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No sé cuánto tiempo pasó, pero el cielo se volvió negro a través de las ventanas y los músculos de mi cuerpo comenzaron a dolerme. A pesar de haber calefacción mágica entibiando el aire de la mansión, mi cuerpo se había mantenido temblando durante mucho rato.
Me levanté, me acerqué a una de las ventanas y contemplé el exterior. En la oscuridad, las copas de los árboles se agitaban con la brisa. Había algunos guardias recorriendo el terreno, pero todo permanecía en un silencio armonioso. Me imaginé cómo sería estar recostada sobre el pasto con la única preocupación de contar las estrellas. Junto a mis padres, junto a Reece, en paz.
¿Algún día se haría realidad?
Pensé en una manera de terminar con esa guerra lo antes posible, pero no se me ocurrió ninguna. La única opción que tenía era obedecer las propuestas de los ancestros e ir a la Fuente, pero eso significaba casarme con Casper y no quería hacerlo. Era renunciar a mi libertad y, para que mentirme, a Reece.
Aferré mis manos al alféizar y clavé mis dedos en la madera. ¿Sería lo suficiente egoísta para preferir mi deseo de tenerlo antes que su vida? Respiré profundo y sacudí mi cabeza. No era una buena glimmer y, desde luego, no era una buena princesa.
¿Qué era, entonces?
La puerta se abrió de golpe y alguien entró corriendo a la estancia. Me llevó un momento reaccionar ante el recién aparecido, pero cuando hube analizado sus ojos dorados y su sonrisa de alivio, me giré y comencé a acercarme a él.
—Moe, ¿qué sucede? —pregunté.
El rubio respiró agitado y luego enderezó su espalda, con elegancia. Era la primera vez que veía a Moe con algo que no fuera ropa andrajosa y rota. Llevaba puesto unos pantalones impecables, sin ninguna abolladura, y una sudadera cerrada sin capucha, todo de color blanco.
—¡My lady, te estábamos buscando! —exclamó—. Algunos glimmer dijeron que no te habían visto desde la mañana. ¡Se armó un verdadero caos! Estaba preocupado. Pensé que te habías ido y que me habías dejado solo.
—No me he ido a ninguna parte —objeté con obviedad, sin embargo, algo de lo que dijo Moe me dejó inquieta—. Además, si yo me fuera, tú tendrías que quedarte aquí. Este es tu pueblo, Moe.
—¿De qué estás hablando? —espetó—. Tú eres mi princesa, mi lealtad está contigo.
—Tal vez yo no sea una buena princesa —admití.
—Dios depositó su espíritu en la Fuente, y la Fuente depositó su espíritu en ti —dijo con convicción—. En el mundo, no hay nadie más apta para ser princesa.
—Todos se pueden equivocar, incluso la Fuente.
Moe apretó los labios y entrecerró los ojos. Durante unos segundos, sólo me observó. Fue de mis ojos a mis manos temblorosas, y luego otra vez a mis ojos. Se acercó, me cogió los dedos de mi mano derecha y sonrió.