El concierto

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Capítulo treinta: El concierto.

Al día siguiente, a Sugar le dolía la cabeza y sus ojos estaban rojos, pero lo que más le dolió fueron sus recuerdos. Los tenía todos.

Recordaba cada cosa que había dicho y hecho la noche anterior. En su mente estaba presente la analogía que había hecho acerca de la vida siendo mierda, también el desorden del cine y sus bailes en el parque público, pero lo que más le pesaba, como si estuviera siendo aplastada por un pesado y grande piano, era lo que había hecho para que Adler la llevara al concierto.

¿No podía olvidarlo como una persona normal? Le hubiera gustado hacerlo, así su sorpresa hubiera sido genuina en el momento en el que Adler le preguntó a Sugar muy preocupado si recordaba algo.

—No mucho—dijo. Su voz sonaba convincente, pero su corazón dolía—. Recuerdo palabras vagas, e imágenes borrosas.

—¿Qué palabras y qué imágenes? —preguntó él receloso.

—Recuerdo que gritábamos en el cine. Hicimos mucho drama y nos sacaron casi a patadas. Fuimos al parque y creo que bailé. Tú me robaste mis palomitas; me las debes.

—Sí... ¿y qué más?

Sugar lo sabía. Sabía que él recordaba el incidente. Quería saber si ella lo recordaba, pero no podía decirle la verdad. La vergüenza no la dejaba.

—Fuimos a comprar más cerveza y a partir de entonces todo se puso raro y borroso.

–¿Raro de qué forma?

—Pues la verdad no sé—espetó con más fuerza de la que quería—. Solo sé que dijiste que iríamos al concierto de Enit. De alguna forma te convencí, pero ni idea de cómo. Todo está demasiado borroso.

Una acusadora voz rondaba en su cabeza y le gritaba que era despreciable por, aun estando sobria, seguía con la farsa para conseguir ese beneficio. Adler la miraba sin creerle. Él no era nada tonto, y era poco creíble que casualmente recordara lo conveniente.

—¿Segura que solo eso?

—Claro. ¿Acaso hay otra cosa que debo de recordar? —dijo algo a la defensiva—. ¿Tú recuerdas algo que yo no, Adler? Porque si es así deberías decírmelo, y no preguntar como si yo fuera una clase de delincuente. No, no recuerdo nada, y si tú sí, mejor dímelo.

Su voz sonó algo agresiva, y evitó mirar a Adler para que no viera el remordimiento en sus ojos. Estaban caminando en el pasillo de la escuela, hacia el árbol donde se sentaban todo el tiempo, y Sugar luchaba por no ponerse a temblar y golpearse de lo culpable que se sentía. Ingenuamente, pensó que él lo dejaría pasar, ya que en la mañana cuando fue por ella no había mencionado nada al respecto. Bromearon sobre la resaca, hablaron de temas triviales y actuaron como si nada hubiera pasado, pero al parecer los sucesos atormentaron lo suficiente al chico de cabello azul como para dejar el disimulo.

—N-no, para nada—dijo él, y Sugar pudo ver de reojo como bajaba la mirada culpable. Si bien Adler era una tumba para sus secretos, en cuestión de sentimientos y reacciones, como en ese momento, era un libro abierto—. No, y-yo tampoco recuerdo mucho. Solo te preguntaba para estar seguro de que no pasó nada más, pero al parecer ninguno recuerda mucho.

A Adler también le dolía, pero él se sentía mal porque, desde su punto de vista, por cobardía él no le decía lo que había hecho. Se sentía mal porque de alguna forma se había aprovechado de que ella había tomado más que él y no la había detenido en sus extraños comportamientos. Y ahora no le decía nada. El pobre chico no se atrevía a desconfiar de ella.

El Imperio caído de SugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora