(1930) El lazo de Medusa -Parte 2-

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  Debes quemar al pobre Frank con él... pero, por amor de Dios, no olvides convertirlo en cenizas. A eso y a la pintura. Ambos deben desaparecer. La seguridad del mundo exige que así sea. Denis podría haber susurrado más, pero un nuevo estallido de distantes gimoteos le interrumpió. Por primera vez supe qué era, ya que un tornadizo viento de poniente traía, por fin, palabras articuladas. Debimos haberlo sabido antes, ya que sonidos muy parecidos habían nacido otras veces de la misma fuente. Era la arrugada Sophonisba, la anciana bruja zulú que había reverenciado a Marceline, aullando desde su cabaña en una forma que era el colofón de los horrores de esta tragedia de pesadilla. Podíamos oír algunas de las cosas que ululaba, y supimos de los lazos secretos y primordiales que ligaban a esta salvaje bruja con esa otra depositaria de antiguos secretos que acababa de ser extirpada. Algunas de las palabras traicionaban su intimidad con tradiciones demoníacas y paleógenas.

-¡Iä! ¡Iä! ¡Shub-Niggurath! ¡Ya –R'lyeh! ¡N'gagin'bulu bwana n'lolo! Ya, yo pobre Missy Tanit, pobre Missi Isis! Marse Clooloo, ven sobre las aguas y recoge a tu hija... ¡Ella ha muerto! El pelo no se moverá más, Marse Clooloo. ¡La vieja Sophy sabe! ¡La vieja Sophy que ha ido a la piedra negra exterior de la Gran Zimbabwe en la vieja África! ¡Vieja Sophy que ha bailado a la luz de la luna alrededor de la piedra-cocodrilo, antes que N'bangus la cogiera y la vendiera a la gente de los grandes barcos! ¡Ninguna otra bruja guardará el fuego en el lugar de gran piedra! ¡Ya, Yo! ¡N'gagi n'bulu bwana n'lolo! ¡Iä! ¡Shub-Niggurath! ¡Ella muerta! ¡La vieja Sophy lo sabe!

Esto no fue el fin de los lamentos, pero fue todo cuanto pudimos entender. La expresión del rostro de mi chico mostraba que estaba recordando algo espantoso, y la presión de la mano que empuñaba el machete no presagiaba nada bueno. Supe que estaba desesperado, y pensé en desarmarle, si era posible, antes que hiciera nada más. Pero era demasiado tarde. Un viejo con la espalda lesionada no tiene mucha fuerza. Hubo una terrible lucha, pero se dio muerte en pocos segundos. No estoy seguro ni siquiera si también trató de matarme. Sus últimas palabras jadeantes eran algo sobre la necesidad de destruir cuanto hubiera estado conectado con Marceline, fuera por sangre o por matrimonio.

Me maravillo de no haber enloquecido aquel día y en aquel instante... o en los momentos y horas posteriores. Frente a mi estaba el cadáver de mi hijo el único ser humano que me era querido, y tres metros más allá, frente al tapado caballete, el cuerpo de su mejor amigo con un indescriptible lazo de horror alrededor suyo. Abajo, estaba el rapado cadáver del monstruo, sobre el que yo estaba casi dispuesto a creer todo. Estaba demasiado aturdido para analizar la verosimilitud de la historia del pelo... y, de no haberlo creído, el triste lamento de la cabaña de tía Sophy hubiera sido bastante como para aquietar dudas por el momento. De haber sido sabio, habría hecho cuanto me dijo el pobre Denis... quemar la pintura y el pelo asido al cuerpo, y todo a la vez y sin mostrar curiosidad. Pero estaba demasiado afectado para ser sabio. Supongo que musité tonterías sobre mi chico, y después recordé que la noche caía y que los criados volverían por la mañana. Estaba claro que un asunto como éste nunca podría ser explicado, y supe que debía ocultar los hechos e inventar una historia. Ese lazo de pelo alrededor de Marsh era algo monstruoso. Mientras lo empujaba con una espada que tomé del muro, casi creí sentir cómo apretaba su abrazo sobre el hombre muerto. No me atrevía a tocarlo... y cuanto más lo miraba de más cosas horribles me percataba. Algo me sobresaltó. No quiero mencionarlo, pero explica parcialmente la nutrición del pelo con extraños aceites que siempre le daba Marceline.

Por fin, decidí enterrar los tres cuerpos en el sótano, con cal viva que sabía teníamos en el almacén. Fue una noche de trabajo infernal. Cavé tres tumbas... con mi chico a mayor distancia que los otros dos, porque no quería que estuviera cerca del cuerpo de la mujer o su pelo. Lamenté dejar la trenza alrededor del pobre Marsh. Fue algo terrible bajarlos hasta el sótano. Utilicé mantas para llevar a la mujer y el pobre diablo con la trenza a su alrededor. Luego saqué dos barriles de cal del almacén. Dios debió darme fuerzas, ya que no sólo conseguí llevarlos, sino que rellené las tres tumbas sin dificultades. Parte de la cal la utilicé para cubrir paredes. Tuve que sacar una escalera de tijera y fijarla sobre el techo del recibidor, donde la sangre se había filtrado. Y quemé casi todo cuanto había en la habitación de Marceline, raspando los muros, el suelo y los muebles pesados. Limpié también el estudio del ático, así como el rastro y las pisadas que llevaban allí. Y durante todo ese tiempo pude escuchar a la vieja Sophy lamentándose a lo lejos. Tenía que tener el diablo en el cuerpo para que su voz sonara así. Pero siempre gritaba extrañas cosas. Eso es por lo que los negros de los campos no se sobresaltaron o intrigaron aquella noche. Cerré el estudio y me llevé la llave a mi habitación. Luego quemé mis manchadas ropas en la chimenea. Al alba, toda la casa parecía bastante normal, al menos a ojos de una mirada casual. No me atreví a tocar el cubierto caballete, pero pensaba encargarme de él más tarde.

Bueno, los criados volvieron al día siguiente, y les dije que los jóvenes se habían ido a San Luis. Ningún peón de los campos parecía haber visto ni oído nada, y los lamentos de la vieja Sophonisba se detuvieron al alba. Tras aquello, fue como una esfinge y nunca soltó una palabra de cuanto hubo en su rumiante cerebro de bruja el día y la noche anterior. Más tarde simulé que Denis, Marsh y Marceline habían vuelto a París e hice que una discreta agencia de correos me enviara cartas suyas... cartas que había encargado fueran escritas con fingida caligrafía suya. Me costó un buen trabajo engañar y vencer las reticencias al explicar las cosas a sus diversos amigos, y sé que la gente secretamente sospechaba que ocultaba algo. Hice que se informara sobre las muertes de Marsh y Denis durante la guerra, y más tarde dije que Marceline había entrado en un convento. Afortunadamente, Marsh era un huérfano cuya excentricidad le habían alejado de los suyos en Louisiana. Las cosas hubieran podido ir por mejor camino si hubiera tenido el buen de quemar la pintura, vender la plantación y tratar de tomarme las cosas como el producto de una mente sacudida y fatigada. Cosechas perdidas... los peones se marcharon uno a uno... el lugar arruinándose... y yo mismo un ermitaño, el blanco de docenas de extraños cuentos locales. Hoy en día, nadie se acerca tras caer el sol... ni en otro momento si puede evitarlo. Por eso supe que usted era un forastero. – ¿Y por qué sigo aquí? Puedo explicárselo del todo. Está demasiado en contacto con cosas que están justo al borde de la cordura. No hubiera sido así, quizás, de no haber mirado la pintura. Debí haber hecho lo que me pedía el pobre Denis. Honradamente, pensaba quemarla cuando subí al estudio cerrado una semana después del horror, pero la mire primero... y todo cambió.

No, no tiene sentido hablar de lo que vi. Usted puede, de alguna manera, verlo por sí mismo, aunque el tiempo y la humedad han hecho su trabajo. No puedo decir si le afectará por echarle una mirada, pero fue diferente para mí. Demasiado sé lo que significa.

Denis estaba en lo cierto... es el más grande triunfo del arte humano desde Rembrandt, aunque esté inconcluso. Lo comprendí desde el principio y supe por qué el pobre Marsh había sido totalmente literal cuando insinuó que no estaba pintando tan sólo a Marceline, sino que veía a través y más allá de ella. Por supuesto, ella estaba allí era la clave, en cierto sentido, pero su figura sólo era un punto en un vasto retablo. Estaba desnuda, excepto por esa odiosa mata de pelo alrededor suyo, medio sentada, medio reclinada en una especie de banco o diván, tallado con motivos diferentes a cuanto pueda ser parte de cualquier tradición decorativa conocida. Tenía una copa de monstruoso diseño en una mano, con la que escanciaba un fluido cuyo color no he sido capaz de determinar o clasificar... no sé de dónde sacó Marsh los pigmentos. "La figura del diván estaba en la izquierda, en un primer plano de la más extraña escena que haya visto en mi vida. Pienso que había una débil insinuación que todos esos seres son una especie de emanación del cerebro de la mujer, aunque había también una sugerencia totalmente opuesta... como si fuera sólo una imagen maligna o alucinación invocada por la escena misma.

No puedo decirle ahora si es un interior o un exterior... si esas infernales y ciclópeas bóvedas se ven desde fuera o dentro, o si hay en efecto tallas de piedra y no simplemente enfermizas arborescencias fungosas. La geometría del conjunto es enloquecida... algo con ángulos obtusos y agudos, todos entremezclados. Y, ¡Dios! ¡Las figuras de pesadilla que flotan alrededor en ese contraluz perpetuo y demoniaco! ¡Las blasfemias que asechan y observan y se entrelazan en un aquelarre que tiene a la mujer como suma sacerdotisa! Las negras entidades peludas que no son cabras del todo... la bestia con cabeza de cocodrilo, tres piernas y una fila dorsal de tentáculos... y los chatos egiptanos bailando en una escena que los sacerdotes de Egipto... ¡conocieron y maldijeron! Pero la escena no era Egipto... era anterior a Egipto; incluso anterior a la Atlántida, la fabulosa Mu o Lemuria, la susurrada por los mitos. Era la fuente primordial de todo el horror en esta tierra, y el simbolismo mostraba tan sólo demasiado claramente cuán parte de ello era Marceline. Pienso que debe representar a la innombrable R'lyeh, que no fue construido por criaturas de este planeta... la cosa sobre la que Marsh y Denis solían hablar entre las sombras y con voz baja. En la pintura parece como si toda la escena transcurriera bajo las aguas... aunque todos parecen respirar libremente.

Bueno... no pude hacer más que mirar y temblar, y finalmente vi que Marceline me miraba astutamente desde la tela con sus monstruosos y dilatados ojos. No fue superstición... Marsh había captado algo de su horrible vitalidad en aquella sinfonía de líneas y colores, por lo que ella aún rumiaba y asechaba y odiaba, como si la mayor parte de ella no estuviera en el sótano bajo cal viva. Y lo peor fue cuando algunas de aquellas serpentinas hebras de cabello, esos retoños de Hécate, comenzaron a despegarse de la superficie y tantear por la estancia en mi dirección. Entonces llegó lo que reconocí como el último y supremo horror, y descubrí que era un guardián y un prisionero por siempre. Ella era el ser de quien manaban las primeras y turbias leyendas de Medusa y las Gorgonas, y algo de mi estremecida voluntad había sido capturada y convertida en piedra al fin. Nunca más estaría a salvo de esos rizos serpentinos... los rizos de una pintura y los que yacían bajo la cal, cerca de las barricas de vino. Demasiado tarde, recordé los relatos sobre la virtual indestructibilidad, aún tras siglos de sepultura, del pelo de los muertos.

Desde entonces, mi vida no ha sido otra cosa que horror y esclavitud. Siempre me ha acechado el miedo a lo que aguarda bajo el sótano. En menos de un mes, los negros comenzaron a murmurar sobre la gran serpiente negra que reptaba entra las cubas de vino tras ponerse el sol, así como sobre la curiosa forma en que su rastro llevaba a otro lugar, dos metros más allá. Luego, los peones del campo comenzaron a hablar de la serpiente negra que visitaba la cabaña de la vieja Sophonisba después de la medianoche. Uno de ellos me mostró el rastro y, no mucho más tarde, supe que tía Sophy había comenzado a efectuar extrañas visitas al sótano de la casa, permaneciendo y murmurando durante horas en el mismo lugar al que ninguno de los otros negros quería acercarse. ¡Dios, cómo me alegré que cuando esa vieja bruja murió! Sinceramente, creó que fue sacerdotisa de alguna antigua y terrible tradición, allá en África. Debió llegar a vivir casi ciento cincuenta años. A veces, creo escuchar alguna cosa deslizarse alrededor de la casa durante la noche. Hay un extraño ruido en las escaleras, allá donde los peldaños están sueltos, y el picaporte de mi alcoba resuena como bajo una presión que buscará entrar. Siempre tengo la puerta cerrada, por supuesto. Y hay ciertas mañanas en que creo captar un nauseabundo hedor mohoso en los corredores, y me percato de un débil rastro continuo sobre el polvo de los suelos. Sé que debo guardar el pelo de la pintura, ya que, si algo le sucede, hay entidades en esta casa que tomarían segura y terrible venganza. No me atrevo ni a morir... ya que la vida y la muerte son una para aquellos que están en las garras de quienes emanan de R'lyeh. Algo puede estar listo para castigar mi negligencia.

El lazo de Medusa me ha atrapado y siempre será así. Nunca te mezcles con el secreto y último horror, joven si valoras tu alma inmortal."

Al terminar el anciano su historia, vi que la lámpara pequeña se había apagado hacía mucho, y que la grande estaba casi vacía. Sabía que debía estar próxima el alba, y mis oídos me indicaron que la tormenta había acabado. La historia me había dejado medio aturdido y casi temía mirar a la puerta, esperando que revelara una presión hacia el interior, fruto de alguna fuente indescriptible. Era difícil decir cuál era mi emoción predominante... rígido horror, incredulidad o una especie de curiosidad fantástica y enfermiza. Estaba completamente sin habla y tuve que esperar que mi anfitrión rompiera el hechizo. -¿Desea ver... la cosa? Su voz era muy baja y vacilante, y vi que estaba tremendamente serio. Sobre todas las emociones, venció la curiosidad y cabeceé silenciosamente.

Se levantó, encendiendo una vela de una mesa cercana y alzándola ante sí mientras abría la puerta. Venga conmigo... arriba. Temí afrontar aquellos mohosos pasillos de nuevo, pero la fascinación se impuso a mis escrúpulos. Los tablones crujían bajo nuestros pies, y temblé en una ocasión, creyendo ver una débil línea trazada en el polvo cerca de la escalera. Los escalones que llevaban al ático eran ruidosos y desvencijados, con multitud de listones perdidos. Me sentía bastante contento de la necesidad de mirar atentamente donde pisaba, ya que eso me daba una excusa para no ojear a mi alrededor. El corredor del ático era negro como la pez y cubierto de telarañas, y por unos tres centímetros de polvo, excepto en un camino abierto hasta una puerta a la izquierda del final. Al percatarme de los podridos restos de una gruesa alfombra, pensé en los otros pies que la habían pisado décadas pasadas... en ellos y en algo que no tenía pies. El anciano me llevó directamente hasta la puerta al final del abierto camino y peleó un instante con el oxidado pestillo. Me sentí sumamente asustado al darme cuenta que la pintura estaba tan cerca, pero no me atreví a retroceder en aquel instante. En el momento siguiente mi anfitrión me introducía en el desierto estudio.

La luz de la vela era muy débil, aunque servía para mostrar la mayoría de los contornos. Me percaté del techo bajo y sesgado, la inmensa prolongación de la buhardilla, las curiosidades y trofeos que pendían de las paredes... y sobre todo, del gran caballete cubierto en el centro de la estancia. Entonces, De Russy se dirigió hacia aquel caballete, apartando las polvorientas colgaduras púrpuras por el lado contrario a mí, y me indicó silenciosamente que me aproximara. Me armé de valor para obedecer, especialmente al ver los ojos de mi guía dilatarse, bajo la luz oscilante de la vela, mientras miraba el desvelado lienzo. Pero de nuevo la curiosidad venció a todo lo demás, y me acerqué hasta donde estaba De Russy. Entonces vi la condenable cosa. No me desmayé... aunque ningún lector puede quizás entender el esfuerzo que conllevó el no hacerlo. Grité, deteniéndome bruscamente al ver la espantad mirada en el rostro del anciano. Como esperaba, el cuadro estaba combado, mohoso y enturbiado por culpa de la humedad y el abandono; pero, a pesar de todo, pude vislumbrar las monstruosidades insinuaciones de cósmica maldad exterior que asechaban a través del enfermizo contenido y la pervertida geometría de la indescriptible escena. Era tal como dijera el anciano: un infierno abovedado y columnado, de mezcladas Misas Negras y Aquelarres... y lo que su finalización hubiese añadido estaba más allá de mis conjeturas. La decadencia sólo había aumentado el total horror de su cruel simbolismo y aquella sugestión malsana, ya que las partes más afectada por el tiempo eran justamente aquellas que en Naturaleza o en aquel dominio extracósmico que se burlaba Naturaleza eran más aptas para degenerar o desintegrarse.

El supremo horror, por supuesto era Marceline... y mientras observaba la hinchada y descolorida carne tuve la extraña fantasía que quizás la figura del lienzo mantenía algún oscuro y oculto lazo con la figura que yacía en cal viva, bajo el suelo del sótano. Quizás la cal había preservado el cuerpo en lugar de destruirlo... ¿pero cómo hubiera podido conservar aquellos ojos negros y malignos que me observaban, y se burlaban de mí desde el pintado infierno? Y había otra cosa tocante a la criatura que no pude por menos que percibir... algo que De Russy no había sido capaz de expresar con palabras, pero que quizás tenía que ver con el intento de Denis de matar a todos los de su sangre que hubieran morado bajo el mismo techo que ella. Quizás Marsh lo sabía, o quizás el genio lo retrató inconscientemente, eso nadie puede decirlo. Lo cierto es que Denis y su padre no pudieron saberlo hasta ver el retrato. Superando a todo horror, estaba el serpentino cabello negro, que cubría el podrido cuerpo, y que no mostraba el más leve rastro de decadencia. Todo cuanto había oído sobre él quedaba ampliamente verificado. No había oído nada humano en aquel cordón sinuoso, un semiaceitoso, semiondulado torrente de serpentina oscuridad. Una vil vida independiente se proclamaba a sí misma en cada rizo y voluta antinatural, y la sugerencia de innumerables cabezas reptilianas en las rizadas puntas era demasiado marcada para ser ilusoria o accidental.

La Blasfemia entidad me apresaba como un imán. Me sentía inerme, y no me pregunté por qué el mito decía que la mirada de La Gorgona convertía a quienes la contemplaban en piedra. Luego creí ver cambiar al ser. Las lascivas facciones se movieron perceptiblemente, ya que las podridas fauces cayeron, permitiendo a los gruesos y bestiales labios mostrar una fila de puntiagudos colmillos amarillentos. Las pupilas de la diablesa se dilataron, y los mismos ojos parecieron desorbitarse. Y el pelo... ¡Ese maldito pelo! ¡Había comenzado a crujir y ondear perceptiblemente, las cabezas de serpiente volviéndose hacia De Russy y zumbando como si fueran a picar! La razón me abandonó por completo, y antes de saber lo que hacía, saqué mi automática y descargué las doce balas de acero sobre el impresionante lienzo. Todo se hizo pedazos, incluso el marco aposentado sobre el caballete, y resonó estruendosamente sobre el polvoriento suelo. Pero mientras este horror se quebraba, otro se alzaba ante mí en forma del mismo De Russy, cuyos enloquecidos gritos, al ver desaparecer la pintura, eran casi tan terribles como el cuadro mismo.

Con un semi-articulado grito de "¡Dios, ahora la ha hecho!", el frenético anciano me arrebató violentamente el arma y comenzó a arrastrarme fuera de la habitación por las desvencijadas escaleras. Había dejado caer la vela preso del pánico, pero el alba estaba próxima y una débil luz gris se filtraba por las ventanas polvorientas. Di traspiés y tropecé repetidas veces, pero ni por un instante mi guía aflojo el paso.

-¡Corra, hombre! -gritaba. ¡Corra, por su vida! ¡No sabe lo que ha hecho! ¡No le había contado todo! Eso era lo que había que hacer... el cuadro me hablaba y me lo dijo. Tenía que guardarlo y vigilarlo... ¡y ahora sucederá lo peor! ¡Ella y ese pelo saldrán de sus tumbas, con sabe qué propósitos! "¡Corra, hombre!

Por amor a Dios, salga de aquí ahora que aún está a tiempo. Si tiene un coche, lléveme a Cape Girardeau con usted. Me encontrará de todas formas, pero se lo pondré difícil. ¡Salgamos... rápido! Mientras llegábamos a la planta baja comencé a percibir un lento y curioso sonido procedente del fondo de la casa, seguido del ruido de una puerta cerrándose. De Russy no había oído el golpe, pero el otro ruido sí lo captaron sus oídos y le arrancó el más terrible grito que pueda emitir una garganta humana.

-Oh, Dios... buen Dios... eso era la puerta del sótano...viene...

En Ese momento yo estaba luchando desesperadamente con el oxidado picaporte y las flojas bisagras de la gran puerta delantera, casi tan frenético como mi anfitrión ante el sonido del lento y retumbante pisar que se aproximaba desde desconocidas estancias de la parte trasera de la maldita mansión. La lluvia nocturna había combado las planchas de roble y la pesada puerta se atascaba y resistía con mayor fuerza que cuando forzara la entrada la tarde anterior. En algún lugar, un listón crujió bajo los pies de lo que llegaba, y el sonido pareció arrancar el último resto de cordura al pobre anciano. Con un bramido como el de un toro enloquecido soltó su presa sobre mí y saltó hacia la derecha, a través de la abierta puerta de una estancia que consideré un recibidor. Un segundo después, mientras me abalanzaba por el destartalado porche para comenzar una loca carrera por el largo paseo invadido de hierbas, creí captar el sonido de muertas y obstinadas pisadas que no me seguían a mí, sino que se encaminaban hacia la puerta del recibidor cubierto de telarañas. Mientras me precipitaba entre los espinos y la maleza del abandonado camino, cruzando los moribundos y grotescos robles enanos a la gris palidez de un nuboso amanecer de noviembre, miré hacia atrás tan sólo un par de veces. La primera vez fue cuando me asaltó un olor acre, y pensé en la vela De Russy había dejado caer en el estudio del ático. Fue cuando estaba confortablemente cerca de la carretera, sobre el alto lugar desde donde el techo de la distante casa era perfectamente visible sobre los árboles que lo rodeaban; tal como esperaba, espesas nubes de humo brotaban de las buhardillas y se rizaban hacia los plomizos cielos. Agradecí a los poderes de la creación que una inmemorial maldición estuviera a punto de ser purificada mediante el fuego y extirpada de la tierra.

Pero en ese instante efectué la segunda mirada atrás y vi otras cosas... cosas que anularon la mayor parte del alivio y me propinaron el supremo golpe del que jamás me recobraré. He dicho que estaba en la parte más alta del camino, desde donde es visible la mayor parte de la plantación a mis espaldas. Esta panorámica incluía no solo la casa y sus árboles, sino también el abandonado, y en parte sumergido, llano junto al río, así como algunas curvas del camino sepultado por la maleza que tan apresuradamente había recorrido. En algunos de estos últimos lugares vi entonces algo o indicios de algo que desearía devotamente desmentir. Fue un débil, distante grito lo que me hizo volverme, y, al hacerlo, capté una sugerencia de movimiento en el plomizo y pantanoso llano tras la casa. Las distantes figuras humanas eran muy pequeñas, pero aun así supuse que los movimientos implicaban que una de las figuras era perseguida y la otra perseguía. También creí ver a la figura vestida de ropas oscuras adelantada y capturada por la calva y desnuda figura de detrás... alcanzada, apresada y arrastrada violentamente en dirección a la ahora ardiente casa.

No puede ver el desenlace, ya que una visión más cercana, en ese momento, se entrometió. Una sugerencia de movimiento entre los arbustos en un punto a alguna distancia, atrás, a lo largo del desolado camino. Inconfundiblemente, las malezas y matorrales y espinos se agitaban sin que fuera obra del viento, ondulando como si alguna veloz y gran serpiente reptara por el suelo en mi persecución. Esto fue cuanto pude aguantar. Huí por el portal, enloquecido, indiferente al desgarrar de ropas y a los rasguños sangrantes, y salté al coche aparcado bajo los grandes árboles de hoja perenne. Era un espectáculo desastrado y empapado de lluvia, pero el motor estaba intacto y no tuve problemas para arrancar. Conduje ciegamente en la dirección hacía donde apuntaba el coche, sin pensar en nada excepto en escapar de aquella espantosa región de pesadillas y cacodemonios... alejarme tan rápido y lejos como me lo permitiera la gasolina. Seis o siete kilómetros adelante, un granjero me saludó... un amable campesino de mediana edad, habla arrastrada y considerable conocimiento sobre el lugar. Me alegré de detenerme y preguntarle mi dirección, aunque sabía que debía presentar un aspecto bastante extraño. El hombre me indicó sin titubear el camino a Cape Girardeau y me preguntó cómo había llegado a ese estado y en una hora tan temprana. Pensando que era mejor contar poco, simplemente mencioné que me había sorprendido la lluvia nocturna y que había buscado refugio en una granja cercana, tras lo que me desorienté entre la maleza, tratando de encontrar mi coche.

-¿Una granja, eh? Me pregunto cuál puede ser. No hay ninguna a este lado excepto la de Jim Ferris cruzando Barrer's Crack, y eso esta a treinta kilómetros por lo menos.

Me sobresalté, preguntándome qué nuevo misterio auguraba esto. Luego interrogué a mi informador sobre si conocía la gran y arruinada casa de labor, cuyo antiguo portal flanqueaba la carretera no mucho más atrás.

-¡Mejor no hablar de ello, forastero! Hubo algo allí hace algún tiempo. Pero la casa ya no está. Ardió hace cinco o seis años... y la gente cuenta extrañas historias sobre ella.

Me estremecí.

-Se refiere a Riverside... la casa del viejo De Russy. Sucedieron cosas extrañas allí, quince o veinte años atrás. El hijo del viejo se casó con una moza del extranjero, y algunos piensan que era de una clase muy rara. No les gustaba su forma de ser. Luego, ella y el chico se marcharon de repente y, más tarde, el viejo dijo que él murió en la guerra. Pero algunos negros contaron cosas extrañas. Dicen que el viejo se enamoró de la chica y que los mató, a ella y al chico. El lugar es, de seguro, el cazadero de una serpiente negra, sea lo que sea.

Hará unos cinco o seis años, el viejo desapareció y la casa ardió. Algunos dicen que se quemó dentro. Fue una mañana después de la lluvia, tal que hoy, cuando un montón de gente escuchó un espantoso griterío por los campos; era la voz del viejo De Russy. Cuando se pararon y miraron, vieron la casa llenarse de humo tan rápido como un pestañeo... el lugar era como la yesca, con lluvia o sin ella. Nadie volvió a ver al viejo, pero a veces algunos dicen que el fantasma de esa gran serpiente negra ronda por allí. ¿Qué tiene eso que ver con usted, de todas maneras? Parece haber conocido el sitio. ¿Ha oído la historia de los De Russy? ¿Cuál piensa que fue el problema con la chica con la que el joven Denis se caso? Hacía a todos estremece y sentir odio hacia ella, aunque nadie pudo decir nunca por qué.

Yo estaba tratando de pensar, pero el proceso casi estaba más allá de mi capacidad. ¿La casa se quemo años atrás? Entonces, ¿Dónde y bajo qué condiciones había pasado la noche? ¿Y por qué sabía tales cosas? Mientras sopesaba el asunto, vi en la manga de mi chaqueta un pelo... el corto y gris cabello de un anciano. Por fin, me fui sin más preguntas. Pero insinué a aquel charlatán que estaba equivocado sobre aquel pobre anciano plantador que tanto había sufrido. Le dejé claro como si viniera de lejanos pero auténticos comentarios de amigos que la única causa del problema en Riverside fue la mujer Marceline. No estaba acostumbrada a los usos de Missouri, dije, y fue un error el que Denis la desposara. No profundicé más, ya que sentía que los De Russy, con su puntilloso y querido honor, y su alto y sensible espíritu, no hubieran deseado que dijera más. Bastante habían sufrido, Dios lo sabe, sin necesidad que sus paisanos supusieran que un demonio del abismo una Gorgona de las arcaicas blasfemias hubiera llegado a ostentar su antiguo e inmaculado nombre.

No era justo que los vecinos llegaran a conocer aquel otro horror que mi extraño anfitrión nocturno no se atrevió a contarme... ese horror que hube de aprender, como lo aprendí, por detalles de la perdida obra maestra del pobre Frank Marsh. Sería bastante espantoso que ellos supieran que la una vez ama de Riverside la maldita Gorgona o lamia cuyo odioso pelo ondulado o pelo de serpiente debía aun rumiar y enroscarse sobre el esqueleto de un artista, en una tumba llena de cal bajo la carbonizada mansión era débil y sutilmente, aun a los ojos del genio, el vástago indiscutible de los primeros pobladores de Zimbabwe. No es de extrañar que tuviera un lazo con la anciana bruja Sophonisba... ya que, aunque en una diluida proporción, Marceline era negra.

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