El 16 de agosto efectué una salida del U-29 y me abrí paso dificultosamente a través de las calles llenas de ruinas y fango hacia el antiguo río. No descubrí esqueletos ni restos humanos, pero recogí un tesoro de saber arqueológico en forma de esculturas y monedas. De todo esto no puedo hablar ahora, excepto para proclamar mi temor ante una cultura que se hallaba en la cúspide de la gloria cuando los cavernícolas vagaban por Europa y el Nilo corría inexplorado hacia el mar. Otros, de la mano de este manuscrito, si finalmente llega a ser encontrado, podrán desvelar misterios que yo tan sólo alcanzo a vislumbrar. Volví a la nave cuando mis baterías eléctricas comenzaron a flaquear, resuelto a explorar el templo de piedra al día siguiente. El 17, cuando mi impulso de penetrar en el misterio del templo se hacía más y más acuciante, sufrí una enorme decepción, ya que descubrí que los materiales necesarios para recargar la luz portátil habían resultado destruidos durante el motín de aquellos puercos en julio. Mi indignación no conoció límites, aunque mi sensatez alemana me precavía contra aventurarme sin medios en un interior completamente a oscuras que podía resultar la madriguera de cualquier indecible monstruo marino o un laberinto de corredores de entre cuyos recovecos nunca lograría salir. Todo cuanto podía hacer era volver el vacilante foco del U-29 y a su luz subir los peldaños del templo y estudiar las tallas exteriores. El haz de luz entraba por la puerta en ángulo ascendente, y yo escudriñé esperando atisbar algo, pero todo fue en vano. Ni siquiera el techo era visible, y aunque subí un peldaño o dos hacia el interior tras probar con un bastón el suelo, no me atreví a continuar. Además, por primera vez en mi vida experimenté esa emoción llamada miedo. Comencé a comprender cómo se habían desatado algunos de los estados de ánimo del pobre Klenze, ya que mientras el templo parecía reclamarme más y más, empecé a temer sus acuosos abismos con creciente terror ciego. De vuelta al submarino, apagué las luces y me senté a meditar en la oscuridad. Debía preservar ahora la electricidad para las emergencias.
El sábado 18 lo pasé en total oscuridad, atormentado por pensamientos y recuerdos que amenazaban con vencer mi germánica voluntad. Klenze se había vuelto loco y había muerto antes de alcanzar ese siniestro resto de un pasado inconcebiblemente remoto, y me había instado a marchar con él. ¿Había, en efecto, preservado el Destino mi razón sólo para arrastrarme irremisiblemente a un fin más temible e inconcebible de lo que cualquier hombre pudiera soñar? Claramente, mis nervios estaban sometidos a una gran tensión, y yo debía librarme de esas aprensiones propias de un hombre más débil.No pude dormir durante la noche del sábado y encendí las luces sin pensar en el porvenir. Resultaba deplorable que la electricidad no fuese a durar tanto como el aire y las provisiones. Retomé mis ideas de suicidio y revisé mi pistola automática. Hacía la mañana debí dormirme con las luces encendidas, ya que cuando desperté ayer en la oscuridad fue para encontrarme con las baterías agotadas. Encendí varias cerillas, una tras otra, y lamenté desesperado la imprevisión que me había llevado a malgastar las pocas velas que portábamos. Tras apagarse la última vela que me atreví a gastar, me senté en completa inmovilidad, sin luces. Mientras reflexionaba sobre el inevitable fin, mi cabeza volvía a los sucesos previos, y caí en algo hasta ahora inadvertido que hubiera hecho temblar a un hombre más débil y supersticioso. La cabeza del dios radiante de las esculturas del templo de piedra es la misma que la de la pieza tallada en marfil que tenía el marinero recogido del mar y que el pobre Klenze se llevó de vuelta consigo al mar.
Me sentía un poco estremecido ante tal coincidencia, pero no aterrado. Tan sólo el pensador de inferior categoría se apresura a explicar lo singular y lo complicado mediante el primitivo atajo hacia lo sobrenatural. La coincidencia resultaba extraña, pero yo estaba demasiado hecho al raciocinio como para conectar circunstancias que no admitían un nexo lógico, o asociar de alguna extraordinaria manera los desastrosos sucesos que me habían llevado desde el asunto del Victoria a mi estado actual. Sintiéndome necesitado de sueño, tomé un sedante y me aseguré un poco más de sueño. Mi estado nervioso quedó de manifiesto en mis sueños, ya que creí escuchar gritos de gente ahogándose y ver rostros muertos apretujados contra las troneras de la nave. Y entre esos rostros muertos se encontraba el semblante vivo, burlón, del joven de la imagen de marfil.Debo cuidar las anotaciones que registran mi despertar de hoy, ya que estoy trastornado y debe haber gran cantidad de alucinación entremezclada con los hechos. Mi caso resulta de lo más interesante desde el punto de vista psicológico, y lamento no poder ser sometido a observación por parte de la autoridad alemana competente. Al abrir los ojos mi primera sensación fue la de un invencible deseo de visitar el templo de piedra, un ansia que crecía a cada instante, aunque automáticamente yo trataba de resistirme mediante las emociones de miedo que obraban en contra. Luego tuve la impresión de una luz en medio de aquella oscuridad causada por las baterías consumidas, y creí ver una especie de resplandor fosforescente en el agua a través del portillo que se abría hacia el templo. Eso despertó mi curiosidad, ya que yo no sabía de ningún organismo abisal capaz de emitir tal luminiscencia. Pero antes de poder investigar me llegó una tercera impresión que, a causa de su irracionalidad, me provoca serias dudas sobre la objetividad que cualquier cosa que puedan registrar mis sentidos. Era una ilusión aural, una sensación de sones rítmicos y melodiosos, como una especie de cántico 0 himno coral salvaje, aunque agradable. Convencido de mi aberración psicológica y nerviosa, encendí algunas cerillas y tomé una exorbitante cantidad de solución de bromuro sódico, que pareció calmarme hasta el punto de disipar la ilusión de sonido. Pero persistía la fosforescencia y tuve dificultades para contener el pueril impulso de acercarme a la portilla y buscar su fuente. Resultaba horriblemente real y pronto pude descubrir con su ayuda los objetos familiares que me rodeaban, así como el vaso vacío del bromuro sódico, del que no tenía ni previa impresión visual ni idea sobre su posición actual. Esta última circunstancia me hizo reflexionar y crucé la estancia para tocar el vaso. Se hallaba en efecto en el lugar donde me parecía verlo. Ahora ya sabía que la luz era lo bastante real o parte de una alucinación tan fija y persistente que no podía esperar que se esfumase, así que abandonando toda reticencia subí a la torreta para buscar la fuente luminosa. ¿Sería quizás otro U-boat, brindándome una posibilidad de rescate?
Es comprensible que el lector no acepte nada de cuanto sigue como verdad objetiva, ya que los hechos suponen una transgresión de la ley natural, siendo necesariamente creaciones subjetivas e irreales de mi mente trastornada. Cuando llegué a la torreta, descubrí que el mar estaba en un estado muy apartado de la luminosidad que yo esperaba. No había fosforescencia animal o vegetal en las cercanías, y la ciudad, bajando hasta el río, resultaba invisible en la oscuridad. Lo que vi no era espectacular, ni grotesco o terrorífico, pero ahuyentó el último vestigio de confianza en mi propio raciocinio, ya que la puerta del templo submarino abierto en la colina rocosa se veía brillantemente alumbrada con un resplandor titilante, como el de una gran llama ceremonial encendida en sus profundidades.
Los sucesos posteriores resultan caóticos. Mientras contemplaba las puertas y ventanas tan extraordinariamente iluminadas, comencé a sufrir las más extravagantes visiones... visiones tan extravagantes que no me atrevo ni aun a consignarlas. Creí discernir objetos en el templo -objetos tanto estáticos como en movimiento-, y me pareció escuchar de nuevo el irreal cántico que flotaba a mi alrededor al despertar. Y por encima de todo se alzaban pensamientos e imágenes centrados en el joven del mar y la imagen marfileña cuya talla se veía duplicada en los frisos y columnas del templo que tenía ante los ojos. Pensé en el pobre Klenze, y me pregunté si su cuerpo descansaría con la imagen que se llevó al mar. Él me había prevenido contra algo y yo no le había prestado atención... ya que era un palurdo renano que se volvía loco ante problemas que un prusiano era capaz de afrontar sin dificultad.
El resto es muy sencillo. Mi impulso de ir y penetrar el templo se ha convertido ahora en una orden imperiosa e inexplicable que ya no puedo desobedecer. Mi propia voluntad germánica no basta ya para controlar mis actos, y la elección, en adelante, tan sólo será posible en asuntos menores. Tal locura es la que condujo a Menze a la muerte, acudiendo a cabeza descubierta y sin protección al océano; pero yo soy un prusiano y un hombre cabal, y utilizaré hasta el fin la poca voluntad que me resta. Al comprender que debía marcharme, preparé escafandra, casco y regenerador de aire para un uso inmediato, y al instante comencé a escribir esta crónica apresurada con la esperanza de que algún día pueda llegar al mundo. Guardaré el manuscrito en una botella y la confiaré al mar al abandonar para siempre el U-29.
No tengo miedo de nada, ni siquiera de las profecías del enloquecido Klenze. Lo que he visto no puede ser real, y sé que este trastorno de mi propia voluntad tan sólo puede llevarme a la muerte por asfixia una vez se me agote el aire. La luz del templo es una completa ilusión y moriré sosegadamente, como un alemán, en las oscuras y olvidadas profundidades. Esa risa demoníaca que escucho mientras escribo procede únicamente de mi propio cerebro debilitado. Así que me colocaré meticulosamente la escafandra y ascenderé resuelto los peldaños que conducen a ese santuario primigenio, ese silencioso enigma de la aguas insondadas y los años olvidados.
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LOVECRAFT: TODOS LOS RELATOS
TerrorLa idea es abarcar ABSOLUTAMENTE TODO el contenido que tenga que ver con Howard Phillips Lovecraft y su horror cósmico (también se incluyen sus primeros relatos y el Ciclo onírico) Actualizado: 27/01/2018 ESTADO ACTUAL: 102/102 [COMPLETO] 1897 - 19...