Capítulo 28

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Parecían haber pasado años desde la última vez que había visto a Silas.

Su cabello, blanco como la nieve que cae en las montañas, estaba perfectamente peinado hacia atrás. Llevaba puesta una chaqueta negra que se ceñía a su torso y le llegaba hasta las rodillas, y unos guantes de cuero impecables. Su espada ónix lucía reluciente y amenazante, como el arma de un Dios. Si no se hubiese estado enfrentando a Reece, incluso podría haberlo admirado. Pero estaba luchando contra Reece, mi Reece, y mi corazón no podía sentirse satisfecho.

—Silas —susurré.

El peliblanco me miró hacia atrás, sólo un segundo, y luego volvió a mirar al frente. El contacto con aquellos ojos grises hizo que mi corazón se estremeciera. Mi piel se erizó, de forma repentina, y una red de nervios ardientes chispearon en mi espalda. ¿Qué estaba pasando conmigo?

Mi cuerpo no estaba sincronizado con mi mente. Era como si mis piernas quisieran correr hacia Silas, para abrazarlo, en un arranque de locura, pero mi cabeza se estuviera negando. No me gustaba sentirme así. Era... horrible, como estar encerrada en el caparazón de otra persona, como estar ahogándome en el fondo del mar.

Me golpeé las mejillas, frustrada, y me deslicé hacia el costado para tener una mejor visión de la situación.

Sus espadas seguían encontradas, metal contra metal, como dos espíritus diferentes. Reece ejercía su fuerza hacia adelante, con una sonrisa burlesca, mientras Silas mantenía su expresión fría y neutral.

Avancé hacia ambos y extendí mis brazos.

—Basta —dije—. Deténganse.

Silas fue el único que desplazó sus ojos a mi cuerpo. Me miró en silencio, sin ninguna emoción en concreto, y luego desapareció en medio de la nada. Justo cuando creí que se había marchado, sus manos me rodearon por detrás y me pegaron a su pecho.

—Te llevaré conmigo —susurró su voz profunda en mi oído.

Y le creí, y una parte ajena dentro de mí deseó que lo hiciera, pero una bola oscura de energía estalló sobre la tierra frente a nuestros pies y mi cuerpo salió expulsado por los aires.

No sé dónde quedó Silas, pero yo rodé por la tierra, golpeándome los codos y las rodillas, y me detuve entre una mata de pequeñas flores coloridas. El mundo se arremolinó dentro de mi cabeza, como un ciclón tropical. Destrozada sobre el suelo, con un suplicio crepitante en mis extremidades, vi negro, verde y rosa detrás de mis ojos.

La tierra penetró en mis fosas nasales; aspiré su aroma fértil y percibí el llamado de auxilio que dejó escapar el pasto arrancado. Con un esfuerzo que maceró mis huesos, apoyé las manos en el piso y alcé mi cabeza para registrar mi entorno.

El viento agitaba con violencia las diminutas flores que no habían sido despedazadas. Puse mi garra al frente, sobre una de ellas, y me arrastré hasta quedar de rodillas. Mi cabeza bombeó con fuerza, pero ignoré el dolor. Miré más allá, el lugar donde Reece y Silas se habían enfrentado, y distinguí la silueta de Silas de pie en la nitidez que nos concedía el sol.

Celeste [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora