Capitulo Diescisiete.

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Ludmila Steele.

Me desperté como cualquier otra mañana, a excepción de que me encontraba en casa de Renata.

Ya estaba en mi trabajo, esperando a que algún cliente llegara.

Trabajo de secretaria en un consultorio médico. Si lo sé, mala decisión. Pero bueno, es lo primero que encontré. Era eso o era enfermera. Pero si llego a ser enfermera, el pobre paciente muere.

El timbre de la puerta provocó que mis pensamientos salieran de mi mente. Pulsé el botón para que la persona pudiera abrir la puerta.

- Um, buenos días, quisiera hacer turno. - Dijo una voz masculina.

Asentí sin subir mi mirada. No tenía animos de nada, estaba cansada por el juego que tuvimos los chicos y yo ayer.

- Claro, ¿para que hora? - Pregunté.

- Quisiera el turno para antes de la hora de tu salida. - Dijo él.

Subí mi mirada para divisar al chico que me hablaba.

- Woah.. - Susurré.

Que belleza..

Él me sonrió, mostrándome su perfecta dentadura.

- Pedro, me llamo Pedro. - Se presentó.

- Ludmila - Le sonreí.

Ana Villasmil.

- ¡Ana! ¡An, levántate que vas tarde! - Me gritó Andrea desde la planta baja.

Gruñi girándome en mi eje.

- ¿Tarde para que? - Le grité sin abrir los ojos.

- ¡TU TRABAJO! - Gritó Andrea devuelta.

¿Trabajo? ¿Que trabaj- ¡oh mierda!

Mis ojos se abrieron de golpe. Mi cuerpo automáticamente se levantó de la cama. Comencé a quitarme la ropa mientras corría hacia el baño. Giré el grifo y entré a la bañera. Me bañe en tiempo record y salí. Me vestí con lo primero que encontré y bajé las escaleras de dos en dos. Una vez abajo, me despedí de Andrea y comencé a correr. Vi un taxi estacionado así que me subí al taxi.

- A la tienda de deportes, rápido por favor. - Le hablé al taxista.

- Um.. disculpa, pero al parecer estás en un taxi ocupado. - Habló una voz másculina a mi lado.

Me giré y vi a un chico, el cual me sonrió mostrando una pila de dientes perfectamente blancos.

- Yo, um, lo siento. - Dije un tanto avergonzada.

Iba a bajarme del taxi pero el chico me detuvo.

- No, está bien, después de todo creo que nos dirigimos hacia el mismo lugar. - Me sonrió él.

- ¿Trabajarás en la tienda? - Pregunté.

Él negó.

- Realmente, ya trabajo en ella. - Se encojió de hombros. - Por favor, a la tienda de deportes. - Le habló al taxista.

El taxista asintió y puso el coche en marcha.

- Por cierto, Me llamo Robert. - Dijo él.

Yo le sonreí.

- Ana.

Monse Diaz.

Toqué la gigantesca puerta varias veces, para luego alejarme de ella. Luego de varios segundos, una mujer de unos treinta y tantos años abrió la puerta con una gran sonrisa.

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