Caminar entre la masa de murk que se había congregado bajo la escalera fue más difícil que equilibrarse sobre los tacones.
Zora me dio la mano y me guio hasta la pista de baile, sin embargo, varios codos se clavaron en mis costillas durante el trayecto. Allí, la pelirroja se situó frente a mí y comenzó a bailar con energía.
Zora intentaba mover las manos y las piernas en armonía con la música, pero se le estaba haciendo difícil conseguirlo. Se miraba a sí misma, molesta, y gruñía y se quejaba cada dos segundos. Parecía como si estuviera pisoteado un escarabajo, como si se le hubiera metido un bicho dentro de la ropa y no se lo pudiera quitar.
Mientras más la observaba, más me convencía de que Zora era un murk, y que tarde o temprano sus reacciones bestiales saldrían a flote. Ella había convivido mucho tiempo con los humanos, pero su naturaleza extraordinaria siempre estaría luchando por predominar.
Ahora, mientras la observaba, no podía dejar de pensar en ello.
La música se alzaba con gran energía desde las paredes. Yo, por mi parte, daba saltos torpes que trataban de imitar un baile, pero tampoco estaban funcionando. Era evidente que ninguna de las dos sabíamos bailar. Me llevé las manos al pecho, luego a la cintura y, por último, a una zona de la mejilla donde me ardía la piel.
—¿Dónde está Nate? —pregunté, subiendo la voz para oírme por encima del estrépito—. No lo veo por ninguna parte.
Zora frunció el ceño y detuvo los manotazos.
—Él... —habló—. Es cierto, no está.
—¿Eso es malo?
Zora asintió con pesar.
—Supongo que lo mejor es que vaya a buscarlo —concluyó—. Si se entera que usted está aquí, y que no le informé sobre su llegada, se enfadará.
Detuve mis saltos y di un paso en su dirección.
—Te acompaño.
—No, esta es su fiesta —se negó Zora—. Debe disfrutarla. Vaya a comer y a probar el coctel. Yo regresaré enseguida, sé dónde encontrar a Nate.
—Está bien —acepté, reacia a la idea—. Pero no tardes, por favor. No me agrada la idea de quedarme aquí sola.
Zora esbozó una sonrisa sincera.
—No se preocupe, no tardaré.
La observé alejarse con un dolor en el pecho y, cuando su cabello se perdió en la lejanía, me atreví a voltearme y buscar a Reece. Él continuaba pegado a aquella joven de cabello negro, con sus manos delicadas aferradas a su cintura y a sus dedos. La mujer, baja y de contextura delgada, se inclinó y le susurró a Reece algo en el oído. Ambos comenzaron a reír, y ella se acercó para apoyar la frente en su pecho con confianza y amor.
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Celeste [#2]
FantasíaSegundo libro de la trilogía Celeste. *Maravillosa portada hecha por @Megan_Rhs*