Capítulo 30

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La mansión en la que me encontraba era gigante, muy parecida a la casa en la que había vivido con los guardianes. Tenía inmensos salones, amplias habitaciones, largos pasillos y grandes comedores, todo bien amueblado e iluminado. Las paredes estaban tapizadas con un material afelpado y suave al contacto. Los pisos eran mosaicos de cerámica blanca y negra. Todo era una armonía entre dorados, rojos y blancos.

Sublime.

Silas me guio hasta un ascensor, en silencio, y éste nos llevó hasta un piso subterráneo. Allí, el peliblanco me condujo por un pasillo de piedra caliza hasta que llegamos a una sucesión de celdas. No pregunté qué hacían esas celdas allí, y a quiénes más habían resguardado. Me limité a buscar a mis amigos y a detenerme frente a una puerta de hierro cuando distinguí el cabello de Moe.

El rubio estaba sentado en el piso, con las rodillas dobladas y las manos en la cabeza. En cuanto me vio, se puso de pie y corrió hacia los barrotes. Me asombró verlo tan limpio y saludable. No tenía ningún rastro de la pelea con Zora.

¡My lady! —exclamó.

—¡Moe! —Puse mis manos sobre las suyas y esbocé una sonrisa—. ¿Cómo estás? ¿Te hicieron daño? ¿Tienes hambre?

—No, ellos me curaron —respondió con una sonrisa—. Me han dado buena comida y, por ahora, no me han maltratado.

—Eso es bueno —susurré sin aliento.

—Sí —admitió, mirando detrás de mí con rapidez—. Pero no me gusta estar aquí encerrado. Ellos creen que soy peligroso. Piensan que voy a hacerles daño.

—Tranquilo, haré que te saquen de aquí —prometí.

Moe asintió y apretó mis manos. Observé sus ojos, amarillos y brillantes en la oscuridad, y respiré profundo. Si no hubiera sido por la ayuda de Moe, yo jamás habría podido escapar de Abismo. Todavía continuaría atrapada en ese mundo oscuro y lúgubre, al igual que Reece. Ahora los papeles se habían intercambiado, pero no permitiría que fuera por mucho tiempo.

Recorrí el cuarto sombrío y rocoso con mi mirada, frustrada, y tragué saliva.

—Moe, siempre estaré agradecida de lo que hiciste —confesé—. Si no fuera por ti, yo aún estaría atrapada en esas mazmorras. Nos liberaste..., a todos nosotros. Eres una buena persona y no permitiré que te hagan daño.

Moe pasó la yema de sus dedos por mis nudillos y curvó una sonrisa.

—Yo volvería a salvarte mil veces más, my lady —respondió—. Es mi deber como glimmer.

La voz de Silas sonó áspera detrás de mi espalda:

—Tú ya no eres un glimmer.

Me volteé, sobresaltada, y escruté al peliblanco. Sabía que Moe era un murk, y que había traicionado a su propia raza, pero me sorprendió la actitud de Silas. Moe había tenido sus razones para abandonar a los glimmer y ahora estaba arrepentido. ¿Acaso no había espacio para el perdón? ¿Acaso no había espacio para la compasión?

Celeste [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora