14. Mascarada

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Una semana había pasado ya desde que sus cuerpos se habían enredado en el fuego de la pasión, y todo sucedía mejor de lo esperado. Elizabeth se desperezaba en una formidable cama e inspiraba los aromas frutados que tenía el cabello de su amado, a quien tenía resoplándole el puente de la nariz.

Desde la visita a Vlad, compartían la habitación y cada mínimo instante. Era un sueño hecho realidad.

Elizabeth sentía su corazón latir con prisa, y tenía ese espumarajo en el vientre que la hacía sonreír apenas veía a su vampiro preferido. No le importaba, era feliz y el eterno insomnio vampírico ya no la atormentaba, tampoco a él.

Cuando Azazel le colocó un tierno beso en los labios y se levantó de inmediato. No quería ser atrapado por la lujuria de la vampiresa novata. Tenía que ponerse en marcha si quería llegar a tiempo a la casa de Vlad. Era el día de la gran mascarada, y él no solo era el anfitrión de la gran fiesta, sino que era el socio directo del Vaticano y de la nueva sociedad vampírica que se iba a sellar esa misma noche.

—Un rato más —suplicó Elizabeth.

—No lo necesitas, vampiresa perezosa. —Azazel ató su cabello y tomó su traje de gala.

Ella refunfuñó para luego levantarse. Su vestido color champagne -que hacía juego con la ropa de Azazel-, la esperaba colgado sobre el armario. Luego sonrió, viendo la oportunidad de esa noche: baile, máscaras, y ella presentada en la sociedad como la compañera del famoso vampiro Azazel Báthory. Casi parecía una de esas novelas estúpidas que Azazel criticaba que leyera.



El amanecer del último día del año se presentaba en tonos azulados y rosas pálidos. El rocío acumulado en el ambiente empañaba los vidrios. Considerando el calor que hacía en cierto departamento, los choques de temperaturas hacían transpirar el ambiente. Tommaso limpiaba la ventana de la cocina con el puño de un nuevo sweater gris. A pesar que los licántropos tenían necesidad de dormir, era él el que sufría el desvelo, y no pegaba un ojo en una casa plagada de vampiros.

El muchacho de ojos ambarinos no dejaba de dar vueltas, tras llamar a Francesca unas cincuenta veces y no recibir respuesta. Le gustaba hacerlo sufrir, no encontraba otra explicación. Ella tenía motivos. Al final decidió que lo mejor era dar un paseo por la playa, despejar su mente. Al menos ya tenía su boleto de regreso, pronto estaría con Leif tras su exitosa misión.

Él dejó la cocina y se dirigió a la habitación, reflexionando lo que se podía encontrar, pero tan solo avisaría que saldría un momento.

El panorama resultó ser más agradable y enternecedor de lo que esperaba. ¡Sara estaba vestida! Llevaba un camisón de algodón rosa y unas medias con fresas bordadas, abrazaba a Joan en su forma lobuna tras una fría noche.

Los demás, se habían peleado por tomar un brazo o una pierna de ella, estaban desparramados por cualquier lado. El único que reposaba en la cama era Jeff (el gato). Tommaso, por un momento hizo una mueca que casi quería convertirse en sonrisa. Quizás hubiera algo de amor en esa relación, a lo mejor los vampiros podían elegir qué hacer con sus vidas, y el lado demoníaco de su raza no era algo más que un espejo frágil de romper.

Tommaso podía agradecerles contener sus desenfrenos. Durante los últimos días no había visto exhibiciones u oído ruidos obscenos. Así que decidió darles un momento de intimidad, era cuestión que despertaran para comenzar con sus peculiaridades. No tenía quejas de Joan, por suerte, su hermano era el centrado de todos. Le seguía Tony, confiaba en ese vampiro casi como un igual, era maduro y podía intercambiar palabras sin cinismos. Con Demian no podía conversar, era raro, al menos jamás lo había ofendido. Era distinto con los gemelos o Adam, los detestaba.

Ofrenda de sangre #2  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora