Capítulo veintiséis: El dolor del odio.
Sugar se sentía como una observadora. Usualmente ella era el centro de atención de cualquier convivencia, el sol alrededor del cual todo se movía. Si tuviera que llamarse a sí misma de una manera en dichas situaciones, diría que era el titiritero o el cerebro; los presentes esperaban sus movimientos y palabras para proceder con los suyos, y aunque a Sugar eso le producía una satisfacción morbosa, también en el fondo le resultaba cansado, como si indirectamente ella tuviera que dirigir sus acciones y ya nada resultara espontáneo, como la programadora de robots interactivos, solo codificados con aquello que ella había dicho, pero con la apariencia de valer mucho más. Por eso, ser una observadora en ese momento, ver todo pasar sin ella mientras solo sonreía por la convivencia ajena, le resultó extraño y refrescante.
Otra vez estaba en el gimnasio del grupo de baile de la preparatoria, esperando su oportunidad para una nueva audición. Habían pedido permiso para faltar la última clase y en ese momento Sugar solo veía a sus probables compañeras acomodar el lugar mientras reían y hablaban entre sí, con carcajadas genuinas y movimientos espontáneos. Verlas a ellas, un grupo tan amplio, actuar de forma tan real, le emocionó; pensar que tenía la oportunidad de estar en un grupo donde ella no cargara todo el peso de la convivencia, fue una idea tan liberadora y alentadora, que sus nervios se acomodaron casi por completo en la dirección correcta, un paso delante de la promesa de vivir la vida que le había hecho a Gina y a ella misma el día anterior.
Desde su conversación con Gina la tarde anterior, Sugar había decidido vivir más y dejar de pensar en las razones de aquello. Aquel día, cuando volvió a subir al auto de Adler, ella estaba radiante de felicidad y él le preguntó por qué, pero solo había sonreído, besado su mejilla y comenzado una conversación diferente que, aunque fue difícil, terminó por relajarlo y distraerlo. Sugar se sintió bien, finalmente dejando de lado sus pensamientos pesados de buscarle tantas razones a sus sentires, y disfrutando de aquellos cosquilleos presentes en ella cuando estaba al lado de él.
Pero no solo en eso radicaba su decisión de disfrutar. Quiso, por una vez, dejar de pensar en lo que pasaría si fallaba esa audición y concentrarse en disfrutarla, en meterse en sus movimientos y olvidar que la veían, y luego, sonreír y aceptar la negativa o la afirmativa. Fuera cual fuera el resultado, ella habría dado lo mejor de sí.
Pero decidirlo no era lo mismo que ponerlo en práctica; los nervios prevalecían, y el hecho de que todo el equipo estuviera ahí no ayudaba a calmarlos. Sin embargo, hacía lo mejor que podía.
—¿Estás lista?—preguntó Sonya llegando a su lado, lustrando una bonita sonrisa en sus labios. Llevaba un short negro de licra ajustado y una camisa roja con el logo del equipo, que le llegaba arriba del ombligo y dejaba al descubierto parte de su abdomen firme y su cintura tonificada. Una vez en su vida Sugar había sentido envidia por el cuerpo de Sonya, pero había sido tan pasajero y absurdo que ya ni lo notaba.
—Vamos a averiguarlo—respondió con energía, regresándole la sonrisa para infundirse a sí misma confianza.
—¡Esa es la actitud! Las chicas están listas y las bocinas preparadas con tu canción, ahora solo esperamos tu señal—dijo ella y solo entonces Sugar sintió como si fuera a vomitar todos sus nervios. Sonya lo notó.
—Eh... claro.
—¡Tranquila! Deja los nervios. Si apruebas, te llevo de compras el sábado, ¿está bien?
—¿Y si no paso?
—Pues te llevo otro día.
Eso finalmente le arrancó una risa.
—Está bien entonces— asintió, tragando saliva junto con su timidez y se dispuso a avanzar hacia la pista, tomando valor con cada paso que daba.
ESTÁS LEYENDO
El Imperio caído de Sugar
Fantasy"Cuando la armadura vacía es destrozada, el imperio cae" Una estrella agoniza si la alejas de su cielo. Un brillo se apaga si robas la dicha de su origen. Un alma se muere cuando su espíritu se fuga. La oscuridad crece en lugares donde hay luz, pe...