26. Un último momento.

1.4K 138 74
                                    


Las hebras pelirrojas de Ámbar parecían hilos de fuego a la luz de las velas. Ella doblaba con cuidado la ropa de cama de Leif, se distraía preguntándose si el niño estaría bien, si esa vampiresa que se lo había llevado sabría tratarlo. No se perdonaría que le hicieran daño. Conservarlo a salvo era su obligación moral, luego de haber perjudicado a su madre, pero ¿qué más podía hacer siendo una impura, una plebeya? Se suponía que una vez convertida en vampiresa sería fuerte y libre, ¡qué gran mentira!

Ámbar negaba con su cabeza, pensando en las estupideces que había hecho a lo largo de su vida, en lo ingenua que había sido siempre, y en lo ingenua que seguía siendo.

Simón Leone la observaba desde la entrada, casi sin pestañear. Veía la joven impura resoplar y agitar su cabeza.

Al darse la vuelta, Ámbar saltó en su lugar. De nada servía un oído fino con un hombre que se movía como un fantasma.

—¡Señor Leone! —exclamó, repleta de pavor—. No lo vi llegar.

Él hizo una mueca que parecía a una sonrisa, pero sin sarcasmos. Se debatía si debía decirle que a Leif lo ejecutarían al día siguiente, o era mejor mantenerla calmada, sin preocupaciones, dado que se trataba de un destino inevitable.

—¿Te asusté? —preguntó él, dando pasos lentos hasta llegar a ella, la tomó del mentón y la obligó a mirarlo a sus gélidos ojos color caramelo.

—Sí —respondió, sincera y temerosa de mentirle—, estaba pensando en Leif.

—No es tu hijo. —Simón la besó con cuidado—. No es tu hijo, te preocupas demasiado por él. Cuando tengas a los nuestros lo entenderé.

Ámbar frunció sus labios, no podía explicarle a un viejo vampiro, líder de una mafia, lo que significaba la culpa, el remordimiento de la traición.

—¿Nuestros? —preguntó Ámbar, volviendo en sí.

Simón volvió a sonreír. Sí, lo había dicho. ¿Acaso ese no era el vampiro que condenaba a sus hijos por meterse con humanas o impuras?

—No podría tener hijos —farfulló Ámbar, dando vueltas a la habitación—. No puedo con mi propia existencia, ¡sería terrible traerlos a este mundo! Solo soy una concubina que está para satisfacer sus placeres, y todavía tengo que lidiar con los celos de sus esposas.

Simón tensó su expresión, Ámbar temió por actuar con tanta naturalidad. Siempre se pasaba de la raya.

—Hay una posibilidad de que dejes ser una concubina y seas mi esposa —confesó aquel hombre, provocando un desconcierto total en Ámbar—. Tú y yo, en un lugar a parte.

—Soy una impura —dijo Ámbar, pecando de impertinencia.

—Pero ahora sé que nuestros linajes pueden fortalecerse, no hay nada que nos detenga —dijo Simón, y la chica siguió sin entender, él la tomó de las manos y la estrechó contra su cuerpo para hablarle al oído—. Si tienes hijos conmigo, y los cruzamos con sangre de lobo, podremos formar un linaje más fuerte que el de los Arsenic. Podemos hundir a esos ineptos de una vez.

Ámbar sintió su cuerpo volverse rígido. Era tonto pensar que un vampiro de su calaña la estuviera cortejando, en cambio le proponía ser un experimento. No había muchas vueltas que dar al asunto, él pretendía convertirla en madre para mezclar la sangre de sus hijos con la de los lobos. Era algo que sería muy notorio de hacerlo con una de sus esposas oficiales, era algo que debía mantener a escondidas si se trataba de superar a la familia cabeza de la hermandad.

—¿Eso no sería...? —preguntó Ámbar, deteniendo su lengua.

—Es traición —afirmó Simón, deslizando su mano por el cuerpo de ella—, pero es la oportunidad para acabar con el reinado de los Arsenic. ¿Una hermandad? ¡Eso es basura! Ellos siempre tuvieron la última palabra. Yo soy el más cercano al mundo de los humanos, quien maneja los negocios de la sangre, el poder debería ser mío.

Ofrenda de sangre #2  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora