Capítulo 27

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—Tenemos que irnos —susurré.

Moe fue tajante.

—Sí. —Corrió hacia un mueble y abrió un pequeño cajón para extraer una jeringa del interior—. Júntense, rápido.

Cojeé hasta donde se encontraba Kum y me agarré de su brazo para sostener mi peso. Él me miró, preocupado, y me rodeó para cubrirme con su cuerpo. No supe de qué me estaba protegiendo, hasta que vi que la puerta se había abierto y que habían entrado tres murk armados junto a Zora. Él, o ella, tenía su flamante cabello rojizo suelto detrás de su espalda. Parecía una heroína legendaria. Portaba una daga en la mano y nos observaba con el ceño fruncido.

—¿Dónde está Nate? —interrogó con brusquedad—. Te vi salir de la prisión. ¿Qué hiciste con él?

—Deberías ir a verlo con tus propios ojos —respondí con una sonrisa—. Te equivocaste de dirección.

Zora arrugó el entrecejo y lanzó el arma contra mi cuerpo. Mi vista todavía estaba fallando, por lo tanto, no pude detener el arma a tiempo. Kum, sin embargo, la apartó con su mano como si se tratara de un pequeño fósforo de madera.

—¿Qué le hiciste a Nate? —preguntó la pelirroja con insistencia.

—¡Ve y averígualo! —exclamé—. ¿No deberías estar buscándolo?

—Tengo clara mis prioridades —replicó—. Y una de ellas es impedir que te vayas.

—Lo siento, pero eso no será posible —interfirió Moe, avanzando para ponerse entre nosotras—. La niña está a mi cuidado ahora. No permitiré que te acerques a ella.

Zora se metió la mano en el bolsillo y extrajo una bola metálica parpadeante.

—Apártate, Moe —exigió—. Nate todavía puede perdonarte la vida.

—Sí, pero yo no —dijo el rubio con convicción—. Yo no puedo perdonarlos a ustedes.

Zora apretó la mandíbula y posó sus ojos verdes sobre mí. En cuanto hicimos contacto visual, algo dentro de mi pecho se encogió. Recordé su juramento manchado de lágrimas, su cariño, su compasión, y quise recriminarle todo su engaño. Quise gritarle en la cara lo mucho que me dolía, explicarle que había creído en ella y que me había traicionado, hacerle saber que de verdad quería ayudarla. Pero no lo hice.

—Celeste, todavía estás a tiempo de arrepentirte —articuló ella con seguridad—. Ven conmigo y todo esto quedará atrás. Le perdonaremos la vida a tus amigos. Tendrás de vuelta tu habitación.

Negué con la cabeza.

—No creo en ti —contesté—. No confío en ti.

Un atisbo de sorpresa y terror pasó por su mirada, pero Zora lo apartó de inmediato. Frunció el ceño y dio un paso al frente, con la bola empuñada en su mano.

Celeste [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora