El frío en Quebec persistía tras la vuelta de Tommaso, Francesca y Leif. Daba igual, ninguno lo sentía, podían taparles la casa con nieve hasta el regreso de la primavera y estarían bien.
De haberlos visto desde afuera, nadie hubiese creído en cómo se había formado esa "familia". Y es que familia era un decir; esos dos, eran personas opuestas, unidas por millones de circunstancias y un hijo en común. Incluso, Francesca estaba segura que de no haber nacido Leif, Tommaso seguiría igual de apegado a ella. Ya no se quejaba, ya no lo odiaba. Eso había quedado atrás, muy atrás.
La vampiresa dejaba que Tommaso le usurpara la cocina, después de todo hacía un estofado riquísimo, de hecho, todo lo que hacía era para chuparse los dedos. No podía quejarse con él; cocinaba, limpiaba, barría la nieve de la entrada, no hacia ruidos ni le hablaba demasiado. Además, cuidaba de Leif casi todo el tiempo; esto último le generaba un poco de celos, se llevaban demasiado bien. Por el momento dejaría de lado los reproches, él quería recuperar el tiempo perdido, además, verlos tan felices, siempre le robaba alguna que otra sonrisa.
Tras un par de semanas, ella optaba por vaciar el guardarropas con las pertenencias de Víctor, la mayoría no eran del estilo sencillo de Tommaso, y él no regresaría por ellas, pero al tocar sus cosas y volver a sentir su perfume, la nostalgia la invadía. ¿Estaría bien? ¿Hacia dónde estaría viajando? ¿Cumpliría su meta algún día? Francesca sacudía su cabeza tratando de disipar esos pensamientos improductivos, metiendo el último traje en una bolsa negra.
Lo estaba dejando ir.
—Fran, está la cena —dijo Tommaso, sin golpear la puerta, sin siquiera asomar su nariz a la habitación.
—Otra vez huele delicioso —dijo ella, inspirando el aroma de carne con hierbas. Tommaso llegaba a su corazón entrando por su estómago. Eso era injusto —. ¿Cómo es que sabes cocinar tan bien?
Francesca sonrió buscándole la mirada, pero él trataba de contenerse como no lo había hecho antes. Muy tarde.
—Todos necesitamos saber cocinar lo que cazamos —dijo él, como si fuese algo obvio, ella rió al ver que Leif ya comía y se chupaba los dedos—. Me alegra que te guste, sé que podemos solventarnos solo con sangre, pero preparar la cena y hacer cosas normales me hace olvidar un poco lo que soy ahora.
—No está tan mal. —Francesca tomó su asiento—. Piensa porqué lo has hecho. Tendrías que estar orgulloso.
—No me agrada pensar en eso —farfulló él, volviendo a su incomodidad habitual—, dime, estuviste empacando algunas cosas, ¿ya encontraste donde mudarte?
—Guardé las cosas de Víctor, quizás las regale —confesó ella, probando un bocado de la carne de ciervo, era un manjar que se deshacía en su boca, lloraría de la delicia—. No me mudaré, me gusta este lugar. Antes del nacimiento de Leif, pasé semanas pensando en qué le gustaría a un lobito y llegué aquí llena de ilusión. No necesitamos irnos. Sólo estaba haciendo lugar por si querías guardar tus cosas. No me gusta que acapares toda la sala, arruina el decorado.
Tommaso hizo un repiqueteo con sus pestañas blanquecinas. Quería evitar sonreír ante la idea que ella no aspirara a echarlo. No solo eso, le hacía lugar en el sitio de su antigua pareja.
Tras caer la noche, Francesca hacía dormir a Leif. Tommaso, entre tanto, quitaba sus cosas de la sala y comenzaba a guardarlas en la habitación con algo de intranquilidad. Todo el tiempo estaba presente el sentimiento de culpa, de ser un invasor; lo que siempre había anhelado ahora era una situación embarazosa y estresante.
—Se ha dormido, siempre que come carne se duerme al instante —dijo ella, esbozando una calma sonrisa al entrar a la habitación. De inmediato vio hacia el ropero, el lobo no tenía muchas cosas, pero era doloroso ya no ver las de Víctor—. Necesitas más ropa de invierno, cuando vayamos a comprar también iremos por pantalones y zapatos adecuados.
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Ofrenda de sangre #2 ©
VampireDos años han sido insuficientes, el tiempo siguió corriendo sin piedad alguna. Dos, de tres ofrendas, han escapado a su trágico final. El mar, el sol, la arena, y las luces de las grandes ciudades pretenden, a Sara, hacerla olvidar. ¿Será tan fácil...