23. Contra natura

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Los ojos de oro del nuevo híbrido: Tommaso, centellaban con congoja y dolor. Quería ponerse de pie, aunque no lo lograba. Las humillaciones lo atravesaban por completo. Esa mujer lo mantenía encadenado a los pies de su cama, herido, desnudo y sucio. Su hedor era fatal, el hedor nauseabundo de la muerte contante, robándole toda esencia vital. No existía luna que lo ayudase en esa situación. Ansiaba despedazarle el cuello de porcelana a quien lo tenía cautivo.

Charlotte se había querido acercar a su esclavo unas veinte veces, y las veinte, Tommaso amenazaba con morderla.

—¡Te dije que lo desataras! —se oyó tras la puerta, Tommaso levantó la mirada, reconocía esa voz, era Tony.

—¡¿Y que se escape?! —respondió Charlotte, a los gritos—. ¡No pagué una fortuna para liberarlo!

La puerta de la habitación se abrió de sopetón. Tony miró horrorizado a Tommaso, de inmediato acudió a ayudarlo.

—¡No! —gritó Charlotte, tratando de detenerlo—, ¡es mío!

Tony la empujó sin ninguna consideración. Charlotte rodó por los suelos, estrellándose contra el muro; de inmediato se recompuso, dando un brinco para colgarse en el cuello de él y así golpearlo ferozmente, arañarle la cara, a morderle los hombros y darle rodillazos en las costillas.

Él trató de sacársela de encima, pero ella se enganchaba a él como una garrapata. De un momento a otro se estaban matando a golpes, arrollándose por el suelo, salpicándose en sangre. Tommaso no podía creer lo que veía, a Tony le importaba una mierda atacar una damisela, bueno tal vez porque la misma poseía una fuerza bruta igual a la suya.

—¡Basta, Tony! —gimió Tommaso—. Basta... —balbuceó más agotado.

Charlotte y Tony detuvieron su riña dirigiendo la vista al lobo.

Tommaso refunfuñó. El enojo no le dejaba ver su oportunidad, ¿acaso no recordaba los consejos de Sara? Tenía que actuar bien, tenía que dejar su maldito orgullo de lado y aprovechar que seguía con vida y que una vampiresa era capaz de gastar cada una de sus monedas de oro en él.

—No te morderé, no me escaparé. No vine para huir, Charlotte. —Tommaso la miró a ella y solo a ella, quien paralizada, procesó esas palabras. Por fin, el sinvergüenza, le hablaba.

—¡No voy a soltarte! —lanzó ella, poniéndose de pie, arreglando de manera improvisada sus bucles—. ¡Eres mi esclavo, yo soy tu ama! ¡Me obedecerás!

Esas no eran palabras para decirle a un lobo, pero, en esas circunstancias, demostrar su pedantería y su inútil masculinidad le traería más problemas que soluciones.

—¡¿Qué?! —bramó Tony, interponiéndose entre ambos—. Charlotte, Tommaso es mi amigo. Te lo estoy pidiendo bien, desátalo, si él dice que no se irá es porque no lo hará. ¿Sabes que vino aquí por su hijo, no?

—Tony, vete si no quieres que llame a tu padre —amenazó ella, reteniendo sus ojos en su lobo—. ¿Cómo crees que tomará tu relación con el licántropo? ¿Cómo crees que tomará la idea de que no me tocas, de que te casaste de manera compartida con una humana?

Charlotte recopilaba datos y los usaba a su favor. De ser necesario lo chantajearía, ni más ni menos.

—Tony, vete —dijo Tommaso—, es mi decisión estar aquí.

—Es mi decisión, yo te compré —sonrió Charlotte, contorneándose hacia su presa. Tony inspiró con fuerza y se retiró antes de cometer un error.

Tommaso obtendría las consecuencias de su acto suicida, no podía interferir en su disposición.

La puerta se cerró dejando al lobo y a la vampiresa a solas. Ella rió como una niña que se acababa de salir con la suya.

Ofrenda de sangre #2  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora