(1930) El que susurra en la oscuridad -Parte 3-

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– Capitulo 7 –

Negándome a dejar que aquellas lóbregas sensaciones se apoderasen de mí, recordé las instrucciones de Noyes y abrí la blanca puerta de seis paneles con picaportes de bronce que había a mi izquierda. La habitación a la que daba estaba en penumbra tal como se me había indi­cado, y al entrar en ella advertí que el extraño olor era más intenso allí. Además, parecía como si flotara en el ambiente un leve y un tanto irreal ritmo o vibración. Por unos instantes, y debido a que las persianas estaban echadas, apenas pude ver nada, pero luego una tosecilla o murmullo amortiguado atrajo mi atención hacia un bu­tacón situado en el ángulo más alejado y oscuro de la habitación. En aquel lóbrego rincón pude ver la borrosa imagen blanquecina de la cara y manos de un hombre, y al instante me acerqué a saludar a aquella figura que trataba de hablarme. Aun cuando la luz era tenue, pude advertir que se trataba de mi anfitrión. Había examinado repetidas veces la fotografía, y no me cabía la menor duda acerca de la identidad de aquel robusto y curtido rostro de barba recortada y entrecana.

Pero al volver a mirar y reconocer a Akeley se apoderó de mi una sensación de tristeza y angustia, pues tenía todo el semblante de las personas muy enfermas. Sin duda, debía haber algo más que asma detrás de aquella rí­gida e inmóvil expresión, que reflejaba agotamiento, y de aquella impertérrita y vidriosa mirada. Me di perfecta cuenta de hasta qué punto le había afectado la tensión de sus tenebrosas experiencias. ¿Acaso no bastaban para destrozar la vida de cualquier ser humano, incluso de hombres más jóvenes que este intrépido explorador de mundos prohibidos? El extraño y repentino alivio, me temí, debió llegarle demasiado tarde como para librarle de aquella suerte de crisis total en que se hallaba su­mido. Había algo digno de compasión en la forma flác­cida e inerte de aquellas esqueléticas manos postradas sobre el regazo. Akeley llevaba encima un amplio batín, y se cubría la cabeza y la parte superior del cuello con una bufanda o caperuza de color amarillo vivo.

Y luego vi que trataba de hablar en el mismo tono su­surrante y entrecortado con que me había recibido. Era un susurro difícil de captar al principio, pues el bigote entrecano hacía imposible ver los movimientos de sus labios, y al mismo tiempo había algo en el timbre de su voz que no me agradaba en absoluto; pero, concen­trando la atención, pronto pude entender sorprendente­mente bien lo que intentaba decirme. El acento distaba mucho de ser el de un hombre del campo, y su expresión era incluso más refinada de la que cabía esperar – por la correspondencia mantenida.

«Mr. Wilmarth, supongo. Disculpe que no me le­vante Me encuentro muy mal, como sabrá por Mr. No­yes, pero ello no era óbice para que usted viniera. ¿Re­cuerda lo que le dije en la última carta? ¡Tengo tantísi­mas cosas que decirle mañana cuando me encuentre me­jor! No puede imaginarse cuánto me alegro de verle en persona, después de todas las cartas que nos hemos cru­zado. Supongo que -habrá traído toda la corresponden­cia ¿no? ¿Y las fotografías Kodak y grabaciones? Noyes dejó su maleta en el vestíbulo..., espero que la viera allí. Pues esta noche me temo que tendrá que arreglár­selas por sí mismo. Su habitación está en el piso de arriba es justo la que hay encima de ésta— y al final de la escalera verá el cuarto de baño con la puerta abierta. En el comedor — saliendo de este cuarto a la derecha— hay una comida esperándole cuando usted guste. Mañana haré mejor las veces de anfitrión, pero ahora no puedo hacer nada a causa de esta dolencia que sufro.

«Siéntase como si estuviera en su casa... Lo mejor será que saque las cartas, fotografías y grabaciones y las ponga encima de la mesa antes de subir el equipaje a su habitación. Aquí hablaremos de todo ello... en aquel es­tante del rincón puede ver un fonógrafo.

«No, gracias... no puede ayudarme. Estoy acostum­brado desde hace mucho a estos ataques. Baje a yerme un momento antes de que anochezca, y luego vaya a acostarse cuando guste. Yo me quedaré donde estoy... quizá pase aquí la noche, como suelo hacer con frecuen­cia. Por la mañana me sentiré con muchas más fuerzas para hablar de las cosas que debemos tratar. Espero que se dé perfecta cuenta de la naturaleza increíblemente fas­cinante de todo este asunto. Ante nosotros, como ha su­cedido con muy pocos más hombres sobre la tierra, se abrirán inmensas simas de tiempo, espacio y conocimien­tos que sobrepasan cualquier límite de la ciencia y filo­sofía humanas.

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