La bendición de Sonya

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Capítulo veintisiete: la bendición de Sonya.

La mañana de sábado Sugar estaba en la biblioteca cuando Sonya le llamó. La rubia no solía ir a ese lugar; de hecho, antes de ese momento, ni siquiera había entrado, pero no había olvidado las fotos y la hoja de jeroglíficos que había sacado del cuarto de Adler, y una vez que no pudo encontrar nada en Internet, tuvo que recurrir a la biblioteca, la más grande de Woddley Rich, donde había miles de libros viejos e información que ni sabía que existía.

Desde ese día donde descubrió las escrituras inentendibles, había dedicado sus noches a investigar en internet su procedencia, pero solo había servido para revolver más su mente. Aquellos trazos más sencillos arrojaban resultados de alguna base de latín antiguo mezclado con una lengua de una civilización perdida. Pero la verdad era que esa información era inútil; el latín más antiguo ya se había perdido, o era información tan vieja que no se encontraba en el internet, y había millones de civilizaciones perdidas cuya existencia específica ni siquiera se conocía, menos aún había registro alguno de su lenguaje. Por más que se había desvelado buscando, todos los buscadores y páginas web habían resultado ser más inservibles que su propio cerebro, incluso cuando había intentado con todo. Buscaba con "lenguas perdidas", "civilizaciones antiguas y su lenguaje", e incluso había buscado "lingüística ficticia de cuentos de hadas", pero nada se parecía a sus jeroglíficos, o al menos no más de un veinte por ciento. Le encontraba parecido al latín y a una lengua ficticia de ángeles encontrada en un libro de fantasía que había tenido pésimas críticas, y no tenía nada que ver.

Eso la había desanimado, pero no pensaba rendirse tan fácilmente, y decidió levantarse ese día a primera hora para ir a la biblioteca para hundir su nariz en libros empolvados y viejos de historia y filología con la intención de encontrar algo. Apenas llevaba tres horas, pero la frustración ya se hacía presente en ella al no encontrar nada. En eso andaba cuando su teléfono sonó y al contestar, una enérgica Sonya le gritó desde el otro lado de la línea.

—¡Sugar! ¿Dónde estás? ¿Te quedaste dormida o algo?—preguntó sin decir hola, con la voz algo agitada. A Sugar le sugirió la sensación de que algo se le había olvidado, pero no pudo recordar qué.

—Eh... no, estoy en la biblioteca, ¿Por?

—Por dios, si serás nerd. Estoy afuera de tu casa.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque me quiero casar contigo—dijo con notable sarcasmo—. Pues porque te dije que te llevaría a comprar ropa y, de paso, desestresarte un poco, que me causa urticaria solo verte tan ocupada.

Sugar iba a quejarse, pero no pudo. La verdad era que entre la escuela, la tarea—que ahora intentaba de hacer, por puro entretenimiento y porque ya no había nadie dispuesto a hacerla por ella—, el trabajo, Osiris y sus investigaciones secretas, no tenía tiempo para mucho. Y con su mente ocupada la mayor parte del tiempo, ni lo notaba, pero el resto de las personas sí, porque su cuerpo siempre se encontraba tenso, descuidaba su aspecto y ojeras moradas y suaves se dibujaban bajo sus ojos. Solo era una semana, sí, pero el tiempo pasaba muy lento para ella y sentía que eran años. A veces, se preguntaba si no era que en verdad el tiempo pasaba más lento en esa realidad, ya que sentía que los días tenían cuarenta y ocho horas y no veinticuatro. Claro, tal vez sus pocas horas de sueño, su mente tan ocupada y el cambio de rutina solo le causaba esa impresión, pero ella estaba medio loca y solía sentirse de esa forma todo el tiempo.

—Perdón, sé que me dijiste, pero es que estoy ocupada. Podría ser otro día.

—No, para nada. Voy a ir a ese lugar y te sacaré a rastras o en costal si hace falta. No es sano, niña. Debes de salir, tomar sol, convivir con los mortales un rato.

El Imperio caído de SugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora