25. Milenarios

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No existía forma sutil de decirle a Sara que sería la cena. Ella lo prefería así, la cruda sinceridad a los eufemismos baratos. No sufriría por ello, no se quejaría del trágico destino que podría haber evitado de ser más egoísta. De hecho, era lo mejor que podía pasarle, y no se trataba de que el masoquismo le sentaba bien, sino que lo veía como una chance. No podía perder tiempo con un corazón roto, no podía perder tiempo con azotes que sanarían, no podía desviarse de su objetivo, de lo verdadero e importante. Presenciar una reunión tan significativa, aunque fuera con una manzana en la boca, era una oportunidad de oro para recopilar datos, para llevar a cabo su trabajo como caballo de Troya. Su inmolación y su pesar tenían un objetivo claro: salvar a sus seres queridos.

Con impaciencia, esperó hasta la hora que fue recogida por los escoltas de Nikola. ¿A dónde la trasladaban? No lo sabía. Al menos el viaje era tranquilo ya que Nikola y los gemelos iban en una limusina aparte.

Los escenarios se repetían sin cesar, y se sentía como estar inmersa en un perpetuo Déjà vu de bosques y castillos nocturnos, ahora cubiertos de nieve. Los chubascos de días previos se acumulaban en copos blancos que endurecían el suelo y enfriaban el sombrío ambiente.

La hilera de vehículos se detuvo en la fachada de un palacio en blancos y dorados, que ni el negro de la noche podía opacar. Sara no reconocía el lugar.

Decenas de personas ingresaban, entre los que estaba Nikola, pero ella fue guiada hacia otro sitio, hacia la parte trasera junto a la servidumbre.

En una amplia cocina, una cuantiosa cantidad de jóvenes vampiresas se ocupaban de la vajilla, los manteles y las bebidas para la noche.

—Sígueme —indicó una vieja de unos sesenta y tantos, maltrecha, y vestida de sierva, pero de naturaleza vampírica.

A Sara le parecía curioso. Se suponía que los vampiros dejaban de madurar alrededor de los treinta. Pero, con una leve conjetura, si se era transformado en su adultez no se podía volver el tiempo atrás, ¿no? ¿Quién habría sido la mente perversa que había transformado a una veterana achacosa para hacerla trabajar sin descanso? Prefirió no averiguarlo, la señora no parecía ser una abuelita amable, en su rostro se palpaba el eterno odio a su creador.

Ella la siguió sin chistar hasta un enorme baño con una vieja bañera en medio. Cuatro doncellas esperaban a cada esquina de la misma.

—Métete —ordenó la señora con aires hoscos y petulantes.

Sara resopló, se quitó sus ropajes y vio el momento justo en que todas las presentes se sorprendían de sus reciente heridas con espanto. No le importó más, y se sumergió en el agua.

—Puedo bañarme sola —indicó ella, viendo y considerando que las cuatro mujeres se le acercaban con esponjas en la mano.

—Cállate —lanzó una joven, mostrando sus colmillos—. No es un baño de inmersión. Te limpiamos como lo haríamos con las verduras para la cena.

—La idea es quitarte todo el perfume, sudor o cremas que alteren el sabor de tu piel —dijo otra, frotándola con fuerza en los brazos—. Bladis es muy estricto con ello, no le gusta perforar la piel rociada de químicos.

—¿Bladis? —inquirió ella.

—La cabeza de la familia Arsenic —respondió quien tallaba sus pies.

—Pensé que era Nikola —farfulló la joven presa.

Las doncellas rieron por lo bajo, burlándose de lo poco que sabía.

Sara no volvió a chistar, al menos entendía porque solo usaban agua caliente. Su cabello quedaría duro sin acondicionador, pero eso era irrelevante cuando tenía que soportar que frotaran su espalda y relamieran las sobras de su sangre.

Ofrenda de sangre #2  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora