EPÍLOGO

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Oficina del editor. Muchísimos años después.

—Me fascinó el manuscrito —admitió el editor.

Tenía el conjunto de hojas impresas en la mano, sobre el escritorio, y no mentía al decir que había terminado de leerlo más rápido de lo que hubiese hecho con cualquier otro que tuviera en la lista.

Así que se inclinó hacia adelante con la emoción brillando en los ojos y miró a la chica que se lo había entregado.

—Es fresco, es misterioso, es juvenil, y más importante: es real —aduló con espontaneidad y con toda la experiencia que su carrera le había dado para reconocer futuros éxitos literarios—. Nadie nunca se ha atrevido a hablar sobre el escándalo de la familia Cash. Sucedió, fue polémico y después se apagó. Que esto venga del propio núcleo, es oro puro.

La chica sentada frente a él sonrió con seguridad ante la reacción tan positiva.

—¿Entonces lo acepta? —le preguntó.

El editor asintió, encantadísimo.

—Mañana mismo podemos firmar el contrato —aceptó.

La chica se sintió muy feliz. El hombre volvió a recargarse en la silla para hojear de nuevo un poco el manuscrito.

—Solo creo que deberíamos añadir algunas aclaraciones que faltaron —agregó con ojo profesional—. Por ejemplo, ¿qué pasó con Layla?

La chica sabía perfectamente la respuesta. Conocía ese manuscrito de pie a cabeza y todo lo que rodeaba los hechos relatados en él.

—Layla nunca volvió a aparecer —confesó ella—. No se supo si estaba muerta, si huyó, si la lanzaron a un pozo y la abandonaron o si simplemente se desintegró. El caso se investigó, pero jamás la encontraron.

El editor asintió con lentitud.

—¿Y Artie y Lander? —preguntó también—. ¿Qué consecuencias tuvo con exactitud el accidente?

—Lander perdió la visión en un ojo y varias partes de su cara quedaron desfiguradas. Artie pasó por un largo shock. Perdió dientes, le quedaron profundas cicatrices y necesitó bastante rehabilitación para recordar cómo caminar. Aun así siguieron juntos, y siguen juntos ahora. Viven lejos de aquí y tienen tres hijos.

El editor siguió indagando:

—¿Kiana y Dash?

—Nunca se supo nada más sobre ellos. Tal vez se fueron de Tagus al no tener registros, pero son solo sospechas.

El editor continuó asintiendo, pensativo.

—Sabemos que el escándalo de Adrien acabó por completo con su carrera política y lo tachó para siempre —añadió él—. Fue acusado por su relación con una menor con un cuadro clínico psicológico, y algunos grupos organizaron protestas para pedir que lo condenaran. Mientras lo llevaban al juicio, una persona le disparó y murió frente a la corte, pero... ¿y Regan?

La chica también lo sabía todo sobre eso. Tal vez sabía más sobre Regan que sobre cualquier otra cosa.

—Regan fue a la cárcel por asuntos ilícitos —aclaró—. Después de eso siguió controlando negocios desde allí, pero los Cash se asociaron nada más ni nada menos que con el heredero de Byron Sedster, Tate, para que les ayudara a que Regan no saliera de ahí jamás. Tate intervino y pagó mucho dinero para que sus "socios" le dieran la espalda a todo lo que Regan solicitara, así que hasta ahora sigue sin libertad.

El editor quedó satisfecho con esas aclaraciones y dejó el manuscrito sobre el escritorio. Formalmente le extendió la mano a la chica y le sonrió amplio.

—Bienvenida a Penguin Random House —le congratuló él mientras se estrechaban las manos—. ¿Estás segura de que quieres publicar esta historia con tu nombre real? ¿De verdad quieres que sepan que Jude Derry soltó todo esto?

La chica pensó un momento en su respuesta, aunque ya había pensado mucho en eso antes de llevar el manuscrito a la editorial. Por milésima vez estuvo segura de que así debían de ser las cosas. Estuvo segura de lo que vendría con esa publicación y segura de lo que no.

—Quiero que se publique con el nombre que mi madre eligió para vivir, Jude Derry, porque fue ella quien lo escribió —le aclaró al editor.

El hombre pudo haberse enojado porque en un principio ella había asegurado ser Jude Derry, pero él ya había notado que las fechas no encajaban y aquello solo le causaba una gran curiosidad.

—Así que tú eres la hija de Ivy Damalet, o mejor dicho, de Jude Derry —señaló, un tanto fascinado por ese ingenio de la chica—. ¿Cuál es tu nombre real entonces?

La chica estuvo feliz de por fin decirlo.

—Me llamo Ada Cash.

El editor se llenó de intriga.

—¿Por qué no está tu madre aquí contigo?

A Ada siempre le daba un dolorcito en el pecho cuando le hacían esa pregunta. Tenía veintiséis años y todavía no superaba del todo lo que había sucedido. Es decir, lo llevaba bien, pero en el fondo seguía sintiéndose impotente.

En parte, por esa razón estaba allí entregando el manuscrito. Una vez su madre se lo había dicho: "el mundo debe saberlo todo como en realidad sucedió, no como yo lo quise mostrar en Tagus por mi resentimiento", y ella había jurado encargarse de eso.

—Mi madre murió el año pasado —confesó Ada.

El editor hizo un gesto de genuino pesar por la pérdida, aunque luego, de un momento a otro, cayó en cuenta de algo sorprendente.

—Tu apellido es Cash —le señaló con cierto asombro.

Por el contrario, a Ada sí le gustaba mucho la pregunta que venía.

—Exactamente —asintió ella.

El editor quedó algo atónito en el maravilloso sentido.

—¿Cuál de los dos...?

—De los tres —le corrigió Ada.

El hombre pestañeó mientras pensaba que en definitiva tanto esa chica como su libro y sobre todo sus posibles secretos serían un éxito inmediato.

—¿Cuál de los tres Perfectos Mentirosos es tu padre? —le preguntó finalmente.

Ada tenía el cabello negro, los ojos grises y el atractivo perfecto que caracterizaba a los Cash, pero era la digna hija de su madre porque tenía el mismo humor, la misma malicia, la misma habilidad para meterse en donde no la llamaban y las mismas ganas de hacer que el mundo viera algo que no veía en ese momento.

Así que ella sonrió amplia y divertidamente al dar la respuesta:

—Se lo diría, pero esa ya sería otra historia.

Perfectos Mentirosos © [Completa✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora