Capítulo 12

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Cuando vi a Reece de pie en la entrada del baño, frente a mi complexión desnuda, no supe cómo reaccionar

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Cuando vi a Reece de pie en la entrada del baño, frente a mi complexión desnuda, no supe cómo reaccionar. Por ello, hice lo primero que vino a mi mente.

Agarré uno de los frascos que estaban a mi costado, con una fuerza que no sabía que tenía, y lo lancé sobre del cuerpo de Reece. El envase colisionó contra su pecho, de forma perfecta, y luego rebotó contra el piso metálico. El contenido del producto se derramó, formando un pequeño charco de sustancia aromática y espuma que se esparció por los poros del mineral.

Reece, en shock, tragó saliva y alzó la cabeza para mirarme.

Sólo ahí me di cuenta de que tenía una mancha de sangre en el cuello, y que la chaqueta negra que llevaba puesta estaba rota. El pánico se apoderó de mi cuerpo, a pesar de todos mis intentos por ser parcial ante un aliado de los murk. El saber que alguien había lastimado a Reece era como veneno.

Me senté en la tina, desesperada, y separé los labios para hablar.

-Reece, estás herido.

Él continuó mirándome en silencio, con la mandíbula tensa y los ojos entrecerrados. Había algo extraño en su mirada, una mezcla de sorpresa y añoranza que no me pasaron desapercibidas. Le recorrí la piel pálida y la mácula oscura bajo sus ojos. Todo en él era desconocido y familiar, una combinación tortuosa.

-Reece -hablé-. ¿Quién te lastimó?

Él respiró profundo.

-Esta sangre no es mía.

-¿A quién lastimaste?

Reece ignoró mi pregunta. Se acercó de forma brusca, acortando el espacio que nos separaba, y se detuvo junto a la bañera. Fue inevitable sentirme avergonzada ante su cercanía. Me encogí, como un gusano bajo la tierra húmeda, pero Reece me agarró del codo y me impidió desaparecer bajo la espuma del agua.

-¿Qué haces aquí? -cuestionó-. Deberías estar en las celdas, no en el baño.

Su comentario me lastimó de mil maneras, pero me obligué a esbozar una sonrisa. La frialdad con la que se refería a mí era destructiva. Me quemaba, como la lava, y destruía cada centímetro de mi carne.

-Estoy disfrutando de la estadía -solté-. Ya sabes, aquí dándome un baño en la guarida de mis enemigos. Muy casual.

-¿Por qué estás aquí? -insistió.

-Necesitaba un momento de relajación.

Sus dedos aumentaron la presión sobre mi brazo. Fruncí el ojo derecho, adolorida, pero me negué a gemir. No quería darle la satisfacción de verme así.

-¡Dime qué demonios estás haciendo aquí! -gritó, inclinándose sobre mi rostro-. ¡Responde, niña!

-¡Me llegó mi periodo, idiota! -exclamé, tirando de mi brazo-. ¡Ya déjame en paz!

Celeste [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora