Domando a Eylene

61 14 8
                                    

Capítulo once: Domando a Eylene.



—Recuérdame otra vez porqué hago esto.

—Porque es tu trabajo, Sugar.

—Pero no quiero — le respondió a su amigo con un puchero, sujetando bien sus manos al manubrio de la bicicleta y con sus pies muy aferrados al concreto.

Era lunes, inicio de una nueva semana, y aunque no era de su agrado, Adler prácticamente la estaba obligando a seguir las responsabilidades que aquella Sugar falsa tenía, y eso incluía, para su desgracia y la de su vestuario, trabajar todas las tardes como repartidora de Mickey’s Pizzas, la pizzería local de Woddley Rich, el pueblo elitista en el cual vivía Sugar.

La semana anterior Sugar había faltado con la excusa de estar enferma, pero ese día su jefe llamó, argumentando que ya había tenido cinco días de descanso, suficientes para una gripe común. Y no podía renunciar a su trabajo, pues las reservas de comida de Osiris estaban notablemente raquíticas, y su Gill, su madre, —o Gisatán, como la había apodado Adler — les había dejado claro innumerables veces que ella no daría un centavo para ese gato.

Y a Gisatán no se le podía engañar, porque controlaba las tarjetas de Sugar y le prohibía sacar dinero en efectivo.

<<Es un demonio astuto>> había dicho Adler cuando explicó esa situación a su amiga. Y Sugar le dio la razón, por supuesto.

Los problemas de verse obligada a hacer eso eran infinitos, tantos que Sugar no sabía ni cómo empezar a enumerarlos.

Primero, el uniforme era terrible. Consistía en un pantalón suelto color negro que no le favorecía para nada a su figura, con una camisa polo de tela gruesa y botones en el cuello que era cubierta por puntos blancos, en la espalda había una pizza y en el extremo superior derecho de la parte frontal de la camisa estaba el logo de la pizzería; al otro lado había una placa con su nombre, mal escrito, por cierto, pues en vez de “Sugar” decía “Sogar”.

Y a eso, le sumaba un gorro de Minnie Mouse que iba con la temática del restaurante. Ni siquiera era una diadema un poco más discreta, no, era un gorro negro de plástico con un moño rojo gigante con puntos blancos y de tela claramente barata.  Eran, lejos, las peores prendas que figuraban en su armario, y si hubiera tenido elección, jamás lo hubiera usado.

El segundo punto en contra de aquella aventura que tendría que vivir era la vergüenza a la cual estaba a punto de ser sometida. Todavía se le dificultaba hacer oídos sordos a los comentarios ajenos, más después de haberse alimentado con ellos por tanto tiempo, y no creía que ese hábito fuera a abandonarla dentro de un tiempo. En dos días no se superaban todos los obstáculos, pero había algo dentro de Sugar, una chispa de naturaleza desconocida que la ayudaba a adaptarse rápido física y mentalmente.

Eso lo había visto a lo largo de su vida, con su mejor amiga, con su madre, con sus situaciones y, lamentablemente, también por su deceso a manos de la popularidad.

La siguiente era que hacía doce años que no andaba en bicicleta, y nunca había intentado utilizar una eléctrica. La situación le aterraba, pues temía pedalear apenas medio metro y acabar barriendo el suelo con su rostro. Más aún llevando en la caja pesada y voluminosa en la parte de atrás de su bicicleta habría cajas de pizza humeante y caliente que descontarían de su sueldo si se caían.

Y no era que le pagaran una fortuna.

Y otra razón importante, era que si lo arruinaba, la cambiarían de puesto a uno aún más inquietante: la botarga de la tienda.

Si arruinaba muchas pizzas, sería obligada a utilizar el apestoso y caluroso disfraz de Minnie pizzera durante toda una temporada.

Le aterraba. Era como si le dijeran que si no mataba a alguien la meterían a un ataúd y la enterrarían viva.

El Imperio caído de SugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora