31.Gibosa creciente

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El clan de los lobos se reunía junto al fuego en una noche helada. Frente a todos, Adolfo leía una carta dejada en un lugar acordado por Sara y Tommaso. Las noticias llegaban: agrias, confusas, pero no tan drásticas. De puño y letra, Sara contaba lo sucedido hasta el momento, sin omitir detalles.

—Así que Azazel está vivo—indicó Adolfo a Elizabeth—. Eso debería alegrarte.

Aunque Sara lo dijera, Elizabeth no podía sonreír.

—Me siento calmada y feliz al respecto —suspiró Elizabeth, con la mirada del lobo puesta en ella—, pero, sé lo que significaban Evans y Liam para él. Eran su familia. Además, no puedo estar contenta sabiendo que han asesinado a Ámbar. Algunas cosas han salido bien, pero otras han sido terribles.

—Ámbar, esa vampiresa salvó a mi nieto —musitó Adolfo, viendo al fuego danzar—. Será bien recordada por los nuestros; sin embargo, hay algo que no logro comprender. Esto ha sido enviado desde el castillo Nosferatu —explicó Adolfo, inquieto, elevando su vista a su gente—, ¿el único Nosferatu sobreviviente nos quiere ayudar?

Adriano desvió su mirada hacia un lado, Demian era aquel niño oculto durante el exterminio. Al menos podía relajarse sabiendo que no se había convertido en los vampiros que detestaban.

—Demian Nosferatu ama a Sara con locura —comentó Elizabeth, con zozobra—, es un buen chico y ha crecido bien sin su familia de locos. No se te ocurra dañarlo.

—No voy a matarlo, Elizabeth. —Adolfo habló entre dientes—. Es mejor así, que haya crecido con valores mejores que de los de su familia. Imagino que me hubiese costado deshacerme de él. Los niños vampiros son inusuales, la reproducción entre ellos dificultosa y sus periodos fértiles son escasos. Ante mis ojos no hubiese sido más que una víctima de su destino.

Adriano resopló con alivio, no necesitaba confesar que él lo había salvado. Su conciencia podía sentirse libre al fin, y sobre todo podía sentirse más tranquilo sabiendo que, quizás, su padre hubiera hecho lo mismo.

—Sin embargo pretendías matar a las ofrendas humanas —dijo la vampiresa, levantándose, provocando un intenso murmullo sobre ella—. No te tembló la mano para maltratarlas e intentar asesinarlas. Incluso yo terminé raptada por ti.

—Eso es distinto —dijo el lobo, poniéndose de pie para enfrentarla con la mirada—. No se trataba de niñas inocentes, las ofrendas eran serviles a sus amos, y los estaban protegiendo sabiendo la de calaña que son.

Elizabeth alzó una ceja en desacuerdo, pretendiendo irse de esa reunión de licántropos en la que se sentía ajena.

—¡Elizabeth! —exclamó Adolfo, llamándola para que regresara, pero esta no le hizo caso, siguiendo con su paso seguro y ligero, recordando los malos momento que habían pasado Sara y Francesca con ellos.

Él dudó por un instante, pero luego fue tras ella, ante la mirada contrariada de todos.

—¡Elizabeth, no me ignores! —ordenó con ímpetu—. ¿Qué te pasa de repente? Tu novio momia está vivo, ¿por qué hablas del pasado?

—Necesito descansar. —Elizabeth siguió con su paso firme—. Tengo mucho que procesar.

—Sé qué piensas que soy un asesino, y es probable que te hubiera asesinado —confesó, y ella abrió sus ojos a más no poder, lo que él decía congelaba sus venas—. ¡Asumí el rol de líder de la manada siendo muy joven! Quise hacer lo que creía correcto. Quise llevar el legado de los licántropos en mis hombros y hacer justica, quise ayudar al mundo exterminando todo lo que tuviera que ver con los vampiros. En el medio, debía criar a mis cinco hijos, y superar que mi compañera me dejaba por un chupasangre, ¡por el enemigo!

Ofrenda de sangre #2  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora