(1934) La sombra fuera del tiempo -Parte 3-

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VII

A partir de ese momento mis impresiones son muy poco fidedignas. Realmente aún abrigo la desesperada esperanza, por así decir, de que todo haya sido un sueño, una horrenda fantasmagoría provocada por el delirio. Me acometió un furioso ataque de fiebre; todo lo veía como a través de una especie de neblina y, a veces, incluso de manera intermitente.

Los rayos de mi linterna se proyectaban débilmente en el abismo de las tinieblas, revelando retazos fugaces, horriblemente familiares, de muros y cinceladuras deteriorados por el paso de los siglos. En un sitio se había derrumbado una enorme porción de bóveda, de manera que hube de trepar por encima del montón de escombros, que casi llegaba hasta el destrozado techo.

Avanzaba en un increíble estado de enajenación empeorado aún más por aquel rapto de furia. Una cosa me resultaba extraña, y eran mis propias dimensiones en relación con el tamaño de la construcción. Me sentía oprimido por un inusitado sentimiento de pequeñez; como si, vistas desde un cuerpo humano, aquellas paredes ciclópeas tomaran un carácter nuevo y anormal. Una y otra vez me miraba vagamente desasosegado por mi propia forma humana.

Continué avanzando en la negrura saltando y sorteando obstáculos de todo género. En varias ocasiones resbalé y caí, desgarrándome la ropa. Una de las veces a punto estuve de romper la linterna en pedazos. Cada piedra y cada rincón de aquel abismo endemoniado me resultaba conocido. A menudo me detenía a pasear el haz de la linterna por los pasajes abovedados, no por cegados y derruidos menos familiares.

Algunos recintos se habían venido abajo por completo; otros estaban desiertos o llenos de escombros. En unos cuantos vi unas masas de metal — algunas, relativamente intactas; otras, rotas, y otras machacadas y totalmente destruidas—, en las que reconocí los ciclópeos pedestales o mesas de mis sueños.

Encontré la rampa descendente y comencé a bajar... Un momento después me detuve ante una grieta que tendría algo más de un metro por su parte más estrecha. En aquel punto el suelo se había hundido, revelando el negro vacío de las profundidades inferiores.

Yo sabía que aún había dos plantas subterráneas más en este edificio gigantesco, y me estremecí con renovado pánico al recordar las trampas


selladas del más profundo de los sótanos. Ya no había guardianes que las vigilaran. Hacía muchísimo tiempo que las criaturas encerradas bajo aquellas losas de piedra habían cumplido su espantosa misión, y ahora se hallarían cada vez más hundidas en su larga decadencia. Para cuando llegase la era de los escarabajos post-humanos, ya habrían desaparecido por completo. Y sin embargo, al pensar en lo que contaban los nativos, no pude evitar otro estremecimiento.

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