Sabotaje (parte uno)

66 11 11
                                    

Capítulo doce

Sabotaje parte uno: Preparaciones.






La mañana del jueves, iniciando con un enfermizo canto de pájaros terrestres y nada extraordinarios, Segel despertó con peor humor. Así parecían funcionar sus días, en vez de mejorar, empeoraban.

Le dio los últimos toques a su cabello frente al espejo, casi llorando ante la textura seca y descolorida que tenía. Cada día este se resecaba más, sin importar que tantos menjurjes rejuvenecedores aplicara. Esas pociones inservibles que, según la cajita mágica que había en sus aposentos — era un televisor, pero ella no lo sabía— te rejuvenecían en cuestión de días. Era una vil mentira.

Pero parecía que aquellas cosas llamadas shampoo, acondicionador y aceites solo marchitaban más su cabellera, su hermoso cabello que antes irradiaba magia y ahora solo parecía alambre de púas bajo sus dedos mientras lo acomodaba en el sencillo recogido que disimulaba las puntas abiertas.

Ella sabía bien que estaba causando eso: al igual que su cabello, su cuerpo y salud también habían resentido de forma prematura las consecuencias de estar en el mundo de los Normus. Se sentía más cansada, esa vigorosidad que la caracterizaba cuando entrenaba en el salón de pelea en el palacio de cristal, aquella fuerza mental que demostraba cuando irrumpía en la sala de juntas, y el efecto iridiscente y mágico que producía su presencia se había ido, y se sentía como un cascarón seco. Ese mundo sin energía terrenal estaba secando su energía.

Segel estaba consciente de que eso pasaría en el momento en el que fue desterrada, y por eso no escatimó en precios cuando tuvo la mínima oportunidad de vengarse de aquella escoria humana que poseía el vulgar nombre de "Sugar Bronson". Su odio hacia ella era desmesurado e incluso sin sentido, tanto que a veces pensaba que solamente estaba volcando todo su odio en ella, todo el dolor que sentía, porque su lado Himelsk, su naturaleza bondadosa, le quería hacer entrar en razón, le quería dar a entender que ella ya había sufrido, que había más oscuridad en su vida qué los colores que quería aparentar y aún así se sentía con la necesidad de hundirla. De hacerla llorar y suplicar. De arrepentirse incluso de su propia existencia, y aunque ese pensamiento era alarmante, decidió ignorarlo.

Su naturaleza bondadosa estaba muriendo, resintiendo el entorno en el que se encontraba, y pronto, ella lo haría también, así que, ¿Qué caso tenía retener sus deseos de venganza? Lo único que podía hacer era disfrutar de la alabanza vacía que aquella vida de reina escolar le ofrecía, y aunque no se sentía ni remotamente igual a ser princesa de su lugar de origen, bastaba para llenar el vacío y eso, en ese momento era suficiente para ella.

Cuando se dió cuenta de que ya no podía hacer más por su cabello y que el maquillaje en su rostro para igualar su belleza sobrenatural ya estaba a nada de transformarse en una máscara de payaso sobrecargada, decidió irse a la escuela, aún cuando los principios que "aprendía" ahí eran absurdos.

No podía entender la necesidad de los humanos de buscarle una explicación comprobable a todos los fenómenos que se le presentaban, como si añoraran ser los conocedores de todo y que ese "todo" tuviera explicación lógica, en vez de entender que el equilibrio requería un poco de misterio y maravilla. El punto de la vida era maravillarse por los sucesos sin tratar de entender el porqué, disfrutar de la magia sin buscar todo el tiempo exhibir al mago. Pero no parecía ser su objetivo y ella no estaba ahí para entenderlos o para hacerlos cambiar de parecer. Tenía poco tiempo, y si había ganado humillación pública por tratar de abrir ojos ciegos en una sociedad tan pequeña e insignificante como una preparatoria, entonces no ganaría nada enfrentándose a un mundo lleno de escépticos cuyo deseo de saber y sobresalir sobre todo y todos cegaba su capacidad de ver más allá de sus teoremas y hechos fundamentados.

El mundo estaba podrido si en una significante población como Marlwood High, no podían mantener el orden. Así pensaba ella.

Si es insignificante, ¿No eres más insignificante tú por atarte a ese lugar en tus últimas oportunidades teniendo todo el mundo por delante?

Eso fue lo que le dijo la voz en su cabeza, pero prefirió, como siempre, ignorar su voz en vez de escucharla. Ella sabía bien porque lo hacía, pero no quería pensarlo demasiado. Si había algo que no necesitaba era sumarle a su agonía constante el peso de la conciencia.

Subió a su auto después de despedirse de sus supuestos padres–quiénes eran más lame botas que el consejero real de su madre, quien solo aceptaba sus deseos para no ser removido de su puesto– y se dispuso a ir a la preparatoria. Ya se sabía el camino de memoria, pero así como estaban las cosas, no podía darse el lujo de confiar en su brillante memoria, que podía fallar en cualquier momento, y prefirió guardar toda dirección relevante en el GPS, una maravilla que su supuesto novio Jaden le había explicado, ansioso por algo de toqueteo. Baja de su auto al llegar a la preparatoria y, hablando del rey de Roma, el sujeto llegó hacia ella, seguido de las gemelas copia, personas que le irritaban y satisfacían en partes iguales.

Era sorprendente la falta de razonamiento en aquel ser humano, y no solo en el, si no en todos los que la rodeaban, Janik y Naley eran un claro ejemplo, parecían doncellas reales sin importancia, pero que le concedían hasta la dignidad a cualquiera con la posibilidad de subirlas de puesto. Todo ahí era similar, pero al mismo tiempo muy diferentes a su lugar de origen.

En la villa Lincevstial no eran tan estúpidos. Porque los humanos eran estúpidos e insignificantes y ahí, solo los veía como un instrumento para su fin. Literalmente, su fin.

Estaba caminando de la forma más elegante posible por el pasillo con las dos chicas flaqueándola como guardias de seguridad, pero Segel estaba segura de que para lo único que servirían en caso de ataque, era para limpiarse los pies antes de lanzar una patada. Jaden, el supuesto novio de Segel, caminaba a su lado observando su cuerpo con lascivia. Su cerebro le parecía a ella similar al de un rilleryus , un roedor originario de los campos del mundo himelsk que se asemejaba a las ratas del mundo humano, pero más bien de las pequeñas y nada astutas, que solo buscaban comida y podían ser destruidas fácilmente con un chasquido de dedos.


Parecía siempre estar pensando en actividad sexual y hablando francamente, su aspecto físico le hacía dudar de el concepto humano de "belleza". Para ella, el entraba en la categoría de "poco agraciado" de su mundo, pero ahí, el estaba en el foco de deseo de todo ente femenino e incluso uno que otro masculino que disimulaba su interés con miradas que pretendían ser envidiosas. Pero a un ser celestial como ella no podías engañarlo con facilidad. No con aquellas tácticas simples.

Si bien la caminata se le antojaba tan vacía como frívola, las miradas de respeto, sumisión y miedo, como si la vieran como algún ser al cual obedecer, la alimentaban y le daban fuerzas para continuar. Era una increíble recompensa, como si le diera su lugar en un mundo donde no sentía que lo tuviera.

El resto de sus movimientos en el día fueron mecánicos y simples, o al menos todo el que tuviera con una vida cotidiana, pero en cuanto sintió la presencia de Sugar — a tales extremos llegaba su odio, que ya reconocía su aura extraña — , sonrió de forma maquiavélica imaginándola vistiendo algo totalmente ajeno a ella misma y con el rostro pálido incluso antes de verla. Por el rabillo del ojo se dispuso a  deleitarse con el panorama, mientras fingía escuchar a las gemelas y su parloteo incesante que se escuchaba en sus oídos más como un pitido que como una conversación real.

Pero tal era su sorpresa, cuando notó que su nombrada gran enemiga había recobrado el color y de ella emanaba una energía nueva. Su ropa seguía sin ser un conjunto ganador de un premio, pero aquel vestido de mezclilla ajustado a su cintura le daba una belleza natural que nadie había visto en ella, y por primera vez, sonreía con honestidad mientras sacaba sus libros del casillero parloteando animadamente con el chico que recordaba del primer día — Adler Prince, le había comentado Sonya que era— y con el cual reía como si no hubiera problemas que le apañaran. Como si lo pasado una semana atrás, tan solo hubiera sido una mala racha de recuerdos agrios que pueden ser superables.

Y eso le escoció el alma a Segel. No había explicación valida para la rabia que le consumía al ver a la chica feliz, sonriéndole a alguien que le devolvía la misma sonrisa alegre. La forma en la que su rostro iluminado y el aura que le rodeaba se volvía más ligera. Si ella se estaba volviendo un monstruo, Sugar no podía ser feliz.

Si Segel no era feliz, ella tampoco podía serlo, segel se negaba a permitirlo.

En su mente se presentó varias veces la idea de alejar al chico de su lado. La primera vez que la idea vino a su mente fue aquel viernes en el que había visto en primera fila la reacción de ella cuando el le mostró apoyo. Era casi inhumano, no sabía que algún humano pudiera provocar ese efecto en alguien; la calma, la tranquilidad...

Aquel día ella estaba haciendo lo mismo que ese jueves; escuchando la voz de sus acompañantes como si fuera música de elevador — es decir, ignorándola — mientras su cuerpo y su mente sufrían el inicio del degrado inevitable. Estuvo tratando de mitigar el dolor cuando la vio. Primero estuvo pálida, asustada mientras los veía a ellos, y la oscuridad que empezaba ya a cubrir su alma se sintió reconfortada, como si fuera un paso más para dejar morir su naturaleza. Pero entonces Adler, perspicaz, los fulminó a todos con aquellos ojos verdes que parecían perforar almas y tomó la mano de la chica.

Pudo ver el cambio que le figuró en el rostro cuando una mano se entrelazó con la suya, y al ver recordar al chico que la acompañó el día de su humillación, se preguntó si había sido efecto colateral de su acto y se maldijo a sí misma de la mera posibilidad. No le gustó en lo absoluto su sonrisa de calma y tampoco la fuerza que demostró cuando le dedicó su mirada altiva al grupo, y — Segel así lo sintió— específicamente a ella. Rechinó los dientes, en disgusto. Cada sonrisa en los labios de Sugar era una patada en el estómago para Segel. Era más que enemistad, era repudio que, si se ponía en análisis, no era proporcional al daño que  había causado.

Debía de alejarla de el, debía de destruir cualquier fuente de fuerza para dejarla en el suelo sin ganas ni de respirar. Por segunda vez en el día se asustó de sus pensamientos, pero no había lugar de eso en su cerebro. El tiempo corría y la oscuridad creciendo dentro de ella en remplazo de la fuerza que perdía le impedía perdonar.

—Entonces yo le dije, "no me interesa lo que...

—Naley, cállate de una vez— interrumpió entonces Segel con su mirada fría e irritada, como lo llevaba haciendo desde que llegó. La chica suspiró.

—Yo soy Janik, tu id...

Su frase se interrumpió por el golpe que su hermana le proporciono. Se dedicaron miradas significativas y finalmente, habló Naley, la cual parecía ser la más estable y sensata de las dos. Segel pensó y tuvo certeza de que el "clon" era Janik. Uno muy mal hecho. Eso fue aquel día, claro, ya pasado el tiempo solo pensaba que ambas eran un mal chiste de la creación.

—Lo que mi hermana intenta decir con sus palabras de mono, es que.. es gracioso que todavía no te aprendas los nombres, claro, no es que importe, es decir....

<<No, ambas son igual de estúpidas. Te equivocaste Segel >> Pensó entonces.

— Tú también cállate— espetó Segel a la gemela de regreso.

No sé molestó en prestarles más atención y volvió su vista a lo que realmente le importaba: Sugar. Y lo que vio al regresar su vista, le hizo enrojecer.

No supo porqué, pero le revolvió el estómago ver a Sonya hablando tan amablemente con ambos chicos, como si no hubiera diferencia en las escalas sociales. Su  oído desarrollado le permitió escuchar la conversación, y le molestó el desdén con el cuál Adler se refería a ella, pero más allá de aquello, le molestó ver el interés de Sonya en Adler y las ganas en Sugar de agradarle. Aunque Sonya era más difícil a todos los humanos, contaba con poder manipularla a voluntad, y sacar aunque sea una mínima ventaja de eso, teoría que luego tuvo que refutar. Aquella conversación le  aportó más información de la saludablemente conveniente, pero no le importó. Quería usarla, y así lo haría.


Fue ese día cuando decidió sabotear la audición de Sugar, desesperada con encontrar algo que le proporcionara felicidad, y arrebatárselo.

Durante el inicio de esa semana Segel trató de persuadir a toda costa a Sonya para que  la dejara entrar a la audición, pero esta se negó.  Su argumento fue que las audiciones eran de carácter privado e iba contra las reglas dejar que alguien ajeno al equipo entrara. Y de ahí no la pudo sacar.

Y pensaba persuadirla más, pero esa mañana cuando escuchó a Sonya pasar de nuevo frente a Sugar y Adler y recordarles a ambos los compromisos que tenían con ella, notó que se le acababa el tiempo. El añorado jueves había llegado y ya no había tiempo de sutilezas.

— ¿Estás bien? — preguntó Sonya con su sonrisa amable que le relajó el cuerpo — Te veo tensa.

— Sí, todo está bien. Mi hermano volvió a poner tierra en mi crema y me pica todo el cuerpo.

Sonya se rio, y el sonido era tan contagioso que ella la acompañó en su risa.

— Si quieres voy a tu casa hoy, tengo unas ideas para usar en contra de la pequeña pulga.

— Si, ¡Arde, Alan, arde!

— Pero no lo digas tan alto, nos van a descubrir.

Ella asintió con una sonrisa, poniendo su dedo índice sobre sus labios indicando silencio y ambas se encaminaron a sus clases. Pero aunque eso la hacia feliz, empezó a maquinarse su plan para lastimar a Sugar.


En una de las clases salió y se dedicó toda a buscar la forma de abrir el casillero de Sonya, encontrar uno de los pases de audición para el equipo de baile y guardarlo en su escote. Su amistad con Sonya era todo un caso, ya que parecía ser la única persona en ese mundo que tenía voz propia, y una chispa embriagante. Se había llevado bien con ella al instante, pero sus prioridades chocaban al momento de querer poseer crueldad para mantenerse en la cima. Ella criticaba y Sonya la regañaba. Segel lastimaba y ella reprochaba.

Se le hacía inusual su forma de actuar, más cuando se mantenía en un puesto alto de la popularidad sin ocultar quién era. Ella abrazaba su personalidad y su autenticidad la hacía no querer alejarse de ella jamás. Querer permanecer al lado de la única persona que parecía querer ser real dentro de aquel embrollo. Y por eso se la pensó dos veces antes de llevar a cabo su plan. ¿Qué bien podría salir para su relación de amistad con Sonya de robar uno de sus pases personales y colarse en aquello que ella bien sabía, era su santuario? Probablemente nada saldría bien, pero su hambre de que alguien sufriera lo que ella sufría, la cegaba. Y ¿Quién mejor para sufrir que Sugar, un humano despreciable que no parecía sentir dolor alguno, fuera de una uña rota?

Cerró con cuidado el casillero de Sonya y regresó a su clase, disimulando bien su sonrisa de suficiencia. ¿A Sugar le gustaba bailar? Pues bien, a bailar se ha dicho.


No solo la iba a lastimar, sino que lo iba a disfrutar. Y eso sería solo el comienzo, porque su mente ya estaba buscando la manera de separarla de su intimo amigo Adler, para que nadie pudiera salvarla de ella.




°°°°



Ya empezamos a resubir, ¡Yei!

Este capítulo lo tuve que dividir porque al momento de editarlo estaba muy largo.

Nos leemos en el próximo.

Con amor de locos,

Lia ;3

El Imperio caído de SugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora