(1931) En las montañas de la locura -Parte 1-

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– Capitulo 1 –

Me veo obligado a hablar, pues los hombres de ciencia han rehusado seguir mi consejo sin saber por qué. Expon­dré, contra mis deseos, las razones por las que me opongo a ese proyecto de invadir las tierras antárticas en busca de fósiles y de horadar y fundir las antiguas capas de hielo. Y me resisto sobre todo a hablar porque sé que mis adver­tencias serán inútiles.

Es inevitable, dada su naturaleza, que alguien dude de la verdad de estos hechos; pero si suprimiese lo que puede parecer extravagante e increíble no quedaría nada. Las fo­tografías que poseo, tanto comunes como aéreas, declara­rán a mi favor, pues son muy nítidas y reveladoras. Se ne­gará sin embargo su autenticidad a causa de la posibilidad de un truco. Los dibujos a tinta, naturalmente, serán con­siderados simples imposturas, a pesar de la rareza de una técnica que tiene que sorprender y asombrar a los expertos.

Deberé al fin remitirme al juicio de los pocos hombres de ciencia que tienen, por una parte, bastante indepen­dencia de criterio como para juzgar mi relato a la luz de sus propios méritos o en relación con ciertos primitivos y sorprendentes ciclos míticos, y, por otra, suficiente in­fluencia como para disuadir, al mundo de los explorado­res, de todo programa temerario, y por demás ambicioso, en la región de esas montañas alucinantes. Por desgracia, yo y mis compañeros somos hombres relativamente poco conocidos, pertenecientes a una universidad de menor importancia, y tenemos muy escasas posibilidades de que se nos preste atención en asuntos raros y discutibles.

Además, ninguno de nosotros es, en sentido estricto, especialista en lo más importante de estas cosas. En mi ca­lidad de geólogo, mi objeto al organizar la expedición de la Universidad de Miskatonic fue sólo el de procurarme algunas muestras de rocas y suelos profundos de varias partes del territorio antártico, ayudado por la notable ex­cavadora del profesor Frank H. Pabodie, de nuestro de­partamento de ingeniería. No tenía yo la ambición de convertirme en un pionero en otro campo que éste, pero esperaba que la utilización de un nuevo dispositivo mecá­nico en lugares ya explorados anteriormente sacase a la luz materiales no obtenidos hasta ahora con los métodos comunes.

La excavadora de Pabodie, conocida ya por el público a través de nuestros informes, única por su liviandad y fá­cil manejo, y que combinaba el principió de las excavado­ras artesianas con el de las perforadoras circulares de ro­cas, podía penetrar fácilmente en estratos de la más variada dureza. Pistón y bielas de acero, motor de gaso­lina, torre de madera desmontable, parafernalia dinami­tera, encordado, palas removedoras y una tubería seccio­nal con barrenos de diez centímetros de ancho y capa­ces de llegar a trescientos metros de profundidad; tres tri­neos de siete perros bastaban para arrastrar esa carga y los demás accesorios. Esto era posible gracias a la hábil aleación de aluminio con que estaban fabricadas la mayoría de las piezas. Cinco grandes aeroplanos Dornier, especialmente diseñados para volar a las grandes alturas del techo antár­tico, y provistos de ciertos dispositivos para encender el combustible y mantener su temperatura, inventados por Pabodie, podían transportas nuestra expedición desde una base en la gran barrera de hielo a varios puntos del continente; luego, nos serviríamos de los trineos.

Era nuestro propósito recorrer una región tan grande como lo permitiese una estación antártica -o más si fuese absolutamente necesario-, operando sobre todo en las cadenas de montañas y la meseta al sur del mar de Ross; regiones ya exploradas diversamente por Shackleton, Amundsen, Scott y Byrd. Cambiando frecuentemente de campamento gracias a nuestros aeroplanos e instalándo­nos en lugares separados por distancias bastante grandes como para que tuviesen significación geológica, esperába­mos extraer una cantidad realmente excepcional de mate­rial, especialmente de los estratos precámbricos de los que se conocen tan pocas muestras antárticas. Deseábamos también obtener la mayor variedad posible de rocas fosilí­feras superiores, ya que la historia de la vida primitiva en esos reinos de hielo y muerte es de una gran importancia para nuestro conocimiento del pasado de la Tierra. Se sabe que el continente antártico fue en un tiempo tem­plado y hasta tropical, con una abundante vida vegetal y animal de la que los líquenes, la fauna marina, los arácni­dos y los pingüinos de la zona norte son los únicos super­vivientes. Era nuestra esperanza ampliar esa información en variedad, precisión y detalle. Cuando la simple trepa­nación revelara signos de fósiles, aumentaríamos el diá­metro de la abertura mediante el uso de la dinamita con el fin de obtener ejemplares de condición y tamaño apro­piados.

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