Capítulo 19

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Zadquiel sabía que cumplir seis años no significaba nada.

Su madre y su padre, siempre pendientes de su labor como guerreros de Heavenly, nunca lo habían felicitado por cumplir un año más de vida. Zadquiel estaba acostumbrado. A pesar de su corta edad, era perfectamente capaz de comprender lo que estaba dentro o fuera de su alcance. La atención de sus padres era una de esas cosas que estaban fuera, y él lo aceptaba de la mejor manera.

Llevaba media hora jugando con las verduras que había cortado para sus padres, cambiándolas de lugar, ordenándolas por tamaño, color y forma, y mirando el color cada vez más oscuro que iba adoptando el cielo. Cualquier otro niño habría estado celebrando su día, jugando en el exterior con sus amigos, pero sus padres le tenían prohibido salir fuera de casa. Por ende, no tenía amigos.

—Los jardines de Heavenly están prohibidos para ti —le decían—. Si abandonas tu hogar, los monstruos de los universos vendrán a secuestrarte.

Zadquiel sabía que eran mentiras, pero de todos modos obedecía.

Nunca había salido al exterior, al verdadero exterior. Se limitaba a recorrer el jardín cercado de su hogar, el cual se situaba en la parte trasera de su casa, y a mirar por las ranuras las praderas que componían Heavenly. Sus padres eran rigurosos con las reglas, y él no tenía ninguna otra opción más que obedecerlas.

Cansado de esperar la llegada de su familia, se acercó a una ventana de espinas secas y miró el firmamento que se alzaba sobre la aldea que rodeaba la casa. Las estrellas y los planetas brillaban en todo su esplendor, cambiando de púrpura a azul, y de azul a blanco. A Zadquiel siempre le había fascinado el cielo. Le parecía que la oscuridad y la luz, juntas, eran lo más bello que podía existir.

Le habría gustado explicarle eso a alguien, pero no había nadie que quisiera hablar con él. De hecho, no había nadie que supiera de él. Sus padres era lo único que tenía. No había más. Todos los glimmer nacían con un hermano, o hermana; era parte de la magia de Heavenly. Sin embargo, su hermana había muerto cuando él tenía cuatro años.

Cerró los ojos, con las manos apoyadas en la pared, y suspiró.

La pared frontal de la casa se abrió y por ella entraron dos personas. Una mujer de cabello negro, con los ojos tan verdes como los prados de afuera, y un hombre de cabello rubio, con los ojos tan azules como el mar que Zadquiel jamás había visto.

El muchacho se separó de la ventana y corrió a recibirlos. Los miró a ambos, con una sonrisa, y esperó pacientemente que su madre y su padre lo felicitaran por cumplir otro año. No obstante, como todos los años, eso no ocurrió.

Su padre tomó a su madre del brazo, ayudándola a sostenerse de pie, y la dejó sobre uno de los asientos que había en la casa. Parecían cansados, exhaustos, como cada vez que volvían de su trabajo en aquel lugar llamado SCIENTIA. Zadquiel no lo conocía, pero se lo imaginaba como una academia gigante de guerreros.

Celeste [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora