Capítulo veinticinco: El poder de las palabras.
Cuando Adler llegó a la casa de Gina y dejó a Sugar en la puerta, podía escuchar desde el auto los desenfrenados latidos de su corazón mientras miraba asustada a la puerta color caoba que la separaba a ella de la figura de una versión probablemente muy diferente de su nana. Los nervios la comían viva; tenía miedo y terror, pues no sabía qué la depararía y no sabía si soportaría un desprecio de quien fue prácticamente su familia. Era hipócrita teniendo en cuenta todo el daño que ella le hizo en sus deseos de olvidar, pero no podía evitarlo.
Resopló una vez más, y Adler, quien se iba a quedar en el auto para darle su espacio, pudo ver cómo temblaban sus extremidades y cómo murmuraba cosas a sí misma en un intento por tranquilizarse antes de tocar el timbre. Movía sus pies y sus brazos, con los dedos temblando. Respiró profundamente justo antes de que la abriera y una expresión cansada y extraña se asomara por la puerta.
Sugar alzó la cabeza del suelo y observó el rostro demacrado de Gina, luego tragó saliva. La mujer lucía igual, pero a la vez muy diferente; tenía más arrugas que antes, una expresión más seria y dura y su cabello castaño no poseía brillo alguno, tampoco sus ojos avellana. Se veía acabada y endurecida, y la culpa, el dolor y el amor golpearon el corazón de la rubia. Gina la observó por un momento, esperando que su visitante dijera algo, pero estaba petrificada. Incomoda y extrañada por la atención, carraspeó.
—¿Disculpa, quién eres?
Sugar sintió el dolor. Tenía ganas de dar media vuelta y huir, pues su valentía se había esfumado con el vacío de los ojos que la criaron.
—Eh... yo—empezó con voz quebrada. De pronto sus palabras se perdían entre el manojo de sentimientos que le dificultaban la respiración—; soy Sugar. Sugar Bronson.
Al principio Gina no reaccionó, pero luego su rostro se endureció en una expresión no muy feliz que preocupó a Sugar.
—No tengo nada de qué hablar con alguien de esa familia—fue su respuesta y le cerró la puerta en la cara. La chica palideció, inundando sus ojos de lágrimas.
—No, por favor—gritó a la puerta, con una voz quebrada—. Necesito hablarte. Necesito verte. Por favor.
Nada. Solo escuchaba suaves respiraciones aceleradas al otro lado de la puerta. Su desesperación creció.
—Gina, te lo suplico. Me siento perdida y te necesito—continuó, pegando su rostro a las orillas de la puerta—. No sé bien qué pasó contigo y con Gwen, pero no fue mi culpa. Yo también lo sufro, pero ya no tenemos que sufrirlo solas. Lo entendí tarde, pero lo hice. Por favor no me alejes.
Lentamente la puerta se abrió apenas unos centímetros y la mujer, que se esforzaba por no llorar, sacó la cabeza.
—¿A ti qué te importaba mi nieta? Nunca la conociste.
—Sí lo hice. Y la amé con mi vida en los años que estuve a su lado—murmuró. El dolor y desesperación que su voz y sus facciones reflejaban suavizaron a Gina, aunque también la confundieron.
—¿Cómo?—dijo anonada—. Tú apenas tenías cinco años.
—Sí, era una niña de cinco años en un crudo campamento, lo sé. Pero he vivido más de lo que crees. Cosas confusas y dolorosas. Estoy asustada—sollozo en la última palabra y la voz se le quebró. Gina no pudo más y abrió la puerta por completo, dejándola entrar con sus brazos abiertos, en los cuales Sugar se refugió como una niña pequeña.
—Te extrañé—le murmuró, y aunque ella estaba confundida e incómoda, la rodeó con sus brazos. Por más años que hubieran pasado y por tanto rencor que sintiera hacia esa familia, Sugar le recordaba mucho a su nieta, y no podía ser cruel con ella. No tenía culpa de nada.
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El Imperio caído de Sugar
Fantasy"Cuando la armadura vacía es destrozada, el imperio cae" Una estrella agoniza si la alejas de su cielo. Un brillo se apaga si robas la dicha de su origen. Un alma se muere cuando su espíritu se fuga. La oscuridad crece en lugares donde hay luz, pe...