Capítulo siete: La reina Segel.
Segel lucia diferente en comparación con los primeros días ahí. Ya no había suciedad en su rostro, ni peinados estrafalarios. Llevaba puesta una falda de diseño abstracto que le llegaba por encima de sus rodillas y una blusa negra que se ajustaba a su figura, con un blazer blanco y zapatos de tacón del mismo color. Era excéntrico, pero, por más que a Sugar le doliera admitirlo, se le veía asombroso.
Su cabello multicolor había sido cortado hasta su cintura (que, aunque no lo pareciera, suponía una gran diferencia a como estaba) y el color se había debilitado, dejando una masa multicolor perp descolorada de cabellos celestes. Tenía el cabello semi-peinado con unas trenzas en la parte frontal de su cabeza, dándole un aire angelical. La apariencia de lunática había dejado por completo su persona, convirtiéndose en una chica de porte recto e imponente que con una mirada te quitaba el aliento.
Sugar nunca se había sentido tan enojada. Ni tan asustada. Lucía cómo la reina sustituta de sus pesadillas. Si había algo peor que tener pantalones no ajustados y ropa de albañil en su ropero, era que su puesto haya sido usurpado ni más ni menos que por el fenómeno de la preparatoria de hacía menos de dos días.
Y Sugar sabia. Muy en el fondo ella sabía que todo eso había sido causado por Segel. La sonrisa maliciosa en sus labios que había esbozado segundos antes era la prueba, prueba que lamentablemente solo ella había visto. Parecía una reina malvada sacada de una película de cuentos de hadas, su sonrisa de Blancanieves transformada en la maliciosa risa de Maléfica.
El tic en el ojo de Sugar le daba una apariencia de lunática, mientras el vestido que traía puesto no la ponía en sus mejores momentos. Adler estaba cerca de ahí, desistiendo de sus intentos por evitar que hiciera una tontería. La estupidez había comenzado, y no había forma de que el fuera de detenerla. No podía.
—Disculpa, ¿Quién eres?— dijo Segel con evidente cinismo e hipocresía adornando su voz. Sugar bufó. Quién iba a decirlo, la chica había aprendido rápido.
La rubia no podía pensar con claridad, sus pensamientos estaban nublados por la ira, y, porque no decirlo, un poco de locura encausada. No sabía bien como era que estaba segura de que ella le había hecho eso, pero su certeza no vacilaba. No tenía idea de como, de qué forma o cuando había pasado, pero algo había hecho esa chica. Le había robado la vida. Algún vudú, ritual o magia rara había hecho.
Eso sonaba loco, pero en vista de lo que estaba pasando, ya no podía apegarse a la idea de que no existía. De pequeña solía pensar que todo era posible. La magia, los rituales, las brujas y los demonios, los angeles, las hadas. Pensaba que los tontos eran los humanos, por estar tan encerrados en sí mismos y cerrar ellos mismos sus ojos, y que esos seres se encantaban de engañarlos, viviendo en un lugar que solo ellos podían ver.
Con el tiempo abandono esas tontas creencias, pues su madre, Jaden y todos se lo decían. Solía soñarlo cuando Gwen vivía, pero una vez que murió, sus esperanzas murieron con ella.
Pero ese día, otra vez, se plantó la existencia de esos seres, y estaba segura de que frente a ella, vestida de florecita, estaba la más cruel de todas.
Bueno, decirle cruel, probablemente era exagerado tomando en cuenta su comportamiento previo, pero cambiar su vida, aunque no supiera como lo había hecho, era maquiavélico.
—No te hagas la estúpida conmigo— dijo con sus dientes apretados, colocando sus palmas con fuerza sobre la mesa. Poco a poco, comenzó a atraer miradas, pero su mente estaba dormida y no carburaba todo eso. Estaba en la línea de peligro y no caía en la cuenta aún— Devuélveme mi vida, fenómeno. ¡Tú me hiciste esto!
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El Imperio caído de Sugar
Fantasy"Cuando la armadura vacía es destrozada, el imperio cae" Una estrella agoniza si la alejas de su cielo. Un brillo se apaga si robas la dicha de su origen. Un alma se muere cuando su espíritu se fuga. La oscuridad crece en lugares donde hay luz, pe...