– Capitulo 10 –
Muchos nos juzgarán, quizá, tan insensibles como locos por haber pensado en el corredor del norte y el abismo casi inmediatamente. Pero podría asegurar que esos pensamientos volvieron a nosotros sólo por una circunstancia específica y repentina que despertó toda una nueva serie de especulaciones. Habíamos vuelto a cubrir al pobre Gedney y estábamos allí, sin movernos, en una especie de muda estolidez, cuando tuvimos conciencia, por vez primera, de aquellos sonidos. Eran los primeros que oíamos desde nuestro cruce de las montañas, donde el viento silbaba entre las cimas. Aunque muy familiares, su presencia en este mundo remoto y muerto fue para nosotros más grotesca e inesperada que la de cualquier otro sonido imaginable, pues parecía perturbar todas nuestras nociones de un orden cósmico.
Si se hubiese tratado de aquel curioso silbido musical que según Lake había que esperar de aquellas criaturas -y que creíamos oír en nuestra imaginación desde que habíamos dejado los horrores del campamento- nos habría parecido que armonizaba diabólicamente con aquel decorado fabuloso. Una voz de otros tiempos hubiese estado en su lugar en aquel cementerio de otros tiempos. Este sonido, en cambio, alteró profundamente todas nuestras ideas, nuestra tácita aceptación de aquella región antártica como total e irrevocablemente desprovista de signos de vida normal. Lo que oímos no fue la llamada de un monstruo de la prehistoria, devuelto a la vida, luego de miles de años, por los rayos del sol. Era un grito irónicamente normal, que habíamos oído ya muchas veces, y que nos estremecía oír aquí, donde no debía existir. Brevemente, se trataba del grito ronco de un pingüino.
El apagado sonido venía de regiones subterráneas situadas casi enfrente del corredor por donde habíamos llegado. La presencia de un ave acuática en ese mundo cuya superficie estaba uniformemente desprovista de vida sólo podía llevar a una conclusión; en consecuencia nuestro primer pensamiento fue el de verificar si aquel sonido era real. Se repetía, en verdad, continuamente, y a veces parecía venir de más de una garganta. Franqueamos una entrada, considerablemente limpia de escombros, y volvimos a dejar detrás de nosotros unos trozos de papel, sacados esta vez con una rara repugnancia de uno de los sacos de los trineos.
Cuando la capa de hielo dio lugar a un montón de escombros, vimos claramente unas curiosas marcas, y Danforth advirtió una cuya descripción es totalmente superflua. El curso indicado por las voces de los pingüinos era precisamente el que el mapa y la brújula señalaban como más cercano al túnel del norte, y nos alegró descubrir que la ruta estaba libre de obstáculos y se encontraba al nivel del suelo. El túnel, según el mapa, partía de la base de una gran estructura piramidal que desde el aire, creíamos recordar, nos había parecido muy bien conservada. A lo largo del camino la linterna iluminaba la acostumbrada sucesión de bajorrelieves, pero no nos detuvimos a examinarlos.
De pronto una forma blanca se alzó ante nosotros, y encendimos la segunda linterna. Es curioso, pero esta nueva búsqueda nos había hecho olvidar nuestros primeros terrores. Los que habían dejado los trineos en la torre circular podían volver en cualquier momento de su visita al abismo, y sin embargo su existencia no nos preocupaba. Este ser blanco y tambaleante tenía casi dos metros de alto, pero comprendimos en seguida que no era ninguna de las criaturas. Éstas eran más oscuras y grandes, y, según los bajorrelieves, se movían de un modo rápido y seguro, a pesar de su curioso equipo de tentáculos. Durante un instante fuimos presas de un terror primitivo, casi peor que el que habíamos experimentado ante la existencia de los otros. En seguida, cuando la forma blanquecina se unió a dos seres de su especie, que lo llamaban roncamente desde un arco cercano, recobramos la calma. Pues se trataba sólo de un pingüino, aunque de una especie desconocida, mayor que los pingüinos llamados reales.
Cuando nos encaminamos hacia la bóveda e iluminamos con nuestras linternas el indiferente grupo de los tres animales, comprobamos que eran todos albinos y de una especie desconocida y gigantesca. Su tamaño nos recordó algunos de los pingüinos arcaicos representados en las esculturas, y pensamos en seguida que eran descendientes de la misma especie, y que sin duda provenían de una región interior más cálida donde habían perdido toda pigmentación y el uso de los ojos. Parecía indudable que su hábitat presente era el abismo, objeto de nuestra búsqueda, y la evidencia de que aquel refugio era aún habitable provocó en nosotros las más perturbadoras y curiosas fantasías.
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LOVECRAFT: TODOS LOS RELATOS
TerrorLa idea es abarcar ABSOLUTAMENTE TODO el contenido que tenga que ver con Howard Phillips Lovecraft y su horror cósmico (también se incluyen sus primeros relatos y el Ciclo onírico) Actualizado: 27/01/2018 ESTADO ACTUAL: 102/102 [COMPLETO] 1897 - 19...