18. Las cosas que no se dicen

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La humedad y el frío penetraban la piel haciendo que los huesos se congelaran. Los rayos débiles del sol se filtraban entre las ramas de los árboles y nubarrones espesos. El ocaso se aproximaba marcando el fin de un día que para muchos no representaba nada, pero para otros significaba una tortura cruel.

En un inhóspito sendero, con aroma a flores silvestres y hierba fresca, Tommaso guiaba a Sara y a Elizabeth. Había olor a tierra mojada, la lluvia era reciente. El barro se pegoteaba en los tres pares de zapatos que se introducían, más y más, hacia la morada de algunos lobos; cerca del límite de un bosque que no pertenecía a ninguna nación.

El camino comenzó a aplanarse, el pasto era más bajo y los troncos permitían el paso. Tres cabañas pequeñas eran fáciles de percibir desde lo alto de la colina. Lucían rústicas y adornaban la orilla de un cristalino arrollo.

De una chimenea brotaba humo, un intenso aroma a carne suculenta envolvía el olfato de cualquier mortal. El estómago de Sara rugió, y de su boca brotó saliva de forma involuntaria. De los tres, era la única capaz de tener hambre y ansias de saborear una buena comida casera.

Una mujer embarazada tendía ropa al sol. Dos varones fuertes; uno de cabellos grisáceos y otro de cabellos negros, cortaban leña para lo que sería un crudo invierno.

Sara y Elizabeth se petrificaron en cuanto los reconocieron; y, aunque ya sabían de antemano que los verían, les shockeaba encontrárselos otra vez. Eran los hermanos de Tommaso: Romeo y Valentino, poco sabían de ellos, solo que habían ayudado a tenerlas cautivas. En cuanto a la muchacha, era Rosemary, la ofrenda infiltrada. En la actualidad tenía unos siete meses de embarazo y el cabello más largo. Ella, a pesar de todo, las había intentado ayudar en cuanto Adolfo había querido masacrarlas. No le tenían rencor, la dulzura de su personalidad era sincera.

Percibiendo los pasos de los recién llegados, Romeo y Valentino alzaron la vista quedando solidificados con las presencias de las mujeres.



Los invitados, los lobos y Rosemary se encontraban en el interior de una de las cabañas, la que le pertenecía a Tommaso. En su interior los envolvía un bálsamo de madera y frutos secos. No tenía más que una mesa, algunos cacharros y una modesta cama con frazadas de pieles de oso, pero la vista al arrollo y al bosque que era de ensueño.

Ellos bebían una infusión de hierbas, luego de haber cenado el estofado de conejo, que los lobos habían cazado por la tarde. Tenían que digerir algo más que la comida. Tras una extenuante charla de unas cuantas horas, los hermanos mayores de Tommaso, pudieron comprender el panorama completo.

—Dos hermanos híbridos, un sobrino híbrido, una madre híbrida... —suspiró Romeo, quien más se parecía a Tommaso con su cabello ceniza—, y una cuñada vampiresa que está casada con un vampiro viejo. Sí, ya entendí todo.

—Es demasiado, Tommaso —farfulló Valentino, torciendo su cabeza azabache—. Eres una máquina de problemas.

—Tomy... —susurró Rosemary—, es muy arriesgado lo que pretendes hacer. No basta con que seas un híbrido. Nosotros estamos lejos del clan, y los vampiros siguen siendo mayoría.

—Lo sé —respondió el lobo abatido—, pero se me acaban las opciones, y el tiempo.

Sus hermanos le daban a entender que no podía contar con ellos, y los comprendía. Las posibilidades de morir eran demasiado altas.

Elizabeth y Sara se miraron con angustia.

—Papá pregunta por ti, ¿sabes? —le dijo Romeo—. Te extraña y le preocupas. Quizás él pueda organizar algo, siempre fue un excelente guerrero. Él está dispuesto a dejar su orgullo de lado, tan solo depende de ti.

Ofrenda de sangre #2  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora