Capítulo 11

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Reece

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Reece.

Primero me quedé inmóvil, luego agrandé los ojos, y por último me lancé sobre sus brazos. Debí haber visto el glaciar dentro de sus ojos, la línea tensa de su mandíbula, sus puños apretados. El infierno salvaje sobre su rostro. Pero no, le rodeé el cuello con mis brazos como si fuera el último metro de tierra en el profundo mar, e ignoré todas las señales que me suplicaban que me alejara.

El olor de su cuerpo explotó en mi nariz y bajó por mi columna vertebral como una corriente eléctrica. Shampoo, sudor, cuero y sangre. Abrí la boca, ansiosa, y sentí el familiar palpitar de su corazón sobre la presión de nuestros cuerpos. Eran latidos bestiales y monstruosos que se movían a la velocidad de una pantera.

Me aplasté más contra él y moví mis manos por los cabellos de su cabeza. Mis dedos le rozaron la piel desnuda de las orejas, en un sutil contacto, y su pecho inspiró con furia. Ignoré el llamado de emergencia de aquella respiración angustiosa y le acaricié las mejillas. Cada fibra dentro de mí vibró, como la cuerda de una guitarra. Mis ojos se llenaron de lágrimas, y mi estómago formó una bola de desesperación y anhelo.

Deseaba que sus brazos me rodearan..., que sus manos tocaran mis huesos y dibujaran cada vena en mi interior. Necesitaba sentirlo junto a mí, sin embargo, su cuerpo estaba bloqueado, tan distante como en cada pesadilla.

¿Era un sueño o una ilusión? ¿Estaba delirando, atacada por el dolor? ¿Cuánto tardaría en despertar aquella vez?

La respuesta llegó más pronto de lo que imaginé.

Una fuerza invisible me presionó el pecho, como una tormentosa ventisca, y mi cuerpo salió expulsado hacia atrás. Mi espalda chocó contra un poste de la calle, y mis manos se derrumbaron sobre el asfalto. El sueño que me envolvía se quebró como un espejo de cristal.

A mi lado, varias personas se detuvieron para observar lo que estaba pasando. El corazón me latía acelerado bajo las costillas. Tenía la cabeza flácida sobre mi pecho, y mi cabello colgaba como una oscura cortina delante de mis ojos. Me costaba mucho trabajo respirar, y mis piernas estaban temblando. El dolor de mi columna no era tan fuerte como mi consternación.

—Oh, por Heavenly —murmuró una mujer—. Está herida.

Alzando la cabeza, me pasé la mano por el rostro y aparté los mechones de mi frente. La panorámica delante de mí quedó expuesta como el escenario de un teatro. Varios transeúntes se habían detenido para analizarme, pero ninguno de ellos captó la atención de mis ojos. Mi atención estaba mucho más allá, en el final de aquel círculo borroso..., en Reece.

Se encontraba parado en la entrada de la casa, con los brazos cruzados y la mirada afilada puesta sobre mí. Eran sus mismos ojos, los mismos ángulos delicados de su rostro, la misma elegancia de su cuerpo, pero todo lo demás parecía minuciosamente fracturado.

Su cabello, castaño y brillante, ahora era oscuro como la tinta. Le cubría las orejas y la frente, sin control, y en la zona de la nuca se extendía hasta rozarle la espalda en pequeñas ondas. La zona bajo sus ojos estaba ennegrecida, como si sufriera de severas ojeras, y la carne de sus labios tenía una coloración púrpura difícil de ignorar. Iba vestido con una camiseta negra y unos pantalones oscuros. Detrás de su espalda, las empuñaduras de dos espadas cortas sobresalían de forma amenazante.

Celeste [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora