Una pijamada en pareja (parte uno)

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Una pijamada en pareja parte uno.

Capítulo veintiocho: el trato de Enit.

A las siete de la tarde del miércoles en su lugar de trabajo, Sugar ya sentía el cansancio en sus músculos. No podía fingir que el trabajo le gustaba. Sí, era un buen trabajo y resultaba ameno si le encontraba el lado, pero empezaba a resentir el poco tiempo libre del cual disponía y, con los días transcurriendo tan lento, necesitaba un respiro de su investigación sin resultados, el trabajo y las tareas que le carcomían el cerebro. Con eso en su cabeza, cobraba las prendas de los clientes con la sonrisa más amable que su exhausta situación le permitía.

—Aquí tiene su compra, gracias por visitarnos, vuelva pronto—dijo por milésima vez en su día, mientras entregaba tres bolsas cargadas de ropa a una adolescente sonriente, cuya sonrisa se borró al ver el ticket de compra.

—Diablos, no es cierto. ¡Mira estos precios! Mi padre me matará... era para emergencias...¡Emergencias!—chillaba, ahora maldiciendo la tarjeta con la que había pagado todo—. ¿Ahora qué hago?

La chica miró a todos lados angustiada, y su cobradora rubia, haciendo su travesura benévola del día, se acercó a ella con un importante consejo.

—¿Qué tan buena actriz eres? —preguntó Sugar en su oído, usando un tono confidente.

—Pues bastante buena. No me quejo de esas dotes.

—Entonces escucha y aprende: llega a tu casa y saca toda la ropa de la cual seas capaz de deshacerte. La pones en cajas, las pones en la entrada y escribes en ellas "donaciones". Ciérrala bien y que no vea la ropa. Después cuando llegue te armas un escándalo acerca de cómo te hablaron en la escuela acerca de los niños sin recursos y te sentiste tan mal que tuviste que donar ropa, y que al final donaste tanto que tuviste que comprar más para ti. Llora, haz drama, discúlpate, muestra sentimiento. Eso va a suavizarlo lo suficiente para que el regaño sea mucho menor y tendrá una percepción buena de ti aun cuando has hecho algo malo. Si quieres, después vas por las cajas y recuperas tu ropa; tu padre jamás sabrá cuál es cual si no le muestras.

La chica abrió la boca sorprendida y después le dio una sonrisa triunfal.

—¡Es brillante! Gracias gracias gracias—exclamó y se lanzó a darle un abrazo, con una sonrisa aliviada—. Gracias por el consejo, eres la mejor.

Dijo eso con sus ojos brillantes y le dejó algo de propina extra con un giño. Sugar vio con una mezcla de confusión y satisfacción a la chica mientras se iba.

—Qué mala influencia eres, Sugar.

Sugar se sobresaltó al escuchar el reproche a un lado de ella y cuando giró, se encontró con Enit apoyada en el mostrador con una sonrisa ladeada y una mochila en su mano. Llevaba dos moños recogidos, uno a cada lado de su cabeza y un overol negro sobre una blusa teñida de colores en un diseño abstracto. La chica destacaba en todos lados, y llevaba su ropa, sus botas de tacón y sus labiales intensos con gran orgullo y personalidad. Sugar se recuperó del susto y sacudió su cabeza, mientras se sentaba de nuevo en su silla y se relajaba a su lado.

—¿Yo?

—Sí, tú. ¿Qué clase de consejos son esos? Estás corrompiendo a la juventud—dramatizaba, reprochándole como si fuera un hombre sabio de cincuenta años—. Es una vergüenza.

—Ajá claro. No me considero una buena influencia, así que no me siento culpable. Discúlpeme señor inspector por la falta.

—Lo haré, pero no gratis, tendrás que hacer algo para compensármelo. Y por suerte para ti, justo te tengo el trabajo perfecto.

El Imperio caído de SugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora