Una pesadilla sin ovejas

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Capítulo cuatro: Una pesadilla sin ovejas.

Al día siguiente, al despertar, Sugar notó al instante que algo estaba mal. Terriblemente mal.

No era que ella poseía algún tipo de sexto sentido que podía hacerla sentir las malas vibraciones. Tampoco había despertado en un basurero o un lugar que no fuera su casa. No, todas esas señales no eran dignas de alguien como Sugar, quien sin importar la situación siempre sería una diva en todo su esplendor.

No. La razón por la cual notó que su mundo estaba inusualmente mal aquella mañana después del enfrentamiento con Segel fue otra.

Lo notó cuando al despertar y llevar las manos a su cabello, como hacía todas las mañanas por mero acto de reflejo, este estaba despeinado. Y su cabello, nunca estaba despeinado.

Eso bastó para romper con el estigma de despertar calmada como en cuento de hadas e incorporarse de una sola vez. Y esa solo fue la primera señal de muchas. Sobre sus ojos no descansaba la máscara protectora que recordaba perfectamente haberse puesto el día anterior antes de dormir.

Cuando pasó sus manos por sus ojos para despertarse y tratar de encontrar una explicación lógica para eso, notó sus uñas, largas, sucias y despintadas. Y ella recordaba haberlas pintado el día anterior en casa de Jaden.

—¿Qué...?—dejó la pregunta en el aire, levantándose casi corriendo y tropezándose con las sábanas que aún permanecían entre sus piernas, haciendo un manojo prolijo de desastre que terminó con ella en el suelo, envuelta en sábanas de seda. Esa era otra señal de alerta. Ella nunca tenía esa clase de problemas, eso se lo dejaba a las personas torpes e inadaptadas, no a alguien como ella. No sabía que estaba pasando, pero en definitiva no le gustaba. No le gustaba para nada.

Corrió a su baño, casi desesperada por encontrar alguna diferencia en su persona, o, en su caso, la carencia de ellas. Necesitaba comprobar que todo estaba bien, y que eso solo era el resultado de un mal día. Pero la mera idea sonaba ridícula. Ella era Sugar Bronson, jamás tenía malos días, solo tenía unos días buenos y otros excelentes, a veces solo días, pero jamás días malos.

Se vio en el espejo del lavabo del baño y llevó una mano a su pecho mientras daba un salto sorprendido que la hace retroceder y soltar un grito ahogado, presa del miedo. ¡Su cara! Estaba grasosa e irregular, sucia y desperfecta. Su belleza se veía opacada por su cabello despeinado y su rostro sucio.

—¡¿Quién eres tú?! — le gritó a su reflejo, como si este le fuera a dar una respuesta. Y es que ella necesitaba saber, escuchar, ver algo que le hiciera saber que no era ella, porque no podía serlo.

Su vista se encontraba borrosa, como en todas las mañanas, y rebuscó entre el compartimiento que descansaba detrás del espejo—que también fungía como puerta de un gabinete grande y pulcro—sus lentes de contacto. No los encontró, y requirió de todo su conocimiento en meditación para no perder la cordura en ese preciso momento. Cuando salió del baño después de hacer sus necesidades y lavarse los dientes, casi gritó. En las paredes blancas, ya no figuraban las pancartas de los juegos de Jaden, ni las imágenes de animadoras. En la repisa superior, ya no estaban todos sus premios de animadora. No quedaba ni uno solo, es más, el espacio que le correspondía a esos estaba lleno de libros. ¡Libros!

Sugar sentía que le iba a dar un infarto. Sin importar que tan desorientada se encontrara, no olvidaría el hecho de que el día anterior esos no estaban ahí; es más, además de los libros de la escuela, ella nunca había tocado ningún otro en su vida ¿Por qué había tantos? Se encontraban en las repisas, en su mesa de noche, en su escritorio...

¿Escritorio? ¿Desde cuándo ella tenía un escritorio? ¿Desde cuándo su closet era tan pequeño?

¿Y desde cuándo tenía libros?

El Imperio caído de SugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora