Después de presenciar cómo la espada cortaba el cuello de Catalina y ver a Azazel alejarse sin remordimiento, Simón Leone decidió no confrontarlo. Mientras los gritos y disparos se desvanecían, supo que los suyos iban perdiendo y lo más sabio era huir. Pero fuera, los vampiros jóvenes vigilaban la zona, asegurándose de que nadie escapara. Incluso Demian y Adam se habían dedicado a prender fuego a los vehículos de los presentes, como unos auténticos pirómanos. Necesitaba idear una estrategia para asegurar su camino hacia la ciudad.
Tal y como Azazel se lo había pedido, Víctor se esforzaba por salvar a los lobos que yacían exhaustos en el suelo de alfombras. Los hijos de Adolfo habían luchado con todas sus fuerzas y necesitaban un descanso, ya que los pasajes estaban despejados. Muchos habían perdido su capacidad de transformación y se encontraban agotados. Aunque sus heridas comenzaban a cerrarse por las mordeduras, el dolor persistiría hasta que se curaran por completo.
Azazel rodeaba el lugar, con la espada sangrante en su mano derecha. Quería asegurarse que la zona estuviera despejada antes de ir a la torre del homenaje. Sin embargo, no esperaba encontrarse en su camino a un hombre destrozado en el suelo, era Adolfo, y agonizaba bañado en sangre.
El vampiro no tuvo mucho que meditar, lo tomó de la muñeca y succionó la sangre. Adolfo iba sintiendo su alma regresar al cuerpo, su conciencia a su lugar.
—¿Estás mejor? —preguntó Azazel, apartándose tan rápido como pudo, la sangre de lobos tenía algo especial y no quería transformarlo por error.
—Sí, ya puedo levantarme—dijo el lobo entre un soplido y una queja—, gracias.
—¡No me lo agradezcas! Necesito que sigas matando, a mí no se me da bien eso de las tripas y la sangre —bromeó, ayudándolo a ponerse de pie—, y tampoco quiero que Elizabeth comience a hacer un drama si mueres, no te imaginas lo pesada que puede llegar a ser.
—Lo hizo por lástima —expresó Adolfo, cortando la burda sátira de Azazel—. Lo que sucedió entre nosotros, fue por lástima. Ella estaba arriesgando todo por ti, y yo le di un golpe bajo. Es muy inocente y manipulable.
—No. —Azazel negó con una sonrisa calma—. No la defiendas. Inocente, sí, manipulable, no. Siempre se sale con la suya.
Azazel le dio la espalda al lobo dando por concluida su charla, para luego mirar los alrededores con detenimiento. Los chillidos y disparos se habían desvanecido por completo, pero el olor a pólvora persistía entremezclado con el hierro de la sangre.
Ambos caminaron en dirección a la torre, el último lugar para purgar. Lo que no esperaban encontrarse era a una loba blanca junto a Stefan Báthory. Adolfo se detuvo en seco, era la primera vez, en más de veinte años, que la volvía a ver tan de cerca... también era la primera vez que veía a ese vampirucho a los ojos.
—Laika... —dijo su profunda voz, ella lo observó sin volver a su forma humana—, vamos a la torre, los pasillos están despejados —añadió desviando su vista más allá, porque tras ella venían Tommaso en su forma lobuna, con Francesca a sus espaldas, y Tony a su lado.
—¡Azazel! —dijeron Francesca y Tony al unísono.
Ambos corrieron hacia él con una gran sonrisa. Azazel los recibió de brazos abiertos.
—Víctor está por los pasillos —dijo Azazel a Francesca, y luego miró a Tony—, y Sara está en el jardín delantero. Vayan con ellos, nosotros nos encargaremos del resto.
Francesca no puedo contener su feliz mueca, tampoco Tony, ambos prosiguieron a marcharse. Tras ellos, Tommaso, Laika y Stefan cuidarían sus espaldas.
Los últimos lobos que habían sido heridos, se recomponían con ayuda de Víctor. Francesca, al verlo, corrió hacia él, abrazándolo y besándolo tanto como había deseado. Un gruñido salió de Tommaso, hubiese deseado no haberlo visto. Tony le palmeó el lomo, y este prefirió unirse a sus hermanos. Todos se iban transformando en humanos para poder decidir sus próximos pasos.
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Ofrenda de sangre #2 ©
VampirgeschichtenDos años han sido insuficientes, el tiempo siguió corriendo sin piedad alguna. Dos, de tres ofrendas, han escapado a su trágico final. El mar, el sol, la arena, y las luces de las grandes ciudades pretenden, a Sara, hacerla olvidar. ¿Será tan fácil...