19. Caballo de Troya

1.2K 143 21
                                    

En los pintorescos candelabros, velas rojas de pequeñas llamas decoraban el altar. Una mesa se ubicaba sobre el mismo, tenía un mantel negro; tal vez de fina seda. Allí no había más que un cáliz y una daga de oro, ambos con incrustaciones de rubíes.

Nadie quería carraspear su voz, o hacer algún sonido inoportuno. La familia Blair había sido paciente con la hermandad, pero al final, la ceremonia de unión podía concretarse sin gran escándalo.

Charlotte, la cuadragésima hija de la familia inglesa Blair, lucía su perfecto y ceñido vestido rojo, con sus largos bucles de oro recorriéndole la espalda, finas joyas ornamentaban su delgado y distinguido escote. Tony Leone, el último hijo de Simón, se paraba frente a ella en un esmoquin negro. Ella atendía a cada detalle de su futuro marido con contrariedad. No le agradaba la idea de casarse con un fugitivo al que jamás le había dirigido la palabra, pero eran negocios, y así lo consentía. Él no sabía dónde colocar su mirada color castaña, tenía la sensación de estar siendo aplanado con el peso del mundo, a la mira antipática de todos.

El tumulto de invitados era exagerado, pero las ausencias eran notorias. No estaba Joan ni sus padres, no estaba Demian, ni Adam; tan sólo los gemelos. Ellos, los idénticos Arsenic, mostraban su falta de gracia en su pálida expresión. Tenían en cuenta que ya nada podía hacerse. Era tarde para una coartada.

Tony tomó una bocanada de aire, miró al impaciente público estando a punto llorar, sus ojos irritados querían evidenciarlo. Su padre, sus hermanos, la familia Blair y decenas de otros vampiros, lo presionaban con su sola presencia para que relegara su vida, sus sueños, su autonomía, ¿por qué? No lo podía entender. El ahogo era lo único que sentía. ¿De que servía ser fuerte, poderoso, un vampiro eterno? Todo era banal cuando no era dueño de sí mismo, cuando lo apartaban de lo único que deseaba, cuando no era más que un instrumento, una herramienta para un fin que no lo satisfacía en nada.

Charlotte tomó la daga de un arrebato, era deber de Tony hacerlo primero, pero tardaba demasiado para su poca paciencia. Ella cortó su mano, como si de un filete se tratara, y vertió la sangre en el cáliz, para luego entregar la daga a Tony.

El joven Leone exhaló, pensando en todas las cosas que le había dicho a Sara ese día en el que se habían unido en un pacto de sangre, en eterno matrimonio. Él le había prometido protegerla más de una vez, y siempre fracasaba. Él le había dado su nombre y su vida, sin embargo se estaba casando con una desconocida. ¿Por qué tenía que ser todo tan frustrante, tan doloroso? Su relación con Sara no era normal, pero le gustaba, la aceptaba, la amaba y estaba dispuesto a estar siempre con ella, ¿por qué se interponían cuando no hacían daño a nadie?

Tony comenzó a gotear por sus ojos, los vampiros se incomodaron. Él cortaba su mano con suma lentitud para que le causara dolor, y que ese dolor físico aplacara un poco el de su corazón carbonizándose en desazón, destruyéndose en el abatimiento.

Simón Leone rechinó sus dientes al ver la patética actuación de su hijo. Era impropio de un vampiro, era impropio de un demonio. Tony no tenía permitido llorar.

Simón volvió a respirar, conteniendo su ira asesina, cuando Tony vertió su sangre pura y la compartió en un sorbo con esa mujer.

Los Leone y los Blair estaban unidos en un pacto de sangre, en un matrimonio eterno. La hermandad crecía y se abría al mundo.

Los aplausos fervientes ignoraron la amargura del muchacho. Era hora de la fiesta.

—Te conviene dejar de actuar como un idiota —masculló Charlotte, cuando el tumulto de gente comenzó a dispersarse por los salones—. No sé qué te pasa, pero te aseguro que no has hecho de este día el mejor de mi vida.

Ofrenda de sangre #2  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora