Las seis siluetas se pararon frente a la puerta de Francesca. Querían ingresar rápido, no se trataba de ninguna visita amable y prolongada.
Francesca abrió la puerta en un sacudón de rabia, y, antes de que alguno dijera algo, lanzó una bofetada a Joan. El chasquido acabó por espantar a todas las aves del bosque. Todos abrieron tanto sus bocas como sus ojos, no podían creerlo. Joan llevó su mano a su mejilla, acomodó sus cabellos castaños, y la miró sin oscilar.
—¡¿Tienes idea lo que generó tu retraso?! —gritó ella—. ¡¿Y, qué mierda hacen todos estos?!
—No es mi problema —contestó Joan, arqueando una ceja—. He venido porque me han insistido. Los traje porque, como mínimo, quiero algo como paga.
Los chicos entraron haciendo a un lado a Francesca; pronto se pusieron cómodos en los sofás sin pedir permiso, claro. Ella abrió la boca a más no poder, no podía creer la desfachatez del "respetuoso" Joan y de todo su maldito grupo de "compañeros". Era un chantajista.
—Eres un maldito... —rumió ella—. Si Víctor estuviera aquí no te atreverías a hablarme así—rumió ella.
—No me conoces en lo absoluto.
—Es verdad —se metió Demian—. Le tengo más miedo que a Tony.
—Como sea, ya no te necesito, Joan —dijo Francesca dejándose caer en una silla—. El lobo está en la habitación con él. Así que tampoco tengo que darte algo a cambio.
—¡Hay un lobo en la casa! —exclamó Jack, saltando de sus aposentos. La rubia giró sus ojos sin responderle.
—¿Lo dejaste solo con el niño? —preguntó Jeff.
—Confío en él más que en ustedes... —contestó—. Tommaso nunca miente, y ama a Leif. Lo sé.
—Como sea —bufó Adam—, no nos interesa tu hijo, ¿dónde está Sara?
Francesca lanzó una carcajada plagada de acidez. Eran tan obvios que le daba más pena que enojo.
—¡No tengo idea! —les gritó con el ceño fruncido—. Lejos de ustedes, haciendo su vida. Solo la vi cuando Leif nació. Me envía regalos sin remitente. No quiere visitas indeseadas.
Los chicos se miraron entre sí, Francesca no intentaba embaucarlos.
—Lo sabía... —murmuró Tony—. Al menos dinos como está.
—Mejor que yo... Espero.
En ese instante, un gruñido peligroso y profundo apagó las voces. Tommaso apareció en la sala cargando a Leif dormido en sus brazos, observó a todos los vampiros con ojos amenazadores. Los chicos sintieron su sempiterno corazón detenerse. No estaban preparados para tener una charla sobre la vida con uno de sus enemigos naturales.
—¡Ve a la habitación! —ordenó Francesca.
Tommaso le prestó atención, desconfiado, no dejaba de gruñir, su cara se estaba transformado y, entre sus labios, sus colmillos desgarradores demostraban estar listos para el asesinato. La tensión los invadía, los vampiros habían decidido no moverse de su lugar, no respirar, no pestañear. Un error y ese tipo los mataría sin pensar.
—¡Tommaso! —volvió a gritar Francesca.
El muchacho inhaló hasta tranquilizarse, era increíble ver hasta qué punto la ira le corrompía la razón a un lobo. Tal vez, en otra situación, Tommaso hubiese atacado sin amenazas previas, de no ser porque cargaba a su hijo y Francesca lo detenía con sus gritos.
Tommaso se espabiló, pero, en el intento de decir algo, su vista se nubló haciéndolo trastabillar. Él sacudió su cabeza buscado recomponerse, podía sentir su cuerpo debilitarse y varios pares de ojos analizándolo con curiosidad.
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Ofrenda de sangre #2 ©
VampirosDos años han sido insuficientes, el tiempo siguió corriendo sin piedad alguna. Dos, de tres ofrendas, han escapado a su trágico final. El mar, el sol, la arena, y las luces de las grandes ciudades pretenden, a Sara, hacerla olvidar. ¿Será tan fácil...