Capítulo 22

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Me quedé inmóvil, sin saber qué hacer, hasta que Silas me elevó de la tierra y mis pies colgaron en medio el aire. De frente a su pecho, perpleja, lo oí susurrar:

—Nunc scio quid sit amor.

Parpadeé desesperada, y traté de apartarlo de mí. En medio de la confusión y el rugido del viento, en todo lo que pude pensar fue en Reece y en mi madre. Porque una parte de mí sabía que si permitía que Silas me llevara, todas mis posibilidades de averiguar el paradero de mi madre se verían reducidas a nada. Incluso Reece, que podría haber venido conmigo en algún momento, me detestaría. ¿Estaba preparada para perderlos a los dos? No, no lo estaba.

Alcé la mirada y observé el mentón de Silas, la palidez de su piel, la blancura de su cabello, la perfección de su cuello. Tragué saliva, adquiriendo valor, y me relamí los labios.

—Silas, suéltame —le ordené.

Sus ojos, dos argollas plateadas del color de la luna llena, se posaron sobre mí y amenazaron mi determinación.

—¿Princesa?

Abrí la boca, para repetir mis palabras, pero miré sus ojos, entrecerrados e intensos, y no pude hacerlo. Una fuerza externa selló mis labios y me lo impidió. Silas frunció el ceño y agitó sus alas para alzarnos todavía más en medio del aire.

—¿Princesa? —repitió.

—Suél... —traté de decir, pero entonces algo tiró de mi cuerpo y me separó de Silas.

Agité mis brazos y mis piernas, volando del cielo a la tierra, con un nudo doloroso en el estómago, hasta ser atrapada por dos manos que me rodearon la cintura y luego me pusieron otra vez sobre el piso.

Reece.

Extrajo las espadas cortas que estaban en su espalda, sin mirarme, y me cubrió con su cuerpo como si tratara de protegerme.

El viento antinatural se había detenido en la selva, pero había sido reemplazado por llamas de fuego y escombros que iban y venían de un lado a otro como bombas mortales. La situación era un caos. Reece juntó sus piernas, enderezándose, y suspiró.

—Por favor, mi amor, quédate atrás —dijo—. Voy a cubrirte.

Me encogí detrás de su cuerpo.

—¿Reece?

Él volteó el rostro y me sonrió.

—Te amo, muñeca.

Iba a responderle, pero Reece no me dio tiempo para hacerlo. Avanzó veloz, dejándome anonadada, y utilizó sus espadas para bloquear las flechas que alguien externo a nuestro grupo había comenzado a disparar en nuestra dirección. Las detuvo con sus espadas como si los proyectiles avanzaran a cámara lenta. Ni siquiera recurrió a la telequinesia, sólo a su capacidad física. Parecía estar guardando su energía para otra ocasión.

Celeste [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora