(1931) En las montañas de la locura -Parte 3-

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– Capitulo 6 –

Sería realmente excesivo dar un relato detallado y com­pleto de nuestras andanzas por el interior de aquella aban­donada y cavernosa colmena; aquel cubil monstruoso de secretos primitivos cuyos ecos se alzaban ahora por pri­mera vez después de innumerables años de silencio, ante las pisadas de unos seres humanos. Esto es especialmente cierto a causa de que la horrible revelación surgió del mero estudio de los muros esculpidos. Las fotografías se­rán por eso muy útiles para probar la verdad de mis afir­maciones. Lamentablemente, no disponíamos de mucha película virgen. Cuando se nos terminó, nos contentamos con dibujar en nuestras libretas algunos de los bajorrelie­ves más notables.

El edificio en que habíamos entrado era de gran ta­maño y complejidad, y nos dio una singular idea de la ar­quitectura de aquel anónimo pasado. Las paredes interio­res eran menos macizas que las exteriores, pero en los pisos más bajos se habían conservado muy bien. Era aquél un verdadero laberinto, con diferencias curiosamente irregulares entre un piso y otro, y sin aquellos pedazos de papel, sin duda nos habríamos extraviado. Decidimos ex­plorar ante todo las partes superiores más dañadas; una ascensión de treinta metros nos llevó a la cima del edifi­cio. Allí una hilera de cuartos sin techo y cubiertos de nieve se abría bajo el cielo polar. Llegamos a esa cima por medio de rampas o planos inclinados que hacían en todas partes las veces de escaleras. Los cuartos tenían las formas y proporciones más variadas: estrellas de cinco puntas, triángulos y cubos perfectos. Todos medían, general­mente, nueve metros por nueve de superficie, y unos seis metros de altura. Había sin embargo habitaciones mayo­res. Después de examinar cuidadosamente las partes más elevadas, descendimos, piso por piso, a los cuartos infe­riores y nos encontramos en una verdadera confusión de salones y pasillos unidos entre sí, que cubría sin duda un área superior a la del edificio mismo. Las proporciones ci­clópeas de todo aquello se hicieron muy pronto curiosa­mente opresivas. Había algo de profundamente inhumano en los contornos, la decoración y las sutilezas arquitectó­nicas de esta construcción de monstruosa antigüedad. El estudio de las esculturas nos reveló muy pronto que el la­berinto tenía varios millones de años de existencia.

Aún hoy me es imposible explicar qué principios me­cánicos presidían el equilibrio y la disposición de aquellas, vastas masas de roca; aunque los constructores habían re­currido frecuentemente a los principios del arco. Los cuartos que visitamos estaban totalmente desprovistos de muebles, circunstancia que parecía probar que la ciudad había sido abandonada voluntariamente. El motivo prin­cipal de decoración eran aquellas esculturas esculpidas en casi todos los muros. Estaban dispuestas, generalmente, en bandas horizontales de casi un metro de ancho, que al­ternaban con otras bandas de tamaño similar y de arabes­cos geométricos. A menudo, sin embargo, en las bandas de arabescos se habían incluido unas cartelas lisas con unos curiosos grupos de puntos.

La técnica, como comprobamos en seguida, era de una rara perfección, y revelaba una civilización desarro­llada hasta el más alto grado, aunque totalmente ajena a la tradición artística de la raza humana. En delicadeza de ejecución ninguna escultura de las que yo había visto hasta entonces podía equiparársele. Los menores detalles de la vida vegetal o animal habían sido reproducidos con una fidelidad prodigiosa, a pesar de la vastedad de la es­cala, y los dibujos convencionales eran maravillas de com­pleja delicadeza. En los arabescos se advertía un uso pro­fundo de principios matemáticos, y consistían en curvas y ángulos oscuramente simétricos basados en el número cinco. Las esculturas, ejecutadas según una muy curiosa perspectiva, eran de un vigor tal que nos conmovieron profundamente a pesar del abismo de años que las sepa­raba de nuestra época. La técnica se basaba en una singu­lar disposición de la sección transversal con la silueta de dos dimensiones, y revelaba una psicología analítica des­conocida para todos los pueblos de la antigüedad. Es inú­til comparar este arte con cualquiera de los representados en nuestros museos. Los que vean las fotografías le encon­trarán una cierta similitud con el de algunos futuristas.

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