Capítulo 7

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Me encontraba de pie frente al espejo de mi casa, contemplando mi reflejo con un profundo horror que se colaba bajo mi piel, mientras las manecillas del reloj acortaban mi tiempo

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Me encontraba de pie frente al espejo de mi casa, contemplando mi reflejo con un profundo horror que se colaba bajo mi piel, mientras las manecillas del reloj acortaban mi tiempo. Cerré los ojos, dos segundos, y los volví a abrir; la imagen que me había robado la voz seguía flotando sobre el cristal.

Llevaba más de cinco minutos dentro del baño, advirtiendo ese fallo en mi cuerpo que acababa de trizar mi cordura. Izando mi mano, dirigí mis dedos hasta mi cabello y toqué los largos mechones azabaches que rozaban mis caderas. Con una intensa inhalación, dejé salir la primera palabra.

—Imposible.

Hace sólo unas horas, mi cabello no había sobrepasado la altura de mis hombros. Sin embargo, ahora, sobrepasaba mi cintura. Era como si de pronto el tiempo hubiera vuelto atrás, hasta antes de haber asistido a la peluquería. ¿Qué significaba?

Cruzándome de brazos, repasé mis opciones. La única razón que me convencía era que mi capacidad regenerativa hubiera interferido en el crecimiento de mi cabello. No obstante, me cuestioné por qué se interponía en eso, y no en el daño crónico de mi garganta o las cicatrices que tenía desde niña. ¿Acaso sólo podía protegerme de los daños actuales?

Me mordí el labio y dejé salir un gruñido de frustración. Al parecer, tendría que seguir soportando la incomodidad que me producía el largo de mi cabello, incluso durante la batalla a la que me enfrentaría en unas horas. En la que, lo más probable, quedaría calva y achicharrada como un juguete.

Dándome por vencida, salí del baño y me dirigí a mi habitación.

Arriba, no me sorprendió encontrarme con mi madre. Estaba sentada en los pies de mi cama, con los ojos fijos en las tablas del piso. Su mirada era sombría, triste y vacía, como la de una muñeca de porcelana. Parecía sumida en un sueño profundo, con el alma ausente y los sentidos adormecidos. Desolada.

Avanzando con sigilo, me aproximé a ella, temerosa de espantarla. Cuando alzó la cabeza, su rostro adoptó una expresión valiente, pero de todos modos una lágrima bajó por sus mejillas rosadas. Aquello me partió en mil pedazos. 

—¿Qué le ha pasado a tu cabello? —me preguntó en un susurro.

—Creo que ha decidido que quiere seguir siendo largo —comenté despacio, relamiéndome la sal de los labios—. ¿Ya estás lista?

Ella extendió sus manos y trató de alcanzarme.

—Ven aquí, mi niña —me pidió—. Déjame abrazarte.

Lentamente, hice lo que me pedía. Sus brazos me rodearon la cintura con vigor, y yo le acaricié el cabello con ternura. Su pelo estaba áspero y opaco, demostraba lo mucho que se había descuidado los últimos días. Con una punzada de dolor, me pregunté si yo era la única causante de todo eso.

Ver a mi madre, la estupenda modelo elegante, en ese estado de decadencia, hizo que mi determinación pendiera de un hilo. Desde niña, me había acostumbrado a ver a mi madre como mi mayor admiración. Su cara diminuta, su sonrisa delicada, sus enormes ojos y su reluciente cabello... siempre fue lo que quise para mí. No obstante, el rostro que estaba escondido en mi estómago no tenía ni un poco de luz.

Celeste [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora