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Joseph Curwen, tal como le retrataban las leyendas que Ward había oído y los documentos que había desenterrado, era un individuo sorprendente, enigmático, oscuramente horrible. Había huido de Salem, trasladándose a Providence -aquel paraíso universal para personas raras, librepensadoras o disidentes-, al comienzo del gran pánico provocado por la caza de brujas, temiendo verse acusado a causa de la vida solitaria que llevaba y de sus raros experimentos químicos o alquimistas. Era un hombre incoloro de unos treinta años de edad. Su primer acto en cuanto ciudadano libre de Providence consistió en adquirir unos terrenos al pie de Olney Street. En ese lugar, que más tarde se llamaría Olney Court, edificó una casa que sustituyó después por otra mayor que se alzó en el mismo emplazamiento y que aún hoy día continúa en pie.
El primer detalle curioso acerca de Joseph Curwen es que no parecía envejecer con el paso del tiempo. Montó un negocio de transportes marítimos y fluviales, construyó un embarcadero cerca de Mile-End Cove, ayudó a reconstruir el Puente Grande en 1713 y la iglesia Congregacionista en 1723, y siempre conservó el aspecto de un hombre de treinta o treinta y cinco años. A medida que transcurría el tiempo, aquel hecho empezó a llamar la atención de la gente, pero Curwen lo explicaba diciendo que el mantenerse joven era una característica de su familia y que él contribuía a conservarla llevando una vida sumamente sencilla. Desde luego, nadie sabía cómo conciliar aquella pretendida sencillez con las inexplicables idas y venidas del reservado comerciante ni con el hecho de que las ventanas de su casa estuvieran iluminadas a todas las horas de la noche, y se empezó a atribuir a otros motivos su prolongada juventud y su longevidad. La mayoría opinaba que los incesantes cocimientos y mezclas de productos químicos que efectuaba Curwen tenían mucho que ver con su conservación. Se hablaba de extrañas sustancias que sus barcos traían de Londres o la India, o que él mismo compraba en Newport, Boston y Nueva York, y cuando el anciano doctor Jabez Bowen llegó de Rehoboth y abrió su farmacia en la plaza del Puente Grande, se habló de las drogas, ácidos y metales que el taciturno solitario adquiría incesantemente en aquella botica. Dando por sentado que Curwen poseía una maravillosa y secreta habilidad médica, muchos enfermos acudieron a él en busca de ayuda, pero, a pesar de que procuró alentar sin comprometerse aquella creencia, y siempre dio alguna pócima de extraño colorido en respuesta a las peticiones, se observó que lo que recetaba a los demás rara vez producía efectos beneficiosos. Cuando habían transcurrido más de cincuenta años desde su llegada a Providence sin que en su rostro ni en su porte se hubiera producido cambio apreciable, las habladurías se hicieron más suspicaces y la gente comenzó a compartir con respecto a su persona ese deseo de aislamiento que él había demostrado siempre.
Cartas particulares y diarios íntimos de aquella época revelan también que existían muchos otros motivos por los cuales Joseph Curwen fue objeto primero de admiración, luego de temor, y, finalmente de repulsión por parte de sus conciudadanos. Su pasión por los cementerios, en los cuales podía vérsele a todas horas y bajo todas circunstancias,era notoria,aunque nadie había presenciado ningún hecho que pudiera relacionarle con vampiros. En Pawtuxet Road tenía una granja, en la cual solía pasar el verano, y con frecuencia se le veía cabalgando hacia ella a diversas horas del día y de la noche. Sus únicos criados eran allí una adusta pareja de indios Narragansett, el marido mudo y con el rostro lleno de extrañas cicatrices, y la esposa con un semblante achatado y repulsivo, probablemente debido a una mezcla de sangre negra. En la parte trasera de aquella casa se encontraba el laboratorio donde se llevaban a cabo la mayoría de los experimentos químicos. Los que habían tenido acceso a él para entregar botellas, sacos o cajas, se hacían lenguas de los fantásticos alambiques, crisoles y hornos que habían entrevisto en la estancia y profetizaban en voz baja que el misántropo «químico» -vocablo que en boca de ellos significaba alquimista– no tardaría en descubrir la Piedra Filosofal. Los vecinos más próximos de aquella granja -los Fenner, que vivían a un cuarto de milla de distancia- tenían cosas más raras que contar acerca de ciertos ruidos que, según ellos, surgían de la casa de Curwen durante la noche. Se oían gritos, decían, y aullidos prolongados, y no les gustaba el gran número de reses que pacían alrededor de la granja, excesivas para proveer de carne, leche y lana a un hombre solitario y a un par de sirvientes. Cada semana, Curwen compraba nuevas reses a los granjeros de Kingstown para sustituir a las que desaparecían. Les preocupaba también un edificio de piedra que había junto a la casa y que tenía una especie de angostas troneras en vez de ventanas.
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LOVECRAFT: TODOS LOS RELATOS
HorrorLa idea es abarcar ABSOLUTAMENTE TODO el contenido que tenga que ver con Howard Phillips Lovecraft y su horror cósmico (también se incluyen sus primeros relatos y el Ciclo onírico) Actualizado: 27/01/2018 ESTADO ACTUAL: 102/102 [COMPLETO] 1897 - 19...