Las sabanas de aquel hotel barato eran trozos entintados de sangre. Sara se cubría la pálida desnudez con sus pequeñas y temblorosas manos. Tommaso, resoplaba con hastío. Situado en su espalda desinfectaba y zurcía la herida con la paciencia envidiable de un cirujano. Joan se mantenía semidesnudo en una esquina, devorándose las uñas; sus ojos rojizos querían evitar mojarse en llanto, su mentón tembleteaba haciéndole castañear los dientes.
—Gracias por venir tan rápido —siseó Sara, contrayendo su cuerpo al sentir ardor del alcohol sobre su sangre—. No podría ir a un hospital y esquivar las preguntas.
El lobo blanco no articulaba palabra alguna, se mantenía firme es su tarea, con el ceño apretado y los músculos rígidos.
—Tú, ven aquí —indicó Tommaso a Joan, extendiéndole las gasas—. Deberías ser capaz de tratar las heridas de tu mujer; y deja de poner esa cara de traumatizado, ¿crees que ella no lo está padeciendo?
—No lo presiones, Tom —farfulló Sara, notando la culpa impostada en el rostro de Joan—. Podría haberme quitado la marca con una mordida de vampiro, fui yo la que decidió conservarla algunos días más.
A Joan le palpitaban las manos, la mirada, el cuerpo. El chico seguro e intelectual estaba consumido por un ataque de nervios histéricos. Ya no tenía opción, sin más se acercó y tomó las vendas. Con cuidado, embebió una gasa en alcohol y prosiguió limpiando la herida, imitando a Tommaso.
—Ni siquiera tienes olor a lobo... —murmuró Tommaso, resoplando—. Ya veo porque Leif se quedaba tan tranquilo contigo, no habría tenido sentido de otra forma.
—Además de mis padres, pocos lo saben —confesó Joan contemplando la mordida con impresión—. Se lo confesé a Azazel cuando notó que la plata me quemaba. Luego se lo detalló a Víctor y a Francesca para poder ayudarlos con su hijo... perdón, con tu hijo.
—¿Hay más como tú? —le preguntó Sara, tomándolo de la mano.
—Mi madre era una loba y fue mordida por un vampiro, pero yo soy el único híbrido de nacimiento en la hermandad —expresó Joan, entrelazando sus largos dedos con los pequeños de ella—. Mis padres no planeaban tener hijos, teniendo en cuenta que me tomarían como una amenaza o un problema. A los vampiros no les gusta que las cosas cambien, las personas diferentes, los humanos, los lobos. Fui un error.
—No eres un error, Joan —musitó Sara, tomándolo del rostro.
—¿Cómo una loba llegó a involucrarse con tu familia? —preguntó Tommaso, levantándose de la cama, listo para partir.
—Mi madre y mi padre se enamoraron. No pudieron evitar querer estar el uno al lado del otro —respondió Joan, al momento que terminaba de vendar el hombro de Sara.
Tommaso perdió su mirada en el suelo, y decidió no seguir indagando. Tomó las bolsas de las compras, y esperó en silencio a que Sara terminara de cambiarse. Debían regresar; los vampiros habían quedado solos en el departamento.
Joan y Sara intercambiaron miradas cómplices, por el momento era mejor esperar. Poco y nada conocían a Tommaso; mejor dicho, conocían lo peor de él, y por eso no podían imaginarse cuantas cosas pasaban en su cabeza en ese instante.
Los tres tomaron un taxi, en el más imperturbable e incómodo de los mutismos. Los pensamientos acallaban sus voces, aturdiendo sus mentes. Pero ese silencio fue destrozado con un preinfarto, en el momento justo que Sara vio a los cinco vampiros en la puerta del edificio, discutiendo con Noah, su vecino. El bronceado californiano sostenía a Jeff -el gato- entre sus brazos.
<< ¡Mierda! >>, pensó Sara, bajándose del taxi a toda velocidad. Era su culpa, ella había llamado a Tommaso para que fuera a auxiliarla.
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Ofrenda de sangre #2 ©
VampireDos años han sido insuficientes, el tiempo siguió corriendo sin piedad alguna. Dos, de tres ofrendas, han escapado a su trágico final. El mar, el sol, la arena, y las luces de las grandes ciudades pretenden, a Sara, hacerla olvidar. ¿Será tan fácil...