Capítulo 4

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—No puedes volver a interferir, Ross

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—No puedes volver a interferir, Ross. —Amber apretó los labios—. Tu deber es obedecerme.

Ross, con la espalda apoyada en el pizarrón de la sala a la que habíamos entrado, se encogió de hombros. Su expresión era tranquila, serena. Ni siquiera cuando Amber bajó junto a los demás guardianes, para reunirse con nosotros, ésta cambió. Era incómodo, muy incómodo, porque me recordaba a Reece.

—Mi deber es proteger a Celeste, y eso es lo que haré —contestó él—. Esa es nuestra misión, señorita Washington.

—Pero estás entorpeciendo el campeonato —refutó Janos, de pie junto a la puerta—. La ayudaste. Si no fuera por ti, ella habría perdido. ¿Por qué la protegiste?

—¿Qué perdiera te habría hecho feliz? —le preguntó Ross a su compañero, ampliando la sonrisa traviesa.

—Sí, porque así el gobierno se habría dado cuenta de que esta misión es una perdida de tiempo —respondió Janos—. Ella es una mentirosa, y ninguno de sus falsos trucos podrá salvarnos.

Sentada en el último pupitre del salón, apreté los puños de mis manos. Mis uñas se clavaron en la carne de mis palmas. Mi paciencia se estaba agotando. Ellos hablaban de mí como si no estuviera presente, fingiendo saber todo sobre mí y eso me enardecía. ¿Cuán insignificante era mi presencia?

Owen, que decidió acompañarme a la sala a pesar de que Scott aún tenía que competir, me acarició el brazo. Sin embargo, su contacto no era suficiente. Mi mente y mi cuerpo suplicaban por más..., por sangre y dolor. Venganza.

—Basta, chicos —ordenó Amber—. Las órdenes son claras: debemos proteger a Celeste. Pero eso no significa que debamos interferir en el concurso.

—Lo siento, señorita —se disculpó Ross—, pero si Celeste vuelve a estar en peligro, lo volveré a hacer. Es mi deber.

Ágata se cruzó de brazos, indignada.

—Oh, lo que nos faltaba —comentó—. ¿De qué lado estás, Ross? ¿De esa desconocida o de nosotros?

—Del pueblo y los niños, mi dulce Ágata.

—¿Eso qué significa? —cuestionó ella—. Soy tu novia, y no confío en esta mujer. Deberías hacerme caso. Al igual que las personas de allá afuera, y al igual que Janos, no creo en su supuesto poder. Si tu lealtad fuera con los niños, desearías lo mejor para ellos. El pueblo necesita una protección real.

Ross posó sus ojos verduscos sobre mí, y por un momento creí ver algo de fe en ellos, un atisbo de esperanza. No era algo que viera todos los días.

—En este momento, lo mejor para ellos es Celeste —dijo.

—Ross tiene razón, Ágata —interfirió Amber, dando una fuerte palmada que llamó la atención de todos—. Si mi padre, un hombre terco y desconfiado, cree que entrenar a Celeste es lo adecuado, es por una razón. Él nunca se equivoca. Sin embargo, Ágata tiene razón en algo. Las personas no creen en Celeste.

Celeste [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora