La tormenta era roja, y ahora estaba bajo los techos del castillo, mojándolos a todos con su perfume mortífero. Tommaso era un tornado devastador. Sara se aferraba al cuello peludo, temiendo por su vida. Él podía hacerlo, podía matar unos cuantos sin vacilar, no perdería la oportunidad antes de ser atrapado. Ella veía desgarrar los cuellos de los malditos. El griterío era estrepitoso. El pavor que les provocaba el lobo no se comparaba con nada. En cierto modo era gratificante, un dulce bocado entre tanta amargura.
La velocidad a la que se movían era difícil de igualar, lo único que les tocaba la piel era la hedionda sangre de demonios que los manchaba de un oscuro bermellón.
—¡Disparen con balas de plata! —se oyó en el medio del caos.
Un disparo, seguido de otros tantos, aplacó el bullicio.
Tommaso los esquivó. Aunque no podría hacerlo por siempre.
Los disparos siguieron. ¡Cuatro! ¡Cinco! ¡Seis! Hasta perder el conteo.
—¡Tom! —gritó Sara, alzando su cabeza, aferrándose al cuchillo. Tommaso perdía velocidad.
Y una vez que la bestia trastabilló, decenas de vampiros se fueron contra ellos.
Él lobo lanzó un gruñido agarrotado. Lo habían herido; por la sangre en su pelaje, no se podía distinguir dónde.
Las balas prosiguieron.
El griterío cesó.
Tommaso cayó en medio de la fiesta, haciendo un estruendo al desplomarse en medio de un charco de sangre; su sangre. Jadeaba agotado, pero siendo un híbrido, la fuerza de su sangre hacía que las heridas no fueran mortales. Sara lo cubrió con su cuerpo y capa. Tomó el cuchillo, amenazando a quien se acercara a ellos, a quien se acercara a él.
—No, no, no... —susurraba frotando su mano sobre el lomo de su compañero de locuras.
—¡Traigan las cadenas! —se oyó decir a alguien, pero ella no podía saber quién hablaba. Los rostros estaban torcidos, deformados, su vista empañada le daba una imagen distorsionada de la realidad. Era una pesadilla, quería creer eso.
Las sombras con formas humanas acecharon a los intrusos. La mano de Sara, la que tenía el cuchillo, comenzó a temblequear; ante esto, ella lanzó cortes torpes al aire.
—¡Aléjense! —vociferaba, los vampiros hicieron caso omiso.
Unas fuertes cadenas plateadas fueron lanzadas hacia Tommaso. El olor al pelo quemado fue instantáneo. Él lanzaba chillidos horripilantes. Le quemaba, ¡quemaba demasiado! Eran de plata, plata pura. Ellos lo sabían, ya estaban al tanto de su debilidad.
Alguien tomó a Sara por las muñecas, arrastrándola lejos de él.
—¡Déjenlo! —clamó hasta desgarrarse sus cuerdas vocales.
Tommaso era encadenado frente a la mirada de Sara, ella veía como su forma animal se desvanecía ante la falta de fuerza, entonces, su debilidad humana aparecía, y su cuerpo humano mostraba el deplorable resultado.
Las voces solo eran un bisbiseo. El número de muertos era insignificante en comparación a todos los miembros de la hermandad.
Quien había tomado a Sara tenía una fuerza bruta sin igual, y una terrible rabia encima. A ella no le importaba, se zarandeaba para todos lados, queriendo librarse un segundo, a su amigo se lo estaban llevando a la rastra, lejos de ella.
Tommaso desapareció de su vista. Temía mucho lo que pudieran llegar a hacerle, deseaba que todo saliera como lo habían planeado, deseaba que lo dejaran vivo, pero el olor a su carne tostada era un réquiem a su muerte.
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Ofrenda de sangre #2 ©
VampirosDos años han sido insuficientes, el tiempo siguió corriendo sin piedad alguna. Dos, de tres ofrendas, han escapado a su trágico final. El mar, el sol, la arena, y las luces de las grandes ciudades pretenden, a Sara, hacerla olvidar. ¿Será tan fácil...