus fosas nasales. Soltó un chillido y corrió para traer un botiquín, Caleb ayudó al chico a ponerse de pie, llevándolo hasta la terraza de la cabaña.
Ann se mantuvo lejos de nosotros, haciéndome recordar que odiaba el liquido carmesí que, en ese momento, manchaba el pañuelo que Oliver sostenía con mucha fuerza.
Lilianne comenzó a revisarle el rostro, las marcas empezaban a desaparecer, dejando solo pequeños puntos rojos, su nariz no estaba hinchada y eso era bueno, o, al menos, fue lo que dijo su madre.
Entonces, la señora White hizo algo que jamás había visto, le ordenó a Oliver echar la cabeza hacia atrás, él cerró los ojos y ella ubicó cada uno de sus dedos índices en las sienes del chico, presionándole esa zona en específico.
ESTÁS LEYENDO
Pequeña promesa © [#1]
Teen Fiction❝Mi corazón es tuyo, rómpelo, destrúyelo, no importa, porque seguirá siendo tuyo. ❞ TERMINADA. Primer libro de la saga Pequeños amores.