El ruido que acompañó a las puertas de cristal abiertas se dispersó en todas direcciones, dando paso a la enfurecida figura que se distinguía entre sombras de la noche. Su cabello multicolor ondeanba e iluminaba parte del espacio, haciendo brillar, con él, el celeste intenso de sus ojos, cual dos pequeñas linternas oscilando en una oscuridad preocupante.
Los grandes e imponentes hombres la seguían de cerca, aún cuando no era necesario. La furia que guiaba sus pasos cada vez más lejos de la institución era suficiente para que no se atreviera a retroceder, acompañado de un orgullo latente que le impedía volver tras sus propias huellas.
La entrada del castillo se alzaba con fuerza en la parte más alejada de su campo de visión, tan lejos, que si no fuera por la luz de la luna arropando la silueta de la puerta, seguramente la hubiera confundido por la interminable pared traslúcida. No podía creer que sería la última vez que estuviera en el castillo de cristal y mármol, lejos de los libros de magia, los hechizos y los conjuros, y conforme luz se hacía más brillante cada vez que se acercaba al umbral, la resignación se negaba a llegar.
¿Cómo se atrevían? Expulsada. La reina— Aunque sus recientes actividades se habían ganado a gritos una destitución que, lamentablemente no sucedía— la había expulsado al mundo de los Normus, [1] al mundo ordinario al cual se había prometido a sí misma nunca volver, al cuál su misma madre, años antes le había jurado que no la mandaría de nuevo. Había muchas promesas rotas ese día en particular, y algo le decía a ella que no sería la última.
Y era que su madre bien sabía lo desagradable que era ser una criatura mágica, Himelsk en especial, despojada de sus habilidades, y sin reparo alguno la arrojaba a su merced , sin siquiera dignarse a despedirse, más cuando ella no había hecho nada malo para merecer atroz castigo. Bien parecía que los rumores que recorrían Lincevstial eran ciertos; la reina de los Himelsk no poseía sensibilidad alguna. Utilizaba a las personas que servían y a las que no, las desechaba. Y aunque ella había pasado los últimos años desde que el rumor se había extendido terca en desmentirlos, cegada por viejos recuerdos del amor de la figura materna con la que había crecido— Razón por la cuál alegaba que dichas personas no sabían de lo que hablaban— ahora tenía que darles la razón, con todo el dolor y confusión que albergaba su pecho.
Segel había cometido el error de ver algo que no debía de ver y ahora se atenía a las consecuencias, consecuencias que no creía merecer en lo absoluto. Era la princesa, tenía derecho de saber que ocurría en su reino, y no podía ser desterrada por ello.
Sus pasos se desestabilizaron al llegar frente a la puerta, el portal de salida que jamás volvería a cruzar para entrar.
De pronto no quiso. Quería quedarse, pues aquel era su hogar, su elemento, su reino y dónde estaba su pueblo. Ajustó su mochila con los pocos libros e ingredientes que había podido coger sobre su espalda y se plantó en el umbral, recia a irse.
Pero los hombres fornidos con su arisca mirada , seguro abatidos por qué hubieran interrumpido su sueño a media noche, la tomaron de los brazos, abrieron la puerta y se enfrentaron al frío ambiente del exterior, alzándola y comenzando a caminar hacia el agujero. Sus alarmas se encendieron.
—¡No! ¡No pueden hacerlo! — exclamó histérica Segel, dejando el orgullo real de lado para permanecer en su hogar— ¡Yo pertenezco aquí! No me puedo ir, yo... No puedo.
Pero los hombres poca atención le ponían a sus súplicas y lamentos, y, olvidando al parecer de que era de su princesa de quién se trataba, la cargaron bruscamente para llevarla hacia el portal mágico que la alejaría de manera definitiva de todo su mundo. Y por más que ella trataba de utilizar su magia, era inútil, su madre la había imposibilitado, al menos por el momento. Y no era como si hubiera podido usarla después.
—¡No! No, no— sus gritos eran desgarradores y sus lágrimas saladas se escapaban de sus ojos. En esos momentos deseaba no haber visto nada, no haber salido de su habitación a altas horas de la noche— Por favor... ¡No lo hagan!
Se sujetó de sus brazos, aferrándose con uñas cuando la sostuvieron sobre el agujero. Seguía gimiendo "No" con desesperación.
— Por favor— susurra ella, pero con una última mirada, que decía que ellos nada les importaba su destino en un mundo desconocido sin magia, la soltaron
— ¡No!
Fue lo que grito ella mientras caía. Los guardias se adentraron de nuevo al castillo como si acabaran de tirar las bolsas de basura, más enfocados en recobrar su sueño que en otra cosa, mientras la chica, ahora sin magia, se perdía en la oscuridad de mundo ordinario.
°°°
[1] Normus: termino que utilizan los seres mágicos para referirse a un ser humano sin magia.
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El Imperio caído de Sugar
Fantasy"Cuando la armadura vacía es destrozada, el imperio cae" Una estrella agoniza si la alejas de su cielo. Un brillo se apaga si robas la dicha de su origen. Un alma se muere cuando su espíritu se fuga. La oscuridad crece en lugares donde hay luz, pe...