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Una cita con un Cash es como un sueño de magia y amor... hasta que te despiertas


Aegan dijo que todos iríamos en su auto.

La cara de Adrik era como la de un niño al que habían obligado a ir a un sitio que no quería, aunque en momentos parecía ausente, como si tampoco le importara en lo absoluto acompañarnos.

La verdad era que no entendía nadita qué pasaba con él. Aún ni siquiera podía hacerle una ficha, porque su actitud variaba.

Aegan, por el contrario, irradiaba energía. Esa insoportable energía ligada a su poderosa seguridad. Y eso era todo. Bueno, casi todo. También estaba la manera en la que hablaba, clara y dictatorial, como si su palabra fuera mandato de Dios. No había nada en él que denotara debilidad o duda. Lucía seguro, confiado y poderoso.

Estaba clarísimo: Aegan era un tipo dominante.

Y Adrik... pues no sé qué carajos era Adrik además de un Cash. A ese no se le podía leer fácilmente si evitaba mirar a la gente, no decía más que tres palabras y siempre andaba con cara de culo.

Fui directo a la puerta de atrás de la camioneta para sentarme con Artie, pero Aegan abrió la del copiloto y me señaló el interior.

—No, tú te sentarás aquí —dijo, sosteniendo la puerta—. Junto a mí. Este será tu sitio cada vez que venga a buscarte.

Hice un exagerado gesto de sorpresa, como si me hubiera ganado millones en la loto.

—¡Oh Santo Cristo de la guayaba! ¡Un puesto exclusivo por noventa días! —repliqué mientras me subía al asiento del copiloto—. De niña soñaba con esto, ¿sabes?

Aegan soltó aire por la nariz como si yo no tuviera remedio y cerró la puerta. Rodeó la camioneta, se subió y puso una enorme mano enmarcada con un reloj sobre el volante.

Atrás, Adrik y Artie se ubicaron, silenciosos.

El trayecto fue como una película muda, y para rematar: sin los gestos, cosa que a Aegan no pareció molestarle en lo absoluto. Nada alteraba la calma de la parodia más sofisticada del Rey de los Cielos, ni siquiera la cara de pocos amigos de Adrik, lo recta y tensa que estaba sentada Artie, o lo indiferente que me mostré mirando por la ventana como si fuera a la tiendita en bus.

Aparcamos unos minutos después. La verdad era que la noche estaba muy bonita como para pasarla con aquellos bordes, pero bueno, ¿qué se le iba a hacer?

Al bajarnos me di cuenta de que íbamos a cenar en un restaurante del campus que tenía un letrero enorme. Solo por fuera ya se veía caro, pero por dentro parecía que me iban a saltar hacia afuera las moneditas del bolsillo.

Era un restaurante japonés y el ambiente se percibía tranquilo y exclusivo. Había lámparas redondas colgando del techo y mesas de madera pulida. Los colores temáticos eran rojo y negro. Olía riquísimo y estaba lleno de gente.

Avanzamos entre las mesas. Había alumnos del instituto por todos lados. Lo peor era que nos miraban. O bueno, miraban a los hermanos que llamaban la atención de una forma casi surreal, como si estuvieran en uno de esos ridículos comerciales de Axe.

Y luego me miraban a mí. No de la misma forma, claro. A mí me dedicaban una de Madre Superiora cristiana/evangélica, de esas que juzgan todo, y entonces era como si estuviera cometiendo los siete pecados al mismo tiempo y ya olieran mi cabello chamuscado por las llamas del infierno.

Perfectos Mentirosos © [Completa✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora